Opinión

Primavera en Guatemala; invierno en Iowa

Ala misma hora en que miles de guatemaltecos se fueron a la cama este lunes casi al amanecer, después de permanecer más de 10 horas en la plaza del Congreso, para impedir que se consumara un golpe de Estado contra el presidente electo, Bernardo Arévalo de León;  otros tantos estadounidenses de Iowa se levantaban de la cama, conscientes de la atención mediática nacional ´por ser el primer estado en votar en las primarias de la larga campaña en Estados Unidos que culmina con las elecciones del primer martes de noviembre. Ganó Donald Trump por goleada.

Hubo momentos de euforia en ambos lados, separados por más de tres mil kilómetros de distancia. Muchos guatemaltecos seguían afónicos después de haber gritado de alegría al escuchar a Arévalo de León proclamar desde el balcón “el fin del autoritarismo” y “el comienzo de la primavera democrática” en el país centroamericano; y los iowanos conservadores, que votaron bajo un frío siberiano (con picos de -28 grados centígrados), se sentían felices, no sólo porque su candidato Trump sumó mas votos que sus rivales, sino porque "guiado por la sabiduría de Dios, demostró que está en lo cierto", como llegó a decir un hombre a la reportera de un canal nacional con el siguiente argumento: “¿Lo ven? Trump tiene razón: No hay calentamiento global; hace mucho frío; todo es un invento de los liberales y los comunistas”, aseguró satisfecho, sin pensar que el cambio climático está provocando fenómenos extremos, con picos de calor o frío, inundaciones o sequías, nunca registrados, como llevan alertando los científicos desde hace dos décadas.

El problema es que millones de estadounidenses, como este trumpista, niegan la evidencia —el cambio climático, las llamadas intimidatorias de Trump para revertir la victoria de Biden o el mérito de la ciencia para frenar la pandemia— y creen sin rechistar en el dogma y en los bulos conspiranoicos —el FBI orquestó el asalto al Capitolio, las vacunas portan microchips para espiarnos, Hillary Clinton pertenece a una secta pederasta...—, porque para muchos es más fácil creer lo que les conviene que la realidad empírica.

Esta es la explicación de por qué un criminal consumado como es Trump —quien en la campaña 2016 llegó a decir que "podría disparar a la gente en la Quinta Avenida y no perder votos"... y ganó— va a lograr cómodamente la candidatura presidencial republicana, y está en condiciones de regresar a la Casa Blanca, como anuncian las encuestas. Porque su aura de rebelde mal hablado y  desafiante, perseguido por el "malvado establishment", genera una extraña simpatía entre un número asombroso de estadounidenes, incluidos muchos que se identifican con razas que desprecia y que genera una pregunta inquietante: ¿Por qué ha crecido significativamente el número de hispanos y negros que piensan votar ahora por Trump, si es evidente que es un supremacista blanco que les da asco?

Consciente de su tirón popular y de que cuanto más pise los juzgados más apuntala su condición de "Robin Hood mujeriego y ladronzuelo", Trump se divierte asegurando que ganará las elecciones y que regresará a la Casa Blanca con ganas de venganza y más radical que nunca. Incluso admitió en una entrevista que le gustaría ser un "dictador por 24 horas", para risa de sus seguidores, que no advierten, o les da igual, que Trump lo que en el fondo quiere es ser un dictador a tiempo completo, como su admirado Vladimir Putin. 

Por tanto, ¿cómo es posible que un estadounidense con sentido común vote a un aspirante presidencial que pronunció la palabra-tabú dictador, si la clave del exito de Estados Unidos es, precisamente, que nació como una nación opuesta a la autocracia absolutista de las monarquías europeas, y redactó la primera Constitución para exisitieran, como en ninguna otra, contrapesos en el poder Legislativo y Judicial, y una prensa vigilante, para evitar cualquier tentación autoritaria del presidente?

