Al consultar --en el presente-- a los maestros, de educación primaria, comprobamos la dimensión –enorme—del desastre que trajo consigo la Nueva Escuela Mexicana. No se trata de buscar culpables, sino de ponderar con seriedad las consecuencias que tendrá esa reforma sobre el aprendizaje de los niños.
Existe un riesgo, grave, de que los alumnos de este nivel, al finalizar el ciclo escolar no hayan logrado sino mínimos –o nulos-- avances en escritura, aritmética, geografía e historia de México, formación cívica y ética, cultura universal, etc. lo cual dañará su formación y sus opciones de vida.
Hablo con seriedad. El problema principal en este año fue la imposición a los maestros de un galimatías pedagógico que muy pocos docentes asimilaron bien y lograron traducirlo en una práctica fluida y productiva que beneficiara la inteligencia de los pequeños. No hay precedentes de algo como esto: nunca lo docentes de primaria se han visto forzados a trabajar en condiciones tan adversas.
La fuente de estas dificultades no reside solo en la ausencia de capacitación entre los maestros. El problema es múltiple: es cierto que familiarizarse con la parafernalia pseudo- didáctica (comunidad, proyectos, campos, ejes, programas sintético y analítico, codiseño, etc.) es un desafío difícil de superar para el sentido común de docente. El problema más grave es imponer un nuevo y complejo modelo educativo a profesores conocedores, profesionales, que tienen en promedio veinte años de oficio; en esas condiciones, “reformatearlos” es real y virtualmente imposible.
Los profesores nunca aceptan entrar a un conflicto con las autoridades. Bajo ninguna circunstancia. Actúan así, primero, porque tienen un gran sentido de responsabilidad con los niños y con su profesión y, segundo, porque entre ellos hay un sentimiento arraigado de docilidad y sometimiento ante la burocracia educativa.
Esto explica la resignación pasiva que adoptaron ante la imposición de la Nueva Escuela Mexicana. En esa aceptación privó la ignorancia docente sobre el nuevo engranaje que operaría en las escuelas y la intuición de muchos de que “realmente” venía algo nuevo que satisfaría sus expectativas.
Pero una vez que enfrentaron la realidad, sobre todo con la llegada de los nuevos libros de texto gratuitos, muchos maestros quedaron perplejos y desorientados. No, no lograban digerir nada significativo del nuevo lenguaje pedagógico ni comprendían los términos de la nueva práctica docente. Cada nueva revelación despertaba en ellos un nuevo colapso de pánico.
¿Qué hacer ante esta situación tan compleja? Cualquier cosa, menos protestar. Primero, no hay organizaciones propias con las cuales vehicular la protesta, el SNTE y la CNTE son aparatos políticos ajenos a sus intereses. La protesta, por lo mismo, es algo prohibido y los maestros la juzgan como una locura. ¿Entonces? ¿Cómo proceder?
No hubo, desde luego, una respuesta única y uniforme, hubo muchas, diversas. Aquí trato de explicar la conducta predominante. El principal dilema moral, según he escuchado, fue: ¿Qué debo hacer para cumplir mi deber con los alumnos y, al mismo tiempo, cumplir con mis deberes laborales?
Las presiones directas que actuaban sobre los maestros no fueron, como se temía, muchas. En realidad, fueron muy pocos los directores de escuela que lograron asimilar la novedosa parafernalia de la NEM y los consejos técnicos escolares nunca funcionaron como se esperaba; cierto, hubo algunos supervisores que, para adular a las autoridades superiores, fingieron interesarse en el nuevo modelo.
En estas condiciones, los maestros han gozado de importantes grados de libertad, lo cual explica que se haya generalizado el utilizar libros de texto de años anteriores, que se haga caso omiso de los libros de texto oficiales o solo los utilizan parcialmente, que disponen de libros de texto no oficiales (comerciales), que no han tenido ninguna actividad en su comunidad, que no realizan el sistema de asambleas para tomar decisiones, que solo han utilizado algunos proyectos, etc.
Este año escolar, se puede anticipar, está condenado al fracaso, un fracaso cuyos efectos, necesariamente, han de multiplicarse sobre todas las generaciones que asisten a educación básica y por el rezago acumulado causado por la pandemia. Lamentablemente, el sistema educativo se hundirá un poco más de lo que estaba el año pasado.
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