Opinión

El Servicio Exterior mexicano, la convivencia y la salud mental

En el ensayo biográfico “Sergio Pitol con pasaporte negro”, escrito por Juan Villoro, y publicado en el segundo tomo del libro Escritores en la diplomacia mexicana (SRE, 2000), hay una referencia notable al tipo de desencuentros y malquerencias que tradicionalmente se han dado entre algunos funcionarios de nuestras representaciones diplomáticas en el exterior. Lo cito en extenso porque me parece que explica por lo menos la mitad de lo recién ocurrido en el Consulado General de México en Shanghái.

Todo conocimiento tiene un poder rebelde porque a la primera persona que debe convencer es al científico mismo, dice Juan Villoro

Todo conocimiento tiene un poder rebelde porque a la primera persona que debe convencer es al científico mismo, dice Juan Villoro

“El mundo de las oficinas no parece ideal para alguien (como Sergio Pitol) predispuesto al viaje y enemigo de los protocolos y los valores establecidos. Como tantos colegas antes que él, en su ingreso a la diplomacia padece el infierno de las intrigas y las ponzoñas que a veces transforman una legación en una aldea rencorosa, donde se dirimen rencillas atávicas, como si un escritorio perteneciera a la estirpe de Sayula y el de enfrente al odiado linaje del vecino Zapotlán. Su trato con los embajadores resulta inmejorable, pero no siempre se adapta a los oficinistas de medio pelo que carecen de otra ocupación intelectual que perfumar sus pañuelos”.

“Varios años después, cuando Pitol es consejero cultural en Budapest, la Secretaría solicita a sus miembros que opinen sobre sus condiciones de trabajo. Un apartado pide una evaluación de las relaciones con los demás miembros de la embajada, en una escala del cero al diez. Pitol se niega a responder, y se limita a escribir: “…”

“Aunque no desea particularizar sus molestias, en ese mismo informe escribe:

«Hay un punto que siento que no se ha tratado de la manera conveniente: creo que debe buscarse la manera de crear la formas para que reine la mayor armonía entre el personal de las Embajadas y los Consulados. Es frecuente oír hablar de los conflictos existentes entre los miembros de una u otra de las Misiones Diplomáticas Mexicanas. A mi juicio, esto se corregiría si los miembros de carrera no se sintieran en ocasiones los monopolizadores del Servicio».

“Pitol padece las intrigas de ciertos miembros de base, algo bastante absurdo en aquellos años en los que la «carrera» diplomática no derivaba de los estudios sino de un muy elemental examen de ingreso y del suficiente tesón para pasar de un cargo ínfimo a otros superiores. En 1980, cuando la Secretaría de Relaciones Exteriores ya había creado un verdadero sistema de carrera, Sergio Pitol aprobó con éxito sus exámenes de regularización. De cualquier forma, durante mucho tiempo se las tuvo que ver con el clima de segregación de un falso sistema de méritos, donde los miembros «de carrera» repudiaban a los que eran «a la carrera». En aquel informe de Budapest, puntualiza un consejero cultural que ya ha conocido cuatro embajadas:

«Atenido a mi propia experiencia debo señalar que ninguno de los embajadores con quienes he tenido el honor de trabajar han mantenido actitudes de este tipo (discriminación), pero en cambio las he visto en funcionarios menores, que resuman frustraciones y amarguras, quienes ven al funcionario recién incorporado como un rival potencial y aún a veces como un enemigo»

“Por fortuna, la literatura se alimenta de las zonas quebradas de la vida, y la galería de funcionarios menores y resentidos que Pitol conoce en el Servicio Exterior le brindará algunos de los personajes que tres décadas más tarde poblarán su Trilogía del Carnaval”.

“Desde su encomienda en Belgrado en 1968, Pitol se fija una espartana disciplina interior para no caer en las provocaciones del funcionario tlaxcalteca que lo reclama como aliado en una guerra florida de baja intensidad contra el funcionario azteca”.

2.

Hasta aquí la cita de Villoro. Desconozco las razones por las que escaló hasta hacerse viral el desencuentro entre el Cónsul General de México en Shanghái, Miguel Ángel Isidro, y el Cónsul Adscrito Leopoldo Michel, ambos miembros del Servicio Exterior Mexicano (SEM) con décadas de experiencia a cuestas. Creo inferir en cambio un par de elementos que nos ayudarían a repensar lo ocurrido.

