Mañana se cumplen veinte años desde que nos abandonó uno de los mayores teóricos de la democracia en el siglo XX, me refiero al pensador italiano Norberto Bobbio, cuya prolífica obra se extendió durante casi siete décadas y puede ser considerada como un espejo intelectual particularmente representativo de ese periodo. Existen dos fases de su reflexión política, la primera cubre desde el ascenso del fascismo hasta el final del último conflicto bélico mundial (1939-1945), mientras que la segunda coincide con el ciclo político que inicia con el nuevo ordenamiento democrático europeo y finaliza con el desencanto por las promesas no mantenidas de la democracia, derivada de la crisis del sistema tradicional de partidos (1950-1991). Una de sus contribuciones más significativas se refiere a la relación entre la cultura y la política, es decir, al papel que desempeñan los intelectuales en la sociedad.
El viejo programa dialéctico de la síntesis de los opuestos que dominaba la sociedad europea a inicios del siglo XX, que veía una contraposición permanente entre cultura y civilización, comunidad y sociedad, capitalismo y socialismo, democracia y dictadura, como únicos diagnósticos sobre la creciente barbarie en sociedades que apenas salían de una guerra para entrar en otra aún más sangrienta, proyectaba un síntoma del empobrecimiento que atravesaba la civilización occidental y que se resumía magistralmente en la denuncia llevada a cabo en 1927, por el escritor francés Julien Benda, para quien la “traición de los intelectuales” expresaba una creciente desilusión pública respecto de la cultura.
La obra de Norberto Bobbio representó un signo de los nuevos tiempos y se desarrolló en una época caracterizada por la organización intelectual del odio político y de la guerra civil ideológica. Frente a las grandes contraposiciones que produjo la “Guerra Fría”, identifica una solución representada por la transformación de la función de los intelectuales por medio de la promoción del diálogo entre diversas concepciones del mundo, desenmascarando las imposturas de los falsos profetas y neutralizando el dogmatismo de los ideólogos. Sustentándose en los clásicos del pensamiento jurídico y político (de Hobbes a Kelsen), así como en los autores más significativos de la cultura italiana (de Cattaneo a Croce), el profesor Bobbio desarrolló los cimientos para una cultura civil de carácter democrático. Su trabajo intelectual es comprometido e interesado en la vida pública, pero sin ninguna vocación por la militancia política.
Sus reflexiones contribuyeron al proyecto de “Humanización del Estado” donde confluyen el liberalismo (como doctrina que limita las injerencias del Estado), la democracia (como método para hacer coincidir la formación de la voluntad general con la voluntad de todos), el federalismo (como sistema de reorganización del Estado unitario), y el socialismo (como práctica para una efectiva redistribución de los poderes sociales dentro del marco institucional de la democracia). Norberto Bobbio es un pensador neoilustrado, un intelectual militante y un espectador comprometido. A él debemos la claridad respecto al importante tema de la responsabilidad de los intelectuales.
Sus análisis sobre los filósofos y pensadores se destacan porque identifica las categorías que evitan las polarizaciones ideológicas. Rechaza la distinción entre intelectuales tradicionales e intelectuales orgánicos porque producen falsas generalizaciones e inaceptables confusiones. En su lugar propone la distinción entre los ideólogos que proporcionan los principios-guía a la sociedad y los expertos que ofrecen los conocimientos y los medios para lograrlos. Por tal razón, la tarea de los eruditos es la de sembrar dudas y no la de recoger certezas. Para Bobbio el nuevo rol del intelectual se ubica en un punto medio entre los extremos de la “cultura politizada” y la “cultura apolítica”, porque justamente su función consiste en impulsar una “política de la cultura” que fortalezca el compromiso civil de los ciudadanos.
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