Opinión

La niñez y el medio ambiente

Uno de los grandes desafíos civilizatorios que tenemos es construir una nueva relación no extractiva y, sobre todo, que renuncie a concebir al medio ambiente bajo la perspectiva de “los recursos naturales”. No es sencillo cambiar de perspectiva y dejar de pensar que el mundo en que habitamos nos pertenece y que, por el contrario, sólo somos un muy pequeño eslabón más en la larga cadena evolutiva que ha tenido lugar en la tierra desde hace millones de años.

De igual manera, hace falta aún un muy largo trecho por recorrer para que en México se logre dar cumplimiento efectivo al derecho humano al medio ambiente sano, reconocido en el artículo 4º de la Constitución; del cual se derivan varias leyes que tienen como propósito la protección del medio ambiente y garantizar que las personas o empresas que dañan a los ecosistemas sean sancionados por la responsabilidad en la alteración negativa de los ecosistemas o por el daño ambiental provocado.

El Programa Universitario de Estudios del Desarrollo publicó recientemente el libro: Los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales en México, 2023” en el cual se muestra una enorme brecha por cumplir los mandatos constitucionales y legales mínimos en aquellos indicadores para los cuales existe información comparable para las 32 entidades federativas. En el análisis que se presenta en ese texto, en una escala de 0 a 1, el puntaje promedio nacional es de apenas .699, con cuatro entidades: Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Tabasco, los puntajes no llegan siquiera a .300.

En un texto más reciente que está por publicarse igualmente por el PUED UNAM, el cual es un diagnóstico nacional sobre el incumplimiento del derecho al medio ambiente en México, y en él se compila una gran cantidad de información que muestra, en primer lugar, que no tenemos indicadores pertinentes para dar seguimiento a los Objetivos del Desarrollo Sostenible en el país; pero sobre todo que hay un incumplimiento generalizado de los derechos ambientales en el país.

Todo lo anterior sirve de contexto para poner en perspectiva el nivel de incumplimiento de los derechos ambientales de las niñas, niños y adolescentes para quienes, en un contexto generalizado de incumplimiento de los derechos que le reconoce tanto la Carta Magna como las leyes generales aplicables, en particular, el incumplimiento del derecho humano a un medio ambiente sano está muy lejos de verse realizado.

En efecto, de acuerdo con el Índice de los Derechos de la Niñez Mexicana (PUED-UNAM, 2022), en una escala de 0 a 1, el promedio nacional que se obtiene, para el periodo de 2016 al 2020, en la dimensión denominada como condiciones de contextos habitables, es de apenas .438. Y al igual que en todas las dimensiones que se miden, las diferencias regionales son abismales. Por ejemplo, los estados de Tabasco y Chiapas no llegan ni a .100; Quintana Roo, Guerrero y Oaxaca están por debajo de .300; seis estados están por debajo de .400; mientras que 11estados de la República están por debajo de .500.

Como se observa, el país es un auténtico desastre en lo que se refiere al cumplimiento de los derechos ambientales, pero como en casi todo lo relativo a la niñez, los indicadores son especialmente lamentables y sobre todo, injustificables a la luz de los compromisos y responsabilidades que tiene el Estado mexicano en esa y las demás materias que le incumben, al amparo del principio del Interés Superior de la Niñez, el cual, como se observa, es pisoteado cotidianamente.

Construir una nueva política pública para la garantía de los derechos ambientales de la población nacional, con especial énfasis en los derechos de la niñez mexicana implica una reconversión de todo el aparato público y exige generar una nueva estrategia desde el principio de responsabilidad intergeneracional.

Lo anterior significa tomar una gran cantidad de medidas, pero puede iniciarse con lo más básico y eso puede tener un punto de arranque con la reforma integral de los planes y programas de estudio de todos los niveles educativos para promover y fomentar una nueva cultura y una nueva ética civilizatoria para una relación convivencial con nuestro mundo circundante.

Esa nueva ética requiere partir de una auténtica Ecosofía, como le llamaría Leonardo Boff, es decir, una nueva sabiduría para el cuidado de nuestra casa común, porque esta Tierra es la única que tenemos y porque es nuestra responsabilidad garantizar que todos aquellos que la habitamos y que habrán de habitarla, podrán respirar un aire sano, beber agua limpia, tener acceso a alimentos sanos e inocuos, pero más aún, cuidar también de todas las otras especies no humanas que comparten con nosotros este hermoso lugar que, como diría Carl Sagan, es el único capaz de albergar vida en miles de millones de kilómetros a la redonda.

Las infancias hoy están enfrentando las consecuencias de varias generaciones que decidieron implementar un curso de desarrollo depredador del medio ambiente; que en nombre del “progreso” y en beneficio de muy pocos, han comprometido la viabilidad de la vida, de la nuestra y de las demás especies que se encuentran o amenazadas o en peligro de extinción, y que se cuentan por miles en todo el orbe.

Las niñas y los niños no merecen la devastación que se ha generado por la avaricia y, como le llamó Marx, la inmoral “guerra de los codiciosos”, quienes no han tenido escrúpulos para alterar y destruir los ecosistemas. Eso debe parar y es ahora, sin duda alguna, cuando debemos iniciar la transformación.

Investigador del PUED-UNAM

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