El doctor Fernando Cortés es uno de los académicos que con mayor seriedad han realizado estudios sobre la desigualdad en América Latina, pero también sobre la medición de la pobreza en México. De hecho, fue consejero del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), es investigador emérito del SNI y actualmente es investigador del Programa Universitario de Estudios del Desarrollo de la UNAM (PUED-UNAM).
El pasado miércoles 5 de marzo, presentó en el marco del Seminario de Altos Estudios del Desarrollo, los avances de un análisis relativo a la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares (estacional). Es un instrumento que ha desarrollado el INEGI, pero respecto del cual el Instituto ha aclarado que no es comparable con la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares (ENIGH), con base en la cual se lleva a cabo el análisis de la pobreza.
Las conclusiones son de suyo interesantes. En primer término, porque revelan que, a pesar de ser el mismo diseño muestral, el mismo operativo de campo y prácticamente el mismo periodo de levantamiento, el INEGI indique que ambos instrumentos no son comparables. Sería interesante conocer cuál es la razón técnica o metodológica de esto.
En segundo lugar, los resultados presentados por el Dr. Cortés señalan importantes diferencias en los resultados obtenidos a través de ambos instrumentos. En la ENIGH, con base en la cual se mide oficialmente la pobreza, los datos señalan que entre 2018 y 2020 hubo un incremento muy importante de personas en pobreza, pero que entre 2020 y 2022 se registró un avance muy importante.
Sin embargo, la ENIGH Estacional lleva a la construcción de una historia muy distinta, pues en sus resultados habría mucho menos personas en pobreza que en los datos de la ENIGH con que el CONEVAL estima la pobreza. De hecho, resulta de sumo interés que en la ENIGH estacional la reducción más importante de pobreza se da del 2018 al 2020; mientras que en la otra edición de la encuesta se da en el periodo ya señalado.
Más hallazgos: en lo que respecta a la pobreza extrema, en ambos instrumentos se confirma que es en el ámbito en que menos avances se han tenido; y que, por el contrario, las condiciones de las personas en peores condiciones no sólo no mejoraron, sino que se profundizaron de manera importante entre el 2018 y el 2022.
Asimismo, resulta que los avances que se han dado en la reducción de la pobreza son resultado de una aparente mejoría en los ingresos corrientes de las personas; y en ese marco, el mayor peso lo tienen los ingresos laborales. Es decir, pareciera que la política salarial de esta administración sí ha tenido un efecto relevante en la mejoría relativa de las condiciones de vida de millones de personas.
Esto lleva al otro tema altamente sensible, pues de acuerdo con los datos tanto de la ENIGH con que se realiza la medición de la pobreza como en la ENIGH estacional, lo que se muestra es que el efecto de los programas sociales en la reducción de la pobreza es relativamente marginal. Lo que indicaría que la ruta correcta debería ser, por un lado, mantener una política de recuperación de los salarios, la cual está llegando a su límite, para no tener efectos inflacionarios; pero por el otro, garantizar un nuevo ciclo de crecimiento económico sostenido, que permita mejorar los niveles salariales de la mayoría.
Ante tal cantidad de información, quedan sin embargo varios interrogantes que van de la reflexión académica y conceptual, a la relativa al diseño y operación de la política pública. En efecto, lo primero que sale a discusión es hasta dónde seguimos teniendo problemas irresueltos de medición de los ingresos, pues en los operativos de campo se establecen criterios de imputación de ingresos, respecto de la población más pobre, que caen en una enorme discrecionalidad que recaen en las y los encuestadores.
El segundo interrogante que es importante abordar, y que es de fondo, es qué explica que, en medio de la contracción económica del 2019 y 2020, se haya dado tan “espectacular” incremento en los ingresos de los hogares. Pues como ya se dijo, el efecto de los programas sociales es marginal, y lo que más pesa son tanto ingresos laborales como ingresos por negocios propios.
En ese rubro cabe la posibilidad que los hogares, como siempre ocurre en las crisis, hayan recurrido a estrategias de supervivencia que van, desde el incremento en el número de perceptores por hogar, o bien, recurrir al trabajo no remunerado, principalmente de mujeres, niñas y niños, lo cual no es improbable, y habría que medir su efecto; la venta o empeño de activos del hogar; o bien, el incremento en el número de horas trabajadas de la población ocupada.
Como ocurre en procesos tan complejos, a mayor cantidad de estudios y datos, surgen más preguntas y más cuestiones que deben resolverse. Pero una de las más interesantes es la planteada por el Dr. Fernando Cortés, en el sentido de si, ante los problemas serios que tenemos para captar apropiadamente los ingresos de los hogares, podría diseñarse una medición de pobreza independiente de los mismos.
La discusión está abierta, y los retos son mayúsculos, desde las cuestiones técnicas y conceptuales como las señaladas, como las otras de mayor calado, como lo es el diseño de una medición de la pobreza que responsa a los estándares constitucionales en materia de derechos humanos.
Investigador del PUED-UNAM
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