La derrota política sufrida por la oposición en las pasadas elecciones presidenciales tuvo como consecuencia directa el agravamiento de la crisis en que se encuentran los partidos tradicionales en nuestro país. Su declive se aprecia en el actual escenario caracterizado por la definitiva desaparición del PRD como organización de la izquierda liberal, por las purgas de militantes que lleva a cabo la dirigencia del PRI para perpetuarse en el cargo y por la cerrazón del PAN para abrirse a la ciudadanía definiendo un método endogámico para la renovación de sus liderazgos. Ante el eclipse de las alternativas políticas, algunos dirigentes opositores apuestan a la movilización social para reactivar a la oposición. Es el caso de la denominada “Marea Rosa” que encarnó un movimiento en defensa de las instituciones en una coyuntura distinta. Raramente un movimiento se institucionaliza, por lo que la protesta ante el INE que celebraron ayer contra la sobrerrepresentación legislativa, ilustró una baja participación que vino a corroborar el desinterés ciudadano respecto a la posible convocatoria para integrar un frente opositor que permita reconstruir partidariamente a la oposición.
En este complejo escenario aparecen importantes preguntas: ¿los partidos tradicionales como los conocimos durante los últimos decenios son todavía posibles?, además, ¿los partidos políticos aún son necesarios? Las respuestas son contradictorias. A la primera pregunta se puede contestar que no mientras que a la segunda se puede responder que sí. Aunque es posible afirmar que los partidos tradicionales han decaído en la forma y estructura con la cual se conocieron, es viable sostener que el moderno partido político de masas fue un fenómeno temporal y circunscrito a un determinado momento histórico. Por tal razón se considera que la edad de la “democracia de los partidos” ha concluido. La forma organizativa de representación de los intereses y de participación en la vida de la comunidad que durante el siglo pasado caracterizó a gran parte de los sistemas políticos, llegó a su fin.
Los partidos políticos de masas cierran un ciclo en relación con las funciones que tenían de recolección del consenso y organización de la participación ciudadana. Ellos agotaron sus “funciones expresivas” referidas esencialmente a los recursos simbólicos y sus articulaciones, que todo partido o candidato construye y que usa como instrumentos de su propia legitimación. Dichas funciones expresivas de los partidos se desarrollaron como indicadores de los objetivos y modelos a seguir. Resulta un hecho que los partidos políticos se han convertido en redundantes, transformándose en estructuras accesorias y no indispensables para llevar a cabo aquellas funciones que en el pasado constituían su tarea principal.
Es posible identificar dos causas del declive partidario. Por un lado, el impulso de las redes sociales y el acceso masivo a internet ha hecho redundantes algunas funciones partidarias de tipo organizativo, de circulación de la información o de conocimientos sobre sus procesos internos. Las tecnologías de la comunicación han modificado las condiciones que permitieron el nacimiento y desarrollo de los partidos políticos. Por otro lado, el pronunciado proceso de personalización de la política que se ha desarrollado en México ha permitido la aparición de un modelo de “partido personal” al servicio de un líder, es el caso del partido Morena que irrumpió prepotentemente en la vida política nacional. La frecuente acusación que se dirige a los nuevos arribados al campo de la política es que representan una degeneración populista. No obstante, dicha organización es representativa, para bien y para mal, de nuevas formas de participación social.
Anticipando que la “institución partido” todavía resulta necesaria, la gran cuestión que se presenta ahora es entender cómo opera la sustitución de esta forma organizativa que fue proyección representativa de la sociedad civil, así como la nueva fisonomía política que adoptarán las dinámicas organizativas posteriores al partido.
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