A diferencia de muchas otras reyertas en un pasado rijoso que acumula décadas de encontronazos y maledicencias en las Embajadas, los Consulados, o las oficinas centrales de la cancillería -y una actualidad en la que probablemente se libren otras batallas de no poca monta- ésta última tuvo la desgracia de empañar la tradición diplomática mexicana hasta reducirla a un espectáculo más en la era del TikTok.

Quien haya subido a las redes sociales el video de marras -y supongo que no sería difícil dar con el responsable- cometió sino un delito sí un acto de irresponsabilidad mayor en abierto desacato de la Ley del Servicio Exterior Mexicano, que obliga a sus funcionarios a la discreción entendida como un asunto de Estado. El acto mismo de haberlo circulado expresa que en esta nueva guerra florida librada en el lejano oriente hay dos bandos y un gran encono acumulado.

La SRE tiene instancias para dirimir estos casos y sancionar los actos de acoso o violencia laboral, y si bien tengo entendido que esta nueva disputa -y particularmente la incontinencia temperamental del ministro Michel- ya se habían canalizado por las vías institucionales, la lentitud, el desinterés, o la apatía para desactivar esta bomba provocó que finalmente estallara en las manos de todos, hasta desacreditar injustamente a nuestra diplomacia y obtener la efímera atención de la opinión pública mexicana a costa del desprestigio para una institución de gobierno mexicana que cuenta con un servicio profesional de carrera altamente capacitado, disciplinado y competente, como sólo lo tienen nuestras fuerzas armadas.

Me pregunto qué resultados arrojaría si se aplicara nuevamente entre el personal de la SRE la encuesta sobre convivencia laboral que respondió Sergio Pitol como funcionario de la Embajada de México en Hungría hace más de medio siglo, y si acaso no es el tiempo de encontrar nuevos mecanismos institucionales para atender algo que no puede ya ocultarse.

3.

Hay otro elemento aún más delicado a tomar en cuenta a la hora de pensar en este nuevo incidente: la salud mental de los funcionarios de la cancillería destinados a una representación en el extranjero.

Aquí nuevamente estamos frente a un largo historial -muy poco o nada documentado- en el que ha sido recurrente el colapso nervioso de funcionarios a la postre diagnosticados con trastornos diversos, que van de la depresión profunda, a la ansiedad compulsiva o la bipolaridad, y que les ha llevado de la parálisis y la disfuncionalidad laboral, al franco y peligroso brote psicótico, o aún a los intentos suicidas.

Al parecer la lejanía, la soledad, las crisis familiares, y el enfrentamiento a lo que vamos llamar por esta vez “la otredad inhóspita de la extranjería”, han sido caldo de cultivo para que el del quiebre de la salud emocional de algunos funcionarios sea un tema recurrente y ya no sólo excepcional. Por contados que puedan ser dichos casos, siendo algo que se ha repetido a lo largo de las décadas, ameritaría diseñar nuevos mecanismos para su pronta detección y su correcto tratamiento -no sólo en términos médicos- sino también a la hora de considerar nombramientos, permanencias y traslados de funcionarios mexicanos destinados a lo largo y ancho del planeta. Me pregunto si no sería oportuno poner mayor atención a los temas relacionados a la salud mental de nuestros diplomáticos, para evitar casos lamentables como el ocurrido en Shanghái.

Todo parece indicar que el del ministro Leopoldo Michel, un hombre inteligentísimo, culto, de una probada lealtad al servicio mexicano, pudo tener otro desenlace si se hubiera tomado en cuenta hace mucho tiempo la variable de la salud mental y si hubiera mecanismos más expeditos y eficientes para desactivar a tiempo las guerras floridas ente los de Sayula y los de Zapotlán a las que se refirió Juan Villoro. El linchamiento público al que se ha visto sometido, las sanciones que al parecer recibirá, y la postura oficial de la cancillería ante este terrible incidente, no han tomado en cuenta -como si fuera algo que debería ocultarse- el factor decisivo de la salud emocional.

En la novela La mala costumbre de la esperanza (Mondadori, 2018) el escritor y diplomático mexicano Bruno H. Piché narró la experiencia de enfrentarse simultáneamente a un cuadro de depresión profunda y a sus tareas habituales como funcionario del Consulado de México en Detroit. El suyo no es un caso único, lo que ha faltado es voluntad institucional para sacar estos asuntos del closet, no para hacerlos del dominio público por supuesto, sino para tomar en estos casos las medidas necesarias y oportunas de atención. Curiosamente un muy prestigiado psiquiatra mexicano estará ahora al frente de nuestra cancillería, es una buena señal.