Hace unas semanas el sociólogo Pablo González Casanova cumplió cien años de vida. Su presencia activa en la vida académica y en el debate público del país es tan prolongada como su existencia.
Un siglo de vida en la que se conjugan por los menos tres aspectos notables: en primer lugar sus aportaciones tempranas al estudio de la democracia en México (su libro de 1965 precisamente con ese título es uno de los grandes clásicos mexicanos del siglo XX); en segundo término una larga y compleja labor universitaria que lo llevó a ser rector de la UNAM entre 1970 y 1972, a ser el más joven director de la entonces Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales entre 1957 y 1965, y a fundar en 1986 el el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, el cual dirigió por espacio de 14 años; y finalmente un tercer elemento lo representa el temperamento político e ideológico de izquierda, que con el paso de las décadas se fue robusteciendo y profundizando, de tal suerte que terminó por convertirse en un emblema del EZLN y en un defensor acérrimo de la Revolución Cubana, hasta hace muy poco.
Tenía 38 años en 1960, una década atrás se había doctorado en sociología en la Sorbona de París y dirigía la hoy Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, cuando al joven funcionario le encargaron un texto para reflexionar y hacer un balance sobre la evolución de la opinión pública nacional al cumplirse 50 años de la Revolución Mexicana. El texto formó parte de un libro en tres volúmenes publicado ese año por el Fondo de Cultura Económica. Rescato aquí algunas líneas de aquel ensayo para celebrar y recordar a nuestro intelectual centenario.
“El aumento de las vías de comunicación, la expansión del mercado interno, los grandes movimientos de la población a lo largo del territorio nacional, el crecimiento de la clase media y de la fuerza de trabajo dedicada a la industria, la reducción del analfabetismo y en particular el aumento de los medios de comunicación masiva, han acelerado el proceso de integración nacional y con ello han provocado un cambio en la estructura de la opinión pública”.
El texto comienza con un recuento de los principales cambios registrados en los medios de comunicación: un país, el de 1960, con “250 diarios y 750 semanarios”, con “250 radiodifusoras y 70 receptores de radio por cada mil habitantes”, y una naciente industria de la televisión que por entonces contaba apenas con “5 televisores por cada mil habitantes”, para un país cuyo analfabetismo había descendido de 70 a 35 por ciento entre 1910 y 1960.
“Hoy disponemos de recursos incomparablemente mayores que hace cincuenta años para la formación de una opinión pública nacional”. Sin embargo, de acuerdo con González Casanova, la aspiración de contar con una sociedad informada, crítica y activa, la construcción de una ciudadanía libre y participativa, autónoma en la manera de formar y expresar sus opiniones, prácticas políticas y hábitos culturales, se veía en 1960 como una meta remota.
Diversos factores contribuían a que así fuera, entre ellos, según expone en el texto, un desarrollo desigual en el país y la persistencia de grandes grupos de la población, inmensamente mayoritarios, marginados de los beneficios del desarrollo que trajo la Revolución Mexicana.
Se refería entonces a un “México dual”, a “dos Méxicos claramente diferenciados uno del otro”: el México que participa del desarrollo –con sus distintas clases sociales– manipula al México que no participa del desarrollo, con actitudes paternalistas en el mejor de los casos, y con actitudes de superioridad, malicia y autoritarismo en el peor”.
“La distancia política que hay entre estos dos Méxicos”, ponía las bases de lo que él llama un “paternalismo autoritario” del régimen, que le daba la espalda o bien utilizaba con fines políticos y electorales a “ese (otro) México que todavía está al margen de la historia”.
Tanto el partido en el poder, como las oposiciones de izquierda y derecha, los sindicatos y asociaciones empresariales, y la prensa, contribuían a perpetuar esta imposibilidad de construir una opinión pública nacional, plural y autoconsciente. “La distancia entre las palabras y la realidad, entre las teorías y los hechos, corresponde a la distancia cultural entre los gobernantes y los gobernados”.
“En las varias veces que ha perdido y recuperado su sentido, la Revolución Mexicano y los políticos y los oradores han distanciado o acercado la palabra y la realidad”.
“No podemos ignorar más que una serie de palabras y conceptos de la Revolución Mexicana carecen frecuentemente –a cincuenta años de vida– de la fuerza necesaria para formar u orientar la opinión pública. Expresiones como “justicia social”, “independencia económica”, “derechos sindicales”, “sufragio efectivo” vienen a no significar nada políticamente y son incapaces de orientar –como meras expresiones– a la opinión pública”.
“El caudillismo, el centralismo, el compadrazgo, el presidencialismo, el coronelismo”, seguían siendo en 1960, de acuerdo a González Casanova, los principales diques que obstaculizaban la construcción de una verdadera opinión pública cimentaba en ciudadanos libres, críticos e informados.
“La Revolución Mexicana necesita hacer lo que no ha hecho aún: una verdadera política de información masiva, una política en el uso de la palabra y el razonamiento. Porque la verdad es que a cincuenta años de la Revolución Mexicana ha surgido una opinión pública mucho más alerta y mucho más numerosa”.
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