Opinión
Guillermo Puente Ordorica

De Los Recuerdos del Porvenir

En buena medida las dos centurias anteriores y en lo que va del siglo XXI, se puede hablar de largos periodos de apuntalamiento del capitalismo hasta el día de hoy, y de la disputa con sus antagonistas de izquierdas (socialistas, comunistas y anarquistas, entre otros) que intentaron cambiar el modo de producción a través de diversos medios pacíficos y otros no tanto, como el recurso a la violencia. 

Movimientos revolucionarios de cambio para dar lugar a una organización política, económica, social y cultural de una forma distinta y ajena al capitalismo. Se hablaba incluso de la abolición de la propiedad privada y de las clases sociales en la teoría.

Como sabemos, todos esos movimientos de cambio que propugnaban la dictadura del proletariado y el fin del capitalismo, fueron sistemáticamente derrotados e incluso llevados al desprestigio con el supuesto fin de la historia basado en el colapso de la Unión Soviética y el llamado socialismo real. 

Hablar o pensar en las izquierdas, particularmente de sus corrientes filosóficas como el marxismo, se volvieron tabú y una palabra amenazante de las buenas conciencias.

No siendo el único ejemplo posible, cabe recordar que en Estados Unidos, en la década de los años cincuenta, tuvo lugar la persecución de cualquier vestigio de izquierda a través de las prácticas de una política sistemática de erradicación conocida como el macartismo. 

Probablemente la lección más dolorosa de los movimientos revolucionarios consista en que en realidad no consiguieron los cambios perseguidos, y en general, los iniciadores de esos movimientos no resultaron triunfadores, ni tampoco sus idearios de transformación. Por el contrario, las revoluciones acabaron consolidando el estado de cosas que buscaban alterar, perpetuando privilegios, burocratizando la actividad política económica y social, agudizando la ineficiencia, la censura y la limitación, si no es que cancelando, las libertades de los individuos. 

Desde luego eso no significó que no se hubieran logrado conquistar derechos sociales e individuales en favor de los trabajadores, los campesinos y de las personas en general. Las clases gobernantes se vieron orilladas a operar cambios que respondieran a esas demandas, no por bondad, forzados por las circunstancias.

El estallido de la primera guerra mundial puso fin al sueño de la unión de la clase proletaria universal, cuando los trabajadores acabaron engrosando las filas de los ejércitos de las potencias en pugna y peleando en favor de intereses en buena medida imperialistas y, claro está, capitalistas. 

El resto del siglo XX, después de una segunda conflagración mundial que sembró las raíces de otro tipo de intereses de dominación en el marco de una guerra posterior, que se calificó de fría, alentó el conflicto indirecto entre dos superpotencias que poco a poco se volvieron irreconciliables y reclamaron al resto del mundo tomar partido. 

Las dos superpotencias con ideologías enfrentadas, delinearon la pugna de las ideas, de los movimientos políticos y sociales, dejando escaso margen al cambio. Es un periodo de alineamientos que anuló virtualmente los espacios de disidencia y pluralismo. Como ya hemos dicho en anteriores colaboraciones, las izquierdas fueron contenidas, reprimidas o cooptadas. En general, las vías de acceso a la vida política de los movimientos progresistas de cambio fueron literalmente canceladas.

Hacia el final del siglo XX, la desaparición y descrédito de uno de los polos contendientes dejó cancha abierta al prevaleciente para avanzar sin obstáculos. A partir de ello, como ya se dijo, se pregona el fin de la historia y se promueve la globalización económica del mundo, bajo la premisa de que el mercado libre traería prosperidad compartida, de la mano del comercio global y la eficiencia tecnológica, en el que las empresas hablaban de mayor producción sobre la base de las ventajas comparativas de cada país. 

En el fondo y al paso de los años, no otra cosa sino la producción de mayor riqueza concentrada en pocas manos, la depauperización de amplias capas poblacionales en diferentes países; las ventajas comparativas fundamentalmente consistieron en recurrir a países en los que los salarios deprimidos y los recursos naturales permitían abaratar costos para producir más y maximizar las ganancias -para los dueños de los medios de producción, por usar términos que estuvieron en boga y luego desprestigiados por las razones explicadas. 

En la base, esa globalización económica hizo prevalecer el modelo neoliberal, que ahora sabemos bien que produce riqueza, la concentra y no la reparte de manera equitativa, y también produce más pobreza. Parece claro que el mercado libre no cumple esa función y entiende a las personas y a las sociedades como agentes económicos.

En Los Recuerdos del Porvenir, la gran novela de Elena Garro, de la que esta columna ha tomado prestado el título, el narrador de las desventuras y de los episodios en los que se mezclan la crueldad y la fe, la pasión y el odio, la mentira y la perfidia, entre otros elementos, es el pueblo imaginario de Ixtepec que habla sentado sobre una piedra. 

Si la aldea global se sentara a narrarnos sus recuerdos del porvenir, muy seguramente escucharíamos una poderosa fábula de las heridas históricas del sistema internacional y de una época.

gpordorica@gmail.com