La evolución política del mundo contemporáneo muestra que las democracias liberales, pluralistas y tolerantes que se fundamentan en el consenso más amplio de los ciudadanos no tienen una duración perpetua. En este momento diversos países formalmente democráticos tienen gobiernos que contradicen los valores, los procedimientos, las leyes y las instituciones que caracterizan a esta forma de gobierno. Con programas políticos centrados en el nacionalismo, el proteccionismo, el tradicionalismo y el conservadurismo han tomado el poder, identificando en las oposiciones a enemigos irreconciliables. Alrededor del planeta surgen movimientos antidemocráticos que integran gobiernos o participan en ellos. En tal contexto, Italia representa un caso especial porque recientemente se ha incorporado a este grupo de países guiados por la ultraderecha, a pesar de ser una República nacida, como su Constitución, de la lucha antifascista. Es la ruptura del orden democrático a través de partidos y movimientos que llegaron democráticamente al poder.
Para entender estos procesos de caída de una democracia, recordamos estos días el centenario del surgimiento del Fascismo en Italia, a partir de la “Marcha sobre Roma” convocada por Benito Mussolini para los días 27-30 de octubre de 1922. El régimen surgido del ataque a la democracia propiciado por los “camisas negras”, incluyó la persecución y la cárcel para socialistas y comunistas, el exilio permanente para muchos intelectuales, el linchamiento de opositores e incluso, el asesinato de integrantes del Parlamento. Otros opusieron al fascismo la resistencia armada. La reorganización del Estado inició neutralizando a las desconcertadas y apáticas oposiciones tanto al interior del movimiento fascista, como de las que se manifestaban en los partidos liberales. El Fascismo nació con la violencia, existió por medio de la violencia y se desarrolló adulando a la violencia más como un valor político que como un instrumento de acción.
La instauración de la dictadura fascista ocurrió paralelamente a la consagración de la autoridad personal y absoluta del Duce sobre su partido y el gobierno. La propaganda de masas jugó un papel importante en la difusión de la doctrina fascista. Paulatinamente se cancelaron las libertades civiles de reunión y expresión, mientras se suprimían a los partidos. Los periódicos opositores fueron objeto de sabotajes, secuestros y hostigamientos. Para ello se instauró un régimen policíaco que reservaba a las autoridades la acción rápida y enérgica para la represión de las actividades sospechosas. El ordenamiento político y jurídico del régimen se desarrolló en un plano ideológico y como técnica organizativa. El primero a través de los intelectuales que ofrecieron legitimación, mientras que el segundo desplegó una gestión autoritaria a través de la dictadura personal y la estructura corporativa del Estado sustentada en un clientelismo institucional. El fascismo postuló una reforma de la representación política donde los ciudadanos asumieron el rol de súbditos. Una vez abandonados los escrúpulos legales y constitucionales, Mussolini se planteó el problema de romper definitivamente con el régimen anterior para transformar radicalmente al Estado. La denominada República Social Italiana promovió el racismo, el antisemitismo y el colonialismo como elementos centrales de su ideología.
Por lo tanto, las preguntas respecto al amplio consenso social y político que reciben los regímenes autoritarios se imponen. ¿Cómo pudo el fascismo italiano sobrevivir durante 20 años?, ¿cuáles condiciones permitieron manipular a una entera sociedad por tanto tiempo? El consenso representa el acuerdo o la conformidad respecto a una situación determinada por parte de la colectividad. Puede ser un consenso libre o manipulado, pero a fin de cuentas es un consentimiento social que fortalece al régimen. Los gobiernos populistas que actualmente involucran a las masas y atentan contra la democracia encuentran inspiración en el ideario y las prácticas fascistas.
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