Decían los viejos maestros que hay tres niveles en la comprensión de la economía.
El primero, el más elemental, consiste en aprender la terminología. Saber, por ejemplo, qué significa salario real, y porqué es diferente del salario nominal, o que son los costos de oportunidad, o qué quiere decir que la tasa de referencia subió 25 puntos base. Aprender la jerga no es tan sencillo como parece, y los jóvenes estudiantes se evidencian cuando la usan mal y dicen galimatías. Todos lo hicimos en algún momento. A veces también lo hace algún alto funcionario.
El segundo nivel es el de las cantidades y proporciones. La macroeconomía suele manejar números muy grandes, y es fácil perderse entre tantos ceros. Acabar, por ejemplo, pensando que 500 millones de pesos es un dineral dentro del presupuesto de un estado, cuando suele ser relativamente poco (equivale al 2% del presupuesto del gobierno de Nayarit para 2023). O que un ahorro de 3 mil millones de pesos es relevante para el presupuesto federal (equivale a poco más de .0003 por ciento del total). Pensemos que un aumento de un punto en la tasa de interés que se paga por la deuda pública equivale aproximadamente a 130 mil millones de pesos anuales.
El tercero, que es el más complejo, es el que tiene qué ver con las relaciones entre las variables económicas, donde hay algunas obviedades (como que los bienes escasos son más caros) y un montón de diferencias entre distintas escuelas de pensamiento. Cuál es la variable independiente y cuál la dependiente (cuál determina a la otra). Estas diferencias a menudo están determinadas por la manera en que los economistas analizan a las sociedades. Hay quienes lo hacen de manera más abstracta y quienes inscriben a la economía en la realidad social. Hay quienes quisieran que la economía fuera una ciencia como las matemáticas y quienes la consideran firmemente instalada entre las ciencias sociales.
Paso ahora a comentar cómo se ven algunas discusiones públicas desde esta perspectiva.
Ciertamente, la jerga económica cumple a veces la función que tenía el latín litúrgico. Pone una barrera de separación entre los legos y los expertos, sean éstos, reales o supuestos. Una parte es mamonería, la verdad sea dicha. El problema es que a menudo, al hablar en términos legos, con gran sencillez, se simplifica demasiado y se acaba perdiendo precisión.
Hay quienes son incapaces de traducir la economía a términos simples, e incluso se regodean en ello (me viene a la mente cierto director del BIS) y otros traducen mal al lenguaje llano (me viene a la mente aquello del desempleo como “mito genial”) y cuando tratan de explicar su mala traducción ya nadie los escucha porque la frase los mató.
Pero quien se expresa con los términos económicos correctos no es, por ese mero hecho, un “sabihondo” que quiere dar gato por liebre.
Respecto a las cantidades, por una parte, pueden usarse políticamente. Por ejemplo, para presumir como grandes logros que son pequeños (el ahorro de 3 mil millones) o para decir que no hay mayor problema si aumenta el costo en el servicio de la deuda externa. Y conste que el problema de la deuda no es su tamaño, sino si es financiable, que sí lo es, pero no es un asunto tan sencillo como se quiere presentar.
Por la otra, y eso es lo más peligroso, la falta de manejo de las cantidades puede conducir a ahorros irrelevantes o gastos excesivos (normalmente, una combinación de ellos). En la danza de las cifras, hacer un recorte de personal por un lado y lanzarse a construir una megaobra emblemática que acarreará pérdidas por muchos años, por el otro. O quitar recursos a las tareas de mantenimiento para tener que utilizar, en el corto plazo, muchos más en obras de reparación.
Y sobre las relaciones entre las variables van unos ejemplos claritos:
El primero es el del “superpeso”. Se presume como si fuera una obra exclusiva del gobierno federal, cuando en realidad resulta de una combinación de política monetaria restrictiva (del Banco de México autónomo), un exceso de capital internacional que no encuentra ocupación productiva, y se va los mercados financieros, y expectativas sobre inversiones en el país, relacionadas más bien con la nueva recomposición de la competencia mundial.
Luego se presume, como si fuera otra cosa, que el PIB de México, medido en dólares, ha rebasado a otras tres naciones. En realidad, la producción no ha aumentado tanto: lo que aumentó fue el valor relativo del peso frente a otras monedas. Durante 2023, el PIB aumentó 3.4%, medido en pesos; pero el peso se revaluó 11% respecto al dólar. Pasó de 1.4 billones de dólares a 1.8 billones. Un saltote, pero por mucho más por la revaluación que por el crecimiento.
Del otro lado, aparece una tabla en la que la Ciudad de México subió muchos escalones en la medición de las ciudades más caras del mundo. Y dicen que ha sido por la inflación y la gentrificación. Lo obvio es que sí se hizo más cara, pero esa tabla está midiendo el costo de la vida en dólares, no en la moneda nacional que es la de los ingresos y gastos de la población. La subida en la tablita es casi totalmente resultado de la revaluación del peso (porque las diferencias entre la inflación de México y la de la mayoría de las otras naciones son mínimas). Pero igual se jalan los pelos y dicen: “¿Adónde vamos a parar?”.
La propaganda en redes a favor de Santiago Taboada compara los niveles de vida de la alcaldía Benito Juárez, que él gobernaba, con la de Iztapalapa, que gobernaba Clara Brugada. En cualquier medición económica o de índice de desarrollo humano, Benito Juárez (no por nada el municipio más rico del país) está por encima de Iztapalapa (que apenas supera la media nacional). La conclusión es que es resultado de una serie de gobiernos panistas. Que Taboada “benitojuarizará” la ciudad y Brugada la “iztapalizará” (ya nos pusimos a jugar a los trabalenguas).
El caso es que, desde los viejos tiempos del PRI, Benito Juárez era rica, e Iztapalapa, relativamente pobre. Lo que habría que ver es si la primera ha mejorado con Taboada y la segunda, empeorado con Brugada. Habría que ver con cuántos recursos per cápita contó cada uno y cuánto apoyo o trabas recibió del gobierno central. No me voy a poner a hacer el análisis, sólo digo que se trata de un argumento falaz.
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