Opinión

El presidente grosero

El presidente López Obrador se queda corto en muchos aspectos, pero cuando se trata de insultar se vuela la barda. Es, para ofender, un bateador de poder. Puro bambinazo.

Es un presidente grosero, qué le vamos a hacer. Tiene una habilidad natural para ofender, quizá desarrollada a la hora del recreo en la primaria de Macuspana. Conforme ascendió en la pirámide del poder llegó a dominar el arte de insultar por ráfagas. Puede soltar mediana docena de insultos en un parpadeo. Si no contaran con el apoyo de las grabadoras, los reporteros no podrían seguirle el paso. El otro día, soltó seis epítetos en un nanosegundo, lo que seguramente es un récord. Les dijo: rateros, racistas, deshonestos, hipócritas, ladinos, simuladores a los ciudadanos que piensan asistir a la marcha dominical en defensa del INE.

No hay que olvidar que no suelta la lengua en un bar tomando micheladas, sino ante cámaras y micrófonos en Palacio Nacional. Que te insulte Andrés Manuel, a quien llaman el Peje, es una cosa, pero que lo haga el presidente López Obrador es otra cosa muy distinta. La investidura hace que los insultos se vayan hasta lo profundo del jardín central y en algunos casos hasta el Viaducto, como decían los cronistas deportivos de antaño.

No crea el lector que esta columna se trata de un señor grosero, no tendría sentido, se trata del hombre más poderoso del país que usa el insulto como arma política, lo que lo vuelve material de análisis. Los insultos son parte de una estrategia política que se fundamenta en la confrontación y en la creación cotidiana de nuevos enemigos para mantener hasta arriba, como si consumieran metanfetaminas, la combatividad de los suyos.

El presidente, a pesar de su inmenso poder y de ser el gandalla de la cuadra, se muestra a la opinión pública como un hombre a la defensiva, siempre a punto de perder la batalla, enfermo, muy enfermo, pero que saca fuerzas de quién sabe dónde para defender a la patria de grandes y feroces enemigos. No solo está a la defensiva y enfermo, sino que además es pobre, nunca tiene más de doscientos pesos en la cartera, carece de tarjetas de crédito, y ya está tramitando su pensión del ISSSTE para poder subsistir cuando deje el Palacio Nacional. Está en las últimas. Lo bueno es que disfruta las garnachas que no salen caras.

Hace todo eso para aparecer como un héroe que merece una estatua de mármol en el panteón cívico, o lo por lo menos que su imagen aparezca en las monografías que se usan en las primarias para ilustrar las tareas, o que se usaban en otros tiempos, no lo sé. Tener enemigos poderosos que lo acechan justifica excesos y abusos ya que él si está del lado correcto de la historia y pude exclamar, sin sonrojarse, eso de que “no me salgan con que la ley es la ley”.

Si ya convirtió a la CNDH en un florero, además de todo feo, pues puede convertir al INE en otro peor. Quiere dividir al país en dos bandos, el de los conservadores malos y el del pueblo bueno que él comanda y que está llevando al país a una gran transformación por la que vale decir y hacer cualquier barbaridad.

En suma, el país tiene un presidente grosero que se pasa de listo. Tal vez así lo describan en las monografías cuando en los años por venir algún historiador repare en los años siniestros y procaces que nos tocó vivir.

Copyright © 2022 La Crónica de Hoy .

Lo más relevante en México