Opinión

Orfeo y Eurídice

Orfeo pertenece a ese tipo de personajes mitológicos que, por alguna razón, han visitado el mundo de los muertos y han regresado para ver nuevamente la luz del sol. Odiseo, Heracles, Dioniso, Perséfone, en la mitología griega; Eneas, en la latina; Inanna o Ninhursag, en la sumeria, solo por mencionar a algunos, han descendido a las profundidades del infierno para cumplir una misión o realizar alguna tarea y, posteriormente, ascender nuevamente a la superficie.

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Orfeo y Eurídice/

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En la estructura narrativa de lo que J. Campbell denominó “el viaje del héroe”, común en las mitologías y en la literatura épica, existe un momento en el que el protagonista se adentra en lo más profundo y oscuro de su aventura, el lugar en donde se enfrenta con los peligros más desafiantes y no se sabe si podrá superarlos o morirá en el intento.

Al momento más crítico de la aventura, Campbell lo denomina el “vientre de la ballena”. Infinidad de relatos se refieren a personajes que han sido tragados por una ballena o un monstruo marino y desde adentro luchan por liberarse y regresar a la vida. Estar en el vientre de la ballena es un equivalente narrativo de haber bajado a los infiernos. El que logra vencer la oscuridad y regresar con éxito, lo hace transformado por el conocimiento de su propia experiencia.

Orfeo era hijo del rey de Tracia, Eagro, y de la musa Calíope. Desde su nacimiento, fue predilecto de Apolo, quien se dice que le regaló su lira y le enseñó a tocarla. Algunos piensan que fueron las propias Musas las encargadas de que Orfeo adquiriera esa destreza mágica para cantar y tocar el instrumento.

La música de Orfeo amansaba a las bestias salvajes, daba relajada quietud a la naturaleza y hasta los ríos detenían su curso para escucharlo.

Se cree que Orfeo fue un personaje mítico anterior a la Guerra de Troya y vivió al menos una generación antes que Odiseo. Conocía de hechizos mágicos y había aprendido los misterios de la Diosa, de cinco sacerdotisas, hijas de Rea, nacidas en el momento mismo del parto de Zeus. Se dedicó a predicar estas enseñanzas, que fueron conocidas como misterios órficos.

Acompañó a los argonautas en su viaje a la Cólquida, siendo de gran utilidad en algunos momentos críticos, como cuando atravesaron la Isla de las Sirenas. Jasón, el capitán del barco, le pidió a Orfeo que tocara sin parar sus maravillosas melodías mientras durara el trayecto en el que podía oírse el canto de las sirenas, para evitar que la tripulación fuera seducida por ellas.

Los argonautas, si acaso llegaron a escuchar las voces de las mujeres-aves, no les pusieron atención, porque quedaron hipnotizados por los acordes más altos y más dulces que salían de la lira de Orfeo. Así fue como Orfeo ayudó a superar uno, entre muchos, de los obstáculos que enfrentaron los argonautas.

A su regreso exitoso de esta aventura, Orfeo se enamoró de una ninfa llamada Eurídice. Al poco tiempo de la relación, Eurídice murió por la mordedura de una serpiente. Hay quien señala que la serpiente la atacó, poco antes de su boda, cuando caminaba por el campo con las Dríades, un grupo de ninfas compañeras de la novia. En otra versión se dice que Eurídice pisó accidentalmente a la serpiente que la mató, cuando huía de un intento de violación por parte de Aristeo, en un lugar cercano al río Peneo.

Orfeo no se resignó a la pérdida de su amada y decidió ir en busca de Eurídice al reino de los muertos, con la intención de regresarla a la vida.

Con el poder de su música, Orfeo eludió todos los obstáculos que Hades, el dios del inframundo, había puesto en el camino. Primero, encantó al barquero Caronte y lo convenció para que lo ayudara a atravesar el rio Estigia; luego, amansó a Cerbero, el terrible perro de tres cabezas, guardián de los infiernos; los tres jueces del Tártaro: Minos, Éaco y Radamantis, quedaron fascinados por la melancólica música que escuchaban, lo que hizo que suspendieran temporalmente los juicios para los recién llegados; finalmente, llegó hasta el mismísimo Hades, a quien suplicó que le permitiera a Eurídice regresar con él a la superficie.

Hades, conmovido por la pasión del prodigioso músico, aceptó que Eurídice regresara con Orfeo a su hogar en la tierra. Sólo le puso una condición: que cuando subieran por el sinuoso y oscuro camino hacia la superficie, Orfeo no debía mirar a atrás hasta que ambos hubiesen llegado a ver la luz del sol.

Eurídice caminaba el trayecto de ascenso, guiada solo por las notas que salían de la lira de su amado. A punto de alcanzar la superficie, Orfeo no pudo resistir y volteó para ver si Eurídice aún lo seguía. En ese momento, Eurídice cayó nuevamente a lo profundo de los infiernos, y fue entonces que la perdió para siempre.

Desconsolado y resentido con los dioses, Orfeo estableció su propio culto, que difería notablemente del culto a Dioniso, predominante en Tracia. En los misterios sagrados que predicaba Orfeo, las mujeres estaban excluidas. Proclamaba que Helios, el Sol, a quien identificó con Apolo, era el más grande de los dioses. Se piensa que la adoración de Orfeo al Sol es una influencia de su paso por Egipto. Algunos de los misterios del ritual órfico nunca fueron revelados.

Las disputas religiosas entre Orfeo y Dioniso hicieron que éste último enviara a sus más fieles seguidoras al templo de Apolo, donde oficiaba el primero, para atacarlo mortalmente. Las Ménades, también conocidas como Bacantes, irrumpieron embriagadas en el recinto, mataron a sus esposos y arrancaron uno por uno los miembros del cuerpo de Orfeo. Su cabeza fue arrojada al río Hebro, también conocido como Maritsa, en donde, sin dejar de cantar, la corriente la dirigió al mar. dirigió al mar. La cabeza de Orfeo llegó flotando hasta la isla de Lesbos, donde las mujeres de la isla la recogieron y empezaron a practicar, por vez, la poesía lírica. El resto de su cuerpo fue enterrado por las Musas al pie del Monte Olimpo y su lira colocada en el cielo, formando la constelación que lleva su nombre.

En otro relato se señala que Orfeo fue muerto por el rayo de Zeus, en represalia por haber revelado a los humanos los misterios de Apolo, Hécate y Deméter (R. Graves).

El mito de Orfeo y Eurídice, como todos los relatos de este tipo, admite múltiples lecturas e interpretaciones. En opinión de Irene Vallejo, autora de la deslumbrante obra El infinito en un junco, el regalo que Hades había hecho a Orfeo no era precisamente el regreso de Eurídice a la vida, sino su consejo: “no mires atrás. De espaldas no se puede hacer frente a la realidad”.O

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