Llegados a este punto, entre la primavera democrática guatemalteca y el invierno autocrático estadounidense que se avecina (si se cumplen los peores presagios dentro de diez meses), está, como un sandwich, México.

En su flanco sur, el nuevo presidente guatemalteco ha mostrado su entusiasmo por colaborar estrechamente y desde el respeto mutuo con México (con el presidente saliente y con la entrante) en todos los asuntos de interés binacional, entre ellos la crisis de los inmigrantes y la necesidad de destinar de forma urgente todo el dinero posible en seguridad y en oportunidades económicas para desincentivar las caravanas hacia EU. Dinero que Washington está dispuesto a dar generosamente a Guatemala, pero con la advertencia de que no se lo quede, como siempre ha ocurrido, la casta tradicional, la misma que intentó hasta el último minuto que no fuera investido el académico Arévalo de León.

El temor de los golpistas guatemaltecos está fundado. Arévalo de León ganó las elecciones el año pasado contra todo pronóstico porque rezuma honestidad y porque promete ser la bestia negra de la corrupción y del saqueo de las arcas; pero también porque es el hijo de Juan José Arévalo, el presidente que fue forzado al exilio en 1951, luego de tres años de gobierno recordado aún como la "primavera democrática".

Este fue el lema que resucitó el nuevo presidente de Guatemala la madrugada del lunes, y el que corearon emocionados miles de guatemaltecos, la mayoría jóvenes, pero también los indígenas que se plantaron durante tres meses en la plaza para defender al presidente electo de las maniobras golpistas y salvar con su protesta la democracia, confiados en la promesa del mandatario socialdemócrata que el Estado tiene una deuda histórica con ellos que va a reparar.

Pero si volteamos al norte de México, la situación es radicalmente opuesta, deprimente y peligrosa. 

En su discurso tras su aplastante victoria en Iowa, Trump no tardó ni cinco minutos en llamar a los inmigrantes “invasores” y en advertir que, “cuando sea presidente, voy a sellar la frontera”, porque un muro ya no es suficiente, y ordenará cerrar los pasos en la frontera terrestre más transitada y con más intercambio comercial del planeta, sin pensar que el daño catastrófico que ocasionaría a la economía de ambos países.

Todavía hay tiempo para impedir la tragedia global que supondría la vuelta al poder de Trump, como recordó alarmado este mismo martes el primer ministro canadiense, Justin Trudeau. 

Pero, por desgracia, no está en nuestras manos evitar que Trump regrese al poder, sino en la de los estadounidenses, muchos de ellos incapaces de entender la importancia de su voto y no acudirán el próximo 5 de noviembre a las casillas electorales, pese a la amenaza existencial que supone el regreso del magnate populista, para la nación y para el resto del mundo.

Ojalá tuvieran los estadounidenses la decencia, la empatía y la calidad democrática de los guatemaltecos que, pudiendo haber caído en la tentación de votar a un extremista y a un vendedor de promesas demagógicas (como hicieron los argentinos con la elección de Javier Milei), desafiaron a los poderosos fácticos de siempre y a sus herederos, como la excandidata presidencial ultraderechista, hija del ex dictador guatemalteco Efraín Ríos Montt, y eligieron al único de la contienda realmente democrático. 

Nada indica que esta primavera guatemalteca vaya a ocurrir en el vecino del norte. Nos quedan meses de mitines de Trump poniendo en la diana a las feministas, los ecologistas, los progresistas, mientras que rezumará odio racial a cualquiera con aspecto hispano, negro, judío, asiático o musulmán, lo que hace del todo incompresible que tantos miembros de estas minorías o sectores de la sociedad (especialmente preocupante los jóvenes) parezcan dispuestos a votar o a no impedir que gane el personaje político más peligroso de la era moderna.

Así que, llegados a este punto, la respuesta no es difícil: ¿Cuál de los dos países vecinos de México se ha convertido en una vulgar república bananera?

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