Opinión

Pequeños espacios para la paz

¿Qué pasa en la mente y el espíritu de israelíes y palestinos en estos momentos? Contesta Yuval Noah Harari; están llenas de su propio dolor y de su propio miedo. No queda siquiera espacio para reconocer el dolor del otro lado”. Los espectadores, los que estamos fuera del conflicto (aparentemente), “deberían hacer un esfuerzo por empatizar con todos los seres humanos implicados en el horror y que ahora mismo sufren, y ayudar a mantener un espacio de paz”.

Reconocer el dolor y luego ayudar a construir pequeños puentes de tranquilidad, tendría que ser la actitud de los gobiernos, ya no humanistas, ya no de izquierdas, sino mínimamente sensatos capaces de aprender las lecciones de la historia, especialmente la historia de oriente medio y capaces de reconocer el polvorín en el que estamos.

Partidos políticos, líderes gubernamentales, medios de comunicación, contingentes soliviantados, habitantes iracundos de las redes sociales poco abonan a ese fin, multiplicando las consignas y los prejuicios de cada bando, alejando así, los espacios de paz.

Mary Kaldor (una de las mayores expertas mundiales en estos asuntos) ha intervenido como se debe: la Carta de Naciones Unidas no es un trasto para ser usado a conveniencia, invocarla en algunos casos y olvidarla en otros. La prohibición de la guerra es un principio general, salvo cuando se trata del derecho de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado (art. 51). Pero del mismo modo son vigentes las leyes de la guerra (Derecho Internacional Humanitario) que establecen lo que se puede y lo que no se puede hacer durante un conflicto armado. Y esto vale, según Kaldor, para la respuesta de Ucrania a la invasión rusa 2022, como para la respuesta de Israel a los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023.

Solo con ese marco en mente, es posible construir los espacios de paz, incluso ante el tipo de violencia organizada que padecemos, en la cual los límites entre crimen organizado, violencia militar y violaciones a los derechos humanos han sido borrados... “las nuevas guerras son de hecho, una extraña mezcla de esas tres desgracias” (Christine Chinkin y Mary Kaldor. International Law and New Wars, Cambridge UP, 2017). Esto explica la saña en contra de la población civil: “a principios del siglo XX morían 8 militares por cada civil; a principios del siglo XXI, la relación se había invertido: 8 civiles por cada militar muerto”.

Por eso tiene tanto sentido la admonición de Biden (que no es Bush, ni Trump), el viernes, hacia Netanyahu: “Los terroristas atacan a civiles a propósito, los matan. Nosotros respetamos las leyes de la guerra. Es importante. Hay una diferencia”. En otras palabras: los países democráticos no matan a civiles, al menos, ese tendría que ser un objetivo.

Entendámonos: incluso en un entorno geopolítico que ha llegado a escenificar las mayores infamias y crueldades, las democracias tienen que atenerse a los valores que sustentan al derecho internacional tanto como al valor del diálogo, por difícil que sea o parezca.

Por eso, en estos momentos, no podemos abandonar (la izquierda internacional especialmente), a esos sectores ilustrados, moderados, racionales, que existen en Israel y que desde hace rato critican y advierten vehementemente en contra del abuso y la polarización de Netanyahu y su política interior y exterior. Deberíamos empezar a hablar (pienso Shlomo Ben Ami o David Grossman), difundirlos, acompañarles e intentar con ellos crear los pequeños espacios de paz.

Por tan manido que suene, en esa búsqueda está una de los componentes limítrofes, ya no entre democracia y tiranía, sino entre civilización y barbarie.

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