Opinión

Nueve requisitos que debería reunir quien obtenga la candidatura del frente opositor a la presidencia

1. Ser mujer. No hay otra manera de contrarrestar el atractivo natural que representa para el país y especialmente para las mujeres -nada menos que la mitad del padrón- el hecho de que el partido en el gobierno tendrá muy probablemente a una mujer como candidata a convertirse en la primera presidenta de la República en dos siglos de vida independiente. Es una aspiración legítima de la sociedad mexicana y una deuda pendiente de nuestra transición a la equidad de género en todos sus frentes. Es también el signo de nuestro tiempo, la respuesta natural a los últimos años de las grandes movilizaciones feministas, y la única manera de desactivar -o al menos contrapuntear- uno de los principales argumentos que expondrá el partido en el poder para promover a su candidata.

2. No haber militado en el PRI. Querámoslo o no, sobre el PRI -y especialmente sobre su último turno en el poder- pesa el mayor de los desprestigios, y es el partido al que los electores le siguen pasando la mayoría de las facturas por los estropicios nacionales del pasado, por injusta y sesgada que sea esta apreciación (¿O precisamente porque un ex priista nos gobierna?).

La contundencia con la que a partir de 2018 todo un grupo que gobernó al país por seis años desapareció del mapa y se desintegró, la timidez y aún la cobardía para salir a defender su gestión -empezando por el ex presidente Peña Nieto, el campeón de la frivolidad que lejos de dar la batalla pública se recluyó en Madrid para convertirse, en el mejor de los casos, en nota de la llamada “prensa del corazón”- es directamente proporcional a la escasez de credenciales opositoras del PRI, en la actualidad con más embajadores que gobernadores. En un partido concebido desde su fundación para ejercer el poder, no para confrontarlo, sus políticos profesionales y funcionarios de alto nivel que sacaron adelante reformas indispensables simplemente se esfumaron o se cruzaron de brazos para entregarle el mando al impresentable Alejandro Moreno, figura que resume todo aquello que al PRI se le refuta, empezando por la corrupción y el enriquecimiento faraónico.

¿Tiene el PRI el historial opositor, la credibilidad y la propuesta programática para encabezar la disputa por la presidencia en 2024 nominando a cualquiera de sus más destacados y talentosos militantes? Si así lo fuera, es probable que una parte del electorado inconforme con el gobierno actual se desistiría de darle su voto al frente opositor por el mero hecho de presentar como su candidato(a) a un(a) priista, como es también probable que ese candidato(a) no logré convencer a la apetitosa franja de indecisos, e imposible que le reste un sólo voto a los simpatizantes de Morena, que verían en él o en ella “el-regreso-de-Salinas-y-de-los-neoliberales”.

3. Reunir experiencia previa de gobierno y haber competido por un cargo de elección popular. A contrapelo de quienes preferirían ver a un “ciudadano(a)-no-político(a)” en la boleta -como si tal cosa existiera-, un país de 130 millones de habitantes demanda que su presidente y jefe de Estado cumpla con ambos requisitos como filtros mínimos e indispensables: haber competido por lo menos una vez a un cargo de elección popular, y haberse desempeñado con probidad un puesto de gobierno en cualquiera de sus niveles. Lo contrario es una apuesta al vacío y a la improvisación, con múltiples ejemplos en América Latina -y en México mismo- de las consecuencias que tiene dejarle el poder o un escaño a un “no-politico”. (De El Bronco a Cuauhtémoc Blanco, de Lilly Téllez a Sergio Mayer, ejemplos nos sobran).

4. Contar con formación universitaria. Las credenciales académicas que tendríamos que esperar de nuestros más altos gobernantes no debería de ser muy diferente a la profesionalización y el rigor técnico que exige el mercado laboral al momento de reclutar a los ejecutivos y directores de empresa. Es un filtro indispensable contra la improvisación y la banalidad. Una carta que no sólo demuestra habilidades y competencias, sino que es en sí mismo un dato que revela la probidad y disciplina de quienes habrán de gobernarnos.

5. Tener habilidades probadas para exponer, debatir, polemizar y argumentar. No es necesario abundar mucho en este requisito, resultan casi obvias sus ventajas. Baste con decir que, si alguna escasa posibilidad tiene la oposición de alterar súbitamente las tendencias previstas para la próxima campaña electoral, será en los debates televisados y en la exposición de su candidato(a) en los medios. El muy destacado desempeño de Diego Fernández de Ceballos en los debates presidenciales de 1994 es un ejemplo notable de la manera en que se puede apabullar a los rivales en las transmisiones en vivo que serán vistas por millones de electores indecisos.

6. Tener un perfil socioeconómico no abiertamente identificado con las élites tradicionales. Este el más delicado y acaso el más políticamente incorrecto de los requisitos. Si para ganar la elección será indispensable quitarle electores a Morena, nadie que tenga el apellido, los antecedentes en puestos de poder, la fortuna, e incluso el aspecto físico, los ademanes o el acento al hablar que una parte de la población identifica con las minorías que tradicionalmente hegemonizaron la conducción política y económica del país, tendrá posibilidades de lograrlo. El candidato(a) opositor deberá provenir claramente de las clases medias -de donde recogería la mayor parte de los votos- y que de preferencia, como dicen, “no le falte barrio” en su trayectoria política y de vida, de manera que aspire a conquistar algunos votos cruciales entre el sector de la población de las clases medias bajas y bajas que de otra manera podrían asegurar su derrota. Lo menos “fresa” que se pueda evitaría el escarnio y la desconfianza de una mayoría de la población que sabe -y mucho- de rencores sociales, y que, además, tiene memoria fresca de los agravios ancestrales. De otra manera no veo cómo puedan al menos disputar el monopolio de la representación de los pobres -clara y tristemente mayoría en este país- que Morena ostenta poseer.

7. Hablar otro idioma. No es un atributo menor. Poder comunicarse con sus contrapartes, tener una visión crítica y documentada del mundo y de la posición que debe jugar México como un actor global, debería ser visto como un requisito elemental de un mandatario(a) mexicano(a) en el siglo XXI.

8. Pasado sin enriquecimiento ilícito. Un historial intachable y una actitud de responsabilidad social y moderación en relación al dinero y los privilegios es indispensable y no necesita mayor explicación.

9. Definición política de centro liberal. Siendo una coalición de partidos de izquierda y derecha (cualquier cosa que esto signifique), es indispensable la conquista del centro democrático y liberal en los postulados de su candidato (a). Lo liberal entendido como un adjetivo de profundo significado político que lleva en su genética los principios básicos de la tolerancia y la moderación. El pacto interpartidista debería ser un dique natural para frenar cualquier perfil que exhiba ataduras ideológicas o religiosas extremas.

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