Opinión

Los seres humanos son depredadores

Recojo, de nuevo, como en mi crónica del neurólogo Oliver Sacks, un tema alejado de la política, de la pre campañas abrumantes de los posibles candidatos. Mi interés hoy se centra en el patólogo mexicano, Francisco González Crussi, profesor emérito de la Universidad de Northwestern del estado de Illiniois. Yo quería, a toda costa, recuperar un ensayo del médico-escritor que me impresionó hace años y ahora que lo releí, me intrigó y me gustó aún más. Lo había perdido en la historia de mis mudanzas y acudí a mi amiga Malva Flores, doctora en letras y profesora e investigadora de la Universidad Veracruzana, amén de extraordinaria poeta. Malva siempre me sorprende por su capacidad de trabajo, por su enorme inteligencia y porque encima ve partidos de futbol soccer y de béisbol. En el 2020 publicó un libro muy extenso y preciso, Estrella de dos puntas: crónica de una amistad. Se refiere a la relación amistosa e intelectual de dos grandísimos escritores mexicanos: Octavio Paz y Carlos Fuentes. Aborda sus coincidencias y las aparentes diferencias políticas entre ellos. Con el tiempo creo que ambos coincidían muchísimo más de lo que se pensaba. El libro le valió a Malva el premio Xavier Villaurrutia, sustentado por otros libros suyos de ensayos y por su poesía. Hago toda esta introducción, a pesar de que mi propósito aquí es deambular por los escritos magníficos del patólogo Francisco González Crussi, quien desde hace mucho radica en Estados Unidos, porque gracias a la acuciosa labor investigativa de Malva Flores obtuve un ensayo que he buscado por años. Como escribí líneas arriba, quería recuperar “Nuestra natural inclinación a depredar” y que apareció en la revista Paréntesis dirigida por otro espléndido poeta, Aurelio Asiain. Esta revista, la que incluye el texto de González Crussi, se publicó en 2001. En ese entonces leía por primera vez al patólogo mexicano. He repetido una y otra vez en mis clases de qué trata el ensayo a lo largo del tiempo, y siempre lamenté haber perdido ese número de la revista Paréntesis, hasta que le pregunté a Malva Flores por si acaso ella lo tendría, debido a su investigación actual sobre la revistas culturales. Se lo pedí y ,en menos de cinco minutos, tenía en mi bandeja de entrada de gmail el trabajo del doctor González Crussí.

Mi afición por “Nuestra natural inclinación a depredar”, desde que lo leí por vez primera, me acercó a un escritor sui géneris, especialista en patología, conocedor de pintura, de filosofía y de la naturaleza humana. Inicia el estudio sobre los seres humanos y por su tendencia a la voracidad, por comerse a otras especies. Parte de los insectos y gusanos han deleitado a hombres y mujeres, según su cultura, como los gusanos de maguey, las hormigas, incluso las langostas que son como grillos. Crussí evoca las prohibiciones religiosas, como la carne de cerdo entre los judíos y los árabes, mientras que en China son un alimento preciado, como algunas víboras y también otro tipo de insectos, en lo que desprecian los productos lácteos. Aborda el médico situaciones brutales, de vida o muerte, en las que el homo sapiens se ha comido a algunos congéneres para subsistir. Hace unos días, por cierto, se descubrió a una pareja que vendía carne humana en restaurantes finos, sin decir, claro, de dónde provenía el producto, que conseguían asesinando a sus víctimas. Se han registrado a lo largo de la historia las acciones de caníbales en el mundo “civilizado” y entre grupos primitivos.

El doctor González Crussí cuenta que, cuando era un estudiante de patología, un médico quiso jugarle una mala pasada al mostrarle una formación nauseabunda proveniente del estómago de una joven que se comía pelos de su cabeza, hasta que formó un bezoar, un tricobezoar, parecido a los que en otros siglos se consideró como una piedra de buena suerte y que crecía dentro de algunos mamíferos. Los reyes tuvieron bezoares montados en anillos, puesto que se aseguraba que tenían propiedades curativas. “El bezoar oriental, extraído del cuarto estómago de las cabras o de las gacelas de Siria y Persia era muy apreciado”, dice el patólogo mexicano.

El caso más extremo que en este ensayo refiere el autor es el de un inconmovible general chino, cuyo hijo ha sido atrapado por los soldados de una ciudad en estado sitio, a la que el militar debe vencer. El hijo se suicida a sabiendas de que su padre no dará su brazo a torcer por nada ni nadie. Al día siguiente los de la ciudad sitiada le sirven al general la cabeza cocinada de su hijo para rendirlo. El hombre se la come, pero no lo vencen . El monarca que mandó sitiar a la ciudad decide no poner al general al frente de todos sus ejércitos porque era mal padre, porque cómo confiar en alguien que se come la cabeza de su propio hijo.

Referido por mí el ensayo de González Crussí, nacido en la ciudad de México en 1936, dista años luz de la intensidad de la prosa del médico. Además, sin la acuciosa investigación y las notas al pie de página, el trabajo pierde genialidad. Pero valga el contarlo para que los posibles lectores lean a González Crussí.

El patólogo ha publicado en Letras Libres, Nexos, Revista de la Universidad de México y en importantes suplementos culturales. Es autor de Notas de un anatomista (1990) publicado por el Fondo de Cultura Económica, Partir es morir un poco, UNAM, (1996), Mors repentina. Ensayos sobre la grandeza y miseria del cuerpo humano (2001) en Verdehalago, La fábrica del cuerpo (2006) Turner-Ortega &Ortiz, Remedios de antaño. Episodios de la historia de la medicina (2012) Fondo de Cultura Económica, La enfermedad del amor (2020), Penguin Random House, Las folías del sexo, ideas y creencias sobre el sistema genital (2020), entre otro libros que llevan a una reflexión profunda sobre el cuerpo, la vida, la no vida y las enfermedades que marcan nuestros comportamientos. González Crussí revela de qué estamos hechos los seres humanos, la alquimia de nuestras entidades corpóreas, muestra nuestras apetencias, nuestra relación con la naturaleza y con el desconcierto de la enfermedad en nuestras vidas.

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