Me pregunto si el resto de la gente en el mundo es tan outspoken, o sea, abierta como suelo serlo yo. Acaso lo mío no es normal y padezco algo parecido al mal de Tourette, pero sin tics, y manifiesto de pronto lo que pienso, sin vallas. A un grupo de estudios sobre la democracia en el que me encuentro hace añales, formado por gente que admiro y respeto mucho, le reclamé en un mensaje de mail por qué se había decidido no acudir como una agrupación a la marcha del domingo 19 de mayo. También reproché que, muy de vez en cuando, hago preguntas por el mismo medio y nadie me contesta, como si le hablara a Dios. Ese día, llevaba tres sin zamparme mi antedepresivo (soy depresiva crónica). No me había dado cuenta de ello, en aras de correr a trabajar sobre algo o de terminar de leer un libro para mis clases o de quién sabe qué demonios. Fue un autoboicot, porque bien sé que, cuando me ha ocurrido eso, muy de uvas a peras, me encolerizo. Discutí por teléfono con mi hijo y luego reclame en Twitter (X) al Gobierno de la cCudad que en la exposición de exilio español hubiera exhibida una fotografía de “las Gomís”, donde aparecen mi mamá, mi hermana Pepita y su hija Julieta. ¿Y yo qué? Ni mi sobrino Héctor, ni mi sobrina, ni mi hijo vivieron en el “país”en el que a mí me tocó vivir con mis padres: el país del exilio, aunque nací añós después de que llegaran a México. He escrito dos cuentos, publicados ambos, y una novela (Plaza y Janés, 2002), titulada “Ya sabes mi paradero”. Me quejé amargamente con el Ateneo Español, organizador de los 85 años del exilio español, porque no me invitaron a participar en las mesas redondas respecto al tema en el Colegio de México. El ateneo, al que “arrobé”, como lo hice con el gobierno de la Ciudad y el Colmex, me contestó muy amablemente. Para ese momento la farmacia me había traído mi medicina antidepresiva, que me tragué de inmediato. Dejé de comportarme como basilisco hacia la tarde, porque además daba un clases.
Entiendo ahora a mis amigos que decidieron que no nos congregáramos en la marcha. Cada uno asistirá de “motu proprio”, sin el cobijo de la agrupación, que se mantiene apartidista, aunque en lo personal, claro, cada uno haya tomado una decisión para el 2 de junio y sé que muchos coincidiremos. Como me escribió un representante de la Junta de esa comunidad que se reune por la democracia, un economista a quien mucho admiro, nunca se ha apoyado ninguna candidatura desde esa tribuna. “Así ha sido desde su conformación. Cuando las marchas fueron exclusivamente en defensa de las reglas democráticas” se convocó. “Tampoco se deslinda de la manifestación (del 19 de mayo) que es legítima, pero esta vez no auspiciada por nosotros.”
La próxima manifestación la apoya la Coalición de PRI,PAN y PRD y serán oradores la candidata a la presidencia de Fuerza y Corazón por México, Xóchitl Gálvez, y Santiago Taboada, candidato del PAN a la jefatura del gobierno de la Ciudad de México.
También, creo yo, habrá miles de participantes de la llamada “marea rosa” que se conciben a sí mismos como oposición a Morena, al presidente morenista de la república, Andrés Manuel López Obrador y a su candidata, su “criatura”, Claudia Sheinbaum, como la llama Marco Levario Turcott de la revista “Etcétera”.
Como todo lo expreso, me decanté desde meses atrás, en este diario, por Xóchitl Gálvez para la presidencia y, por otro lado, me gustan mucho las propuestas de Salomón Chertorivski, a pesar de Movimiento Ciudadano, partido en el que extrañamente milita. Salomón es brillante y siempre ha hecho espléndido papel en los cargos que ha tenido.
¿Y ahora qué digo? ¿Les cuento de las manifestaciones de la depresión y de su lenguaje? Por lo pronto en esta “selfie” abordé el brote iracundo de tres días de abstinencia de antidepresivo. Por fortuna ese mismo lunes me pasé con café tempranero mi dosis de venlafaxima y por la noche tuve sesión con mi psiquiatra psicoanalista.
Abordo este tema, porque, en general, la gente lo omite. Aún, en 2024 existen temores y malinterpretaciones de los confictos de la psique, cuando son parte esencial de nuestra vida. Muchos dicen “no creo en el psicoanálisis” como si se tratará de una religión. En especial, los hombres. Cuando padecí lo que yo llamo “mi gran depresión” en Nueva York, donde mi marido y yo realizábamos nuestros posgrados, caminé con él dos horas por las calles del Village para explicarle que me trataría con un psiquiatra, recomendado por una amiga psicoanalista que estudiaba conmigo literatura comparada en la Universidad de Nueva York. Salvador, hijo de médico, se puso furioso, mientras ésta que escribe languidecía de una angustia de los mil demonios y de densa tristeza. De veras estaba segura de que me volvería loca.
Finalmente acudí al psiquiatra, a quien le dije de sopetón “vengo a que me interne” y él me contestó que primero le contara mis cuitas. Al final de la sesión me explicó que sufría de depresión y que con medicinas y psicoterapia atenderíamos el problema. El seguro de gastos médicos de la UNAM pagó mi tratamiento (no le cuenten a López Obrador, porque podría querer cobrarme) . Salvador tuvo una sesión con el psiquiatra y se quedó tranquilo. Alguna vez, mucho tiempo después, él mismo buscó a un psicoterapeuta , no en Nueva York sino ya en México.
Ayer mismo hable con una ex adjunta, amiga en realidad, que se casó con un suizo y vive en Ginebra desde hace siete años. Hace poco tuvo un aguda depresión por haberse mudado a otro país, tener que hablar en alemán y demás cambios en su vida. Me sorpendió que las sesiones con su psicoterapeuta sean por Zoom y que se trata con una psiquiatra mexicana. Lo que no le pregunté es si la había medicado y cómo se hacía de recetas para adquirir las medicinas.
En fin, toda esta perorata surgió de mi comportamiento anómalo y un poco pendenciero el lunes pasado debido la falta de antidepresivo. Mi recomendación para quien deba ingerirlos, bajo estricta supervisión médica, es que corran a la farmacia cuando estén a punto de terminarse el medicamento.
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