En cualquier democracia los partidos políticos son una proyección representativa de la sociedad civil. Estas organizaciones desempeñan la importante tarea de intermediación entre los ciudadanos y las instituciones del Estado. La idea que la gente común tiene de los partidos es que ellos deberían representar y gestionar las necesidades de la ciudadanía. Existen sociedades donde los partidos efectivamente funcionan como estructuras de agregación y representación de los intereses, allí la dinámica política se caracteriza por una alternancia en el poder que moviliza los recursos simbólicos que ofrece la tradición democrática de libertad e igualdad para todos. No obstante, también ha crecido la percepción de que los partidos no representan más a los ciudadanos como ocurre en México. Sin la representación política de la pluralidad social un sistema de partidos simplemente no tiene razón de ser. Por ello, actualmente los principales adversarios de la democracia se concentran en un sistema de partidos incapaz de representar a la sociedad, por lo que los ciudadanos tienen voto pero no tienen voz.
A estas degeneraciones políticas contribuyen de manera especial los “partidos-satélite” cuya existencia desvirtúa la competencia electoral. Un ejemplo de la crisis de este sistema lo representa la esperada traición del denominado Partido Verde que a escasos días de las estratégicas elecciones en Coahuila anunció que abandona a su candidato para apoyar al oficialismo. Es un juego político sucio que ya se esperaba, no era cuestión de saber si el engaño ocurriría sino más bien cuando sucedería. En este caso un “partido ecologista” apoya a un candidato que no niega su afición por el sufrimiento animal y que además es uno de los empresarios mineros que más contribuye al deterioro ambiental. Es evidente la falta de principios de ese “partido atrapa-todo” que nació como un negocio familiar y así se mantiene. Los casos del PVEM y de otras organizaciones son solo una muestra de los retrocesos a que ha conducido el sistema de “partidos parásito” que se estableció en nuestro país, para simular la competencia política y la existencia de opciones alternativas.
En los últimos tiempos acontece una gran regresión política en México. Con la excusa de la modernización neoliberal un número creciente de partidos simplemente abandonaron sus identidades originarias. Celebrando el creciente consenso para ubicarse en el centro del espacio político, se establecieron formas tecnocráticas de gestión para las cuales la política no representaba la confrontación entre partes distintas sino simplemente la gestión neutral de los asuntos públicos. Nunca se dejó espacio a los ciudadanos para elegir entre proyectos políticos diferenciados lo que desnaturalizó nuestra democracia. Este fue el inicio del proceso de desafección de los ciudadanos respecto de las instituciones democráticas, que se manifiesta por medio del creciente abstencionismo electoral y el desinterés por la política. Durante este periodo los partidos tradicionales no se transformaron y entraron en declive mientras el populismo antidemocrático avanzaba.
Ahora resulta necesario restablecer la frontera entre la representación política ciudadana y los intereses partidistas, para recuperar y extender la democracia en nuestro país. Surgen nuevas demandas ciudadanas que no se corresponden más con sectores sociales definibles por su posición en la estructura social como la defensa del medioambiente y la paridad de derechos o la lucha contra el sexismo, la discriminación y otras formas de dominación. Este es el próximo conflicto social y político que proyecta la necesidad de una voluntad colectiva en defensa de la libertad y la justicia social. Por lo tanto, resulta necesario romper el antiguo consenso partidario que produjo pasividad e indiferencia social, para reafirmar el novedoso carácter militante de la política ciudadana dirigido principalmente a desarticular las prácticas sedimentadas del parasitismo partidario.
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