Opinión

Populismo Neoliberal

Voy a hacer una referencia mitológica pensando en el libro de Juan Eduardo Martínez Leyva, Mitos Clásicos y Sueños Públicos. La quimera era un monstruo mitológico, con cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón. Ese monstruo aventaba llamas. Usamos la palabra “quimera” para referirnos a un sueño vano, un concepto que choca con la realidad.

La idea de que el gobierno de López Obrador fue de izquierda es una quimera, y creo que varios de los elementos comprobatorios están en mi libro Populismo Neoliberal. No fue de izquierda en términos de política económica (hay una frase que se repite en el texto: en política económica el sustantivo es política y lo económico es sólo el adjetivo: aquí la clave es que en el gobierno de AMLO la política no se abordó en términos de disputa social, sino en función de objetivos electorales de corto plazo). Se trató de una política económica cortoplacista, en la que la inversión pública, tanto social como productiva, es puesta a un lado, a cambio de apoyos clientelares directos. El resultado, en los hechos, es pasar al mercado lo que antes estaba fuera de él. El caso más emblemático es el de salud: lo que antes otorgaban los servicios públicos, ahora -ante la caída del abasto de medicinas, de las consultas y de las cirugías- se compra, en parte con las ayudas del gobierno. La lógica de un Estado de Simibienestar.

No hay una nueva distribución, más equitativa, del poder. Al contrario, hay una centralización. El pleito casado con las organizaciones de la sociedad civil es una búsqueda de relaciones verticales. Se quiere que no haya organización ni intermediación para crear un vacío: que no haya nada que se interponga en una relación directa, pero profundamente desigual, entre el gobierno-padre y el pueblo-hijo.

Y, aunque la retórica oficial diga otra cosa, no existe la búsqueda de un Estado de Bienestar. Éste invierte, y el de México trae niveles de inversión similares a los de hace 80 años, cuando nuestra economía era sólo una fracción de lo que es ahora. Lo hace en infraestructura en general, no nada más en obras insignia. Tiene una gran inversión social, particularmente en salud, educación, obras urbanas y para el desarrollo agropecuario, cuidado del medio ambiente, cultura, deporte, etcétera. Y trata de que haya una carga fiscal que apunte a una mejor distribución del ingreso. En México, los corporativos más grandes siguen tan campantes.

Pero tener una mejor escuela, hospitales mejor equipados y con más posibilidad de dar consultas y hacer cirugías, mejor drenaje, pozos u obras de reconversión urbana no tiene los mismos efectos directos, como los que se sienten en el bolsillo, tampoco tiene los mismos efectos electorales.

Ha habido, sí, una mejoría en los ingresos salariales, que se ha traducido en una reducción de la pobreza por ingresos. Esa reducción, sin embargo, ha sido acompañada de un crecimiento de la pobreza por vulnerabilidades en acceso a los servicios de vivienda, de educación y de salud. La pobreza cambió de estilo, pero sabemos que lo más visible en lo inmediato son los ingresos. Y eso cuenta a la hora de votar.

El gobierno de AMLO cumple con todas las premisas del populismo moderno. Todas. Y eso se traduce, necesariamente, en una ofensiva contra la democracia: para distorsionarla desde adentro, como dice Nadia Urbinati en Yo, El Pueblo. Es lo que estamos viviendo estos días con la ofensiva contra el poder judicial.

Pero surge de nuevo la pregunta. ¿Importa a las mayorías la democracia? El libro empieza precisamente con ese tema: el desencanto de una gran parte de la población, en varias naciones del mundo, con una democracia que no tuvo eficiencia social.

El libro Populismo Neoliberal es una llamada de atención triple: sobre el hecho de que nos movemos hacia el autoritarismo (de manera cada vez más acelerada, como podemos ver en estos días); sobre la mentira de que se trata de un gobierno de izquierda, cuando ha tenido todos los tics moralinos y neoliberales (la obsesión con la austeridad fiscal-presupuestal y con el tipo de cambio, por dar los ejemplos más evidentes); y, subrayo, sobre la imposibilidad de una vuelta al pasado, que vale tanto para los sueños guajiros de regresar a los setenta como para los otros, igualmente guajiros, de regresar a tiempos más recientes, a las políticas y los políticos que propiciaron el advenimiento de esta ola populista en México.

Esa es otra quimera. Esas oscuras golondrinas no volverán. Habrá que hacer ejercicios de imaginación realista para responder a los retos de hoy.

Concluyo con un par de acotaciones, relativas a comentarios de Raúl Trejo en la presentación del libro. La primera tiene qué ver con la diferencia entre el presupuesto 2024 y los anteriores. Mientras que, en los primeros cinco años de AMLO, el gasto público tuvo un comportamiento inercial -sin importar que en medio se cruzara la pandemia de COVID-19, con sus consecuencias sanitarias y económicas-, en el último hubo un aumento notable de gasto y deuda, con el consiguiente déficit. No es que haya habido un cambio de rumbo: es simplemente el comportamiento típico del llamado “ciclo sexenal de negocios en México”. El último año de gobierno es el “de Hidalgo”, y siempre se incrementa el gasto: la novedad es que ahora fue estrictamente para apuntalar las victorias electorales. Y siempre, el primer año de gobierno (recuerdo hasta la “atonía” de 1971, cuando empezaba Echeverría) es de ajustes por los excesos del pasado inmediatísimo. Y de la deuda, lo que importa no es el tamaño, sino qué tan financiable es. La mexicana no tiene mayores problemas, a pesar de la irracional que fue no contratarla cuando era barata y necesaria (en tiempos de pandemia), y sí hacerlo cuando se había encarecido (en tiempos electorales).

La segunda, sobre la preocupación acerca de la aparente contradicción que hay entre hacer una política que apele a la razón y una política que apele a los sentimientos. Creo que está claro que, con los electorados de hoy -aunque es válido también para los de antes- una propuesta estrictamente racional no sirve. Hay que apelar a los sentimientos: la cuestión es cambiar el resentimiento y el revanchismo por una esperanza fundamentada. Parte de ello es hacer notar que la gente ha rechazado a los viejos neoliberales, pero también que quienes los han sustituido no son fundamentalmente diferentes en lo económico y, por su vena autoritaria, son peores en lo político. Es necesario poner los ojos en el futuro.

(Esta es una versión de mi intervención durante la presentación del libro Populismo Neoliberal, editado por Cal y Arena)

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