La mañanera de ayer, como todas las anteriores, fue una retahíla de señalamientos a los “enemigos” del proyecto “transformador” de Andrés Manuel López Obrador. Solo que ahora le subió tres rayitas, al acusar al Poder Judicial de “querer dar un golpe de Estado, neutralizando al Poder Ejecutivo.” Con esta queja número tres millones, el presidente llevó la polarización a un punto de difícil retorno.
La querella presidencial surgió porque un Juzgado de Distrito concedió la suspensión definitiva a la tala en cuatro tramos del Tren Maya. El amparo fue solicitado en su oportunidad por el Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA) y comunidades indígenas.
También ayer, las distintas empresas participantes en la construcción del Tren Maya rindieron un informe de avances y todo lo ahí presentado suena impresionante. Si una obra así se hubiera construido en otra zona, sería de aplaudirse, pero se lleva a cabo en zonas protegidas y no cuenta con las Manifestaciones de Impacto Ambiental obligatorias.
Así que el juez resolvió que no se pueden autorizar “los trabajos sin conocer las repercusiones que pueden ocasionarse con ella (la obra), en la inteligencia de que en muchas ocasiones los daños ambientales son irreparables.” De los riesgos al construir el tren sobre suelo calcáreo y la destrucción de los ríos subterráneos, ya ni hablemos.
Queda claro, pues, que el Poder Judicial no es el enemigo, ni el iniciador de un golpismo hacia la 4T y tampoco se opone a “las obras en beneficio del pueblo”. El Juez simplemente hizo su chamba: decidir de acuerdo con la ley que todos debemos cumplir, empezando por el primer mandatario.
Ayer fue un episodio más en los casi cinco años de peleas contra espantajos inventados por la 4T, siguiendo el manual de populista perfecto.
Desde el primer día de su gobierno, AMLO ha contaminado el ambiente social y político con su visión catastrofista, a través de la cual pretende justificar todos su actos. Ayer mismo aseveró que “no era una crisis (la del país), era una decadencia, un proceso de degradación progresiva en lo económico, en lo social, en lo político, en lo moral”.
Frente a tal condición nacional, López cree poseer el monopolio de la “pureza” de intenciones, por lo cual asume que está por encima de las leyes y las normas. Ni siquiera éstas le llegan a su “enorme” estatura moral. Vaya soberbia.
La superioridad moral, unida al catastrofismo llevan al inquilino de Palacio Nacional a empezar de cero todo aquello a lo que le pone el ojo, cueste lo que cueste y cuanto cueste. Nada de ajustar o mejorar, se trata de derruir para construir sobre bases “puras”. Qué mejores ejemplos que las ruinosas políticas de energía, salud y educación. Vaya mesianismo.
Para sustentar su gobierno errático, don Andrés ha recurrido a la construcción de una narrativa falsa, asignando causalidades donde no las hay. Posverdad que le dicen.
Ayer reclamó que la autoridad internacional de aviación, la FAA, no devuelva la categoría uno al sistema aeroportuario mexicano, siendo que ya no es “controlado por narcotraficantes”. No niego el contrabando ni la corrupción, pero nada tienen que ver con la verdadera causal de la degradación del sistema: el absurdo rediseño del espacio aéreo llevado a cabo a partir de la construcción del aeropuerto “Felipe Ángeles”.
A lo anterior se suma que el presidente depositó la Agencia Federal de Aviación Civil en manos de marinos y que la mayoría de los controladores aéreos del AICM fueron despedidos. Así las cosas, no se cumpla con la normatividad técnica y de seguridad exigida internacionalmente. Vaya ineptitud.
En su lógica populista, el presidente criminaliza a todo aquel que se atreva a preguntar por qué las cosas se hacen, polarizando a la sociedad un día sí y otro también. Los científicos, periodistas, medios de comunicación, académicos, clasemedieros, jueces y todo quien signifique un mínimo contrapeso, ya no son vistos como conciudadanos, sino como traidores. Vaya paranoia.
Mientras tanto, los delincuentes organizados que secuestran y extorsionan, matan y trasiegan droga, son objeto de abrazos. Vaya ceguera.
Los enemigos de la 4T no son los señalados por el presidente. Sus verdaderos enemigos son su soberbia, su ineptitud, su posverdad, su mesianismo, su opacidad, su paranoia, se ceguera, su manipulación… Su pequeñez como gobernante.
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