Durante la reunión que llevaron a cabo senadores y diputados en Palacio Nacional para celebrar con López Obrador la imposición, que aún debe aprobar el Senado de la República, del denominado “Plan B” -relativo a la reforma electoral que busca desmantelar al INE- los integrantes del partido Morena, junto con sus aliados cómplices y subordinados: los partidos del Trabajo y del Verde, reafirmaron su servilismo al presidente, demostrando con este acto su profundo sometimiento al poder unipersonal del patriarca que ahora se impone sobre la sociedad mexicana. Con esta actitud de adulación y alabanza, olvidaron de forma deliberada que el proceso de democratización que paulatinamente se ha desarrollado en distintas partes del mundo, se caracteriza de manera principal por una emancipación de los individuos que abandonan su condición de esclavos y siervos sin capacidad de raciocinio, para constituirse en ciudadanos libres.
El servilismo es parte de una vieja cultura política de sometimiento y adulación del poderoso. Quien es servil es un agachado, un lacayo y un rastrero, todo lo contrario de una persona libre con capacidad crítica. Describe a alguien que está patéticamente ansioso por obedecer y servir aún en contra de su voluntad. El servilismo implica acciones desagradables y vergonzosas que se refieren a la sumisión y al sometimiento. Es el abandono de la razón y de la voluntad propia frente a los jefes y superiores. Un siervo es un esclavo, un individuo sometido a un señor feudal. Es alguien que se subordina a la voluntad presidencial sin cuestionamientos, ni objeciones, por más irracionales que sean las instrucciones recibidas. Todos los individuos inscritos en las relaciones feudales de dependencia y capitulación, conciben tales vínculos como efectivamente serviles. Si estas relaciones de obediencia no se alteran, el feudalismo contemporáneo no cambiará.
El movimiento político e intelectual que conocemos con el nombre de Ilustración, se desarrolló como fundamento de la Revolución Francesa y de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos. Se desplegó a partir del Siglo XVIII en distintos países europeos postulando el lema kantiano del “Sapere Aude” como el principio básico de una acción libre y libertaria donde las personas tenían “el coraje de pensar con su propia cabeza”, proyectando el atrevimiento de usar la razón crítica. Ha sido desde entonces, una visión optimista de la persona que fue heredada por el filósofo Immanuel Kant relativa a los pueblos con gobernantes justos y líderes éticos. No es casualidad que la Ilustración haya representado el más importante antídoto contra el pensamiento feudal, el fanatismo político, la intolerancia ideológica y la opresión social. Fue un combate directo contra los prejuicios y el oscurantismo, para permitir el despliegue del racionalismo y del nuevo sujeto de la política moderna representado por el individuo autónomo y con derechos.
El servilismo es lo contrario a la libertad y se refiere a esa personalidad típica de quien asume deliberada y gozosamente su destino de criado y siervo que se inclina y humilla ante el poderoso. Carece de autoestima, orgullo y dignidad. El individuo servil deambula desorientado por la vida buscando siempre cómo agradar al amo, cómo atraer su atención para obtener una dádiva o un apoyo a sus aspiraciones personales. Los serviles hacen hasta lo imposible por destacar en su mediocridad para ser recompensados con unas migajas mayores de las que reciben los demás. Alguno puede intentar hacer un gesto de queja o de protesta pero de inmediato se postra sumisamente ante el poder que lo domina. Resulta necesario combatir al servilismo porque es una versión del autoritarismo presidencial, que se contrapone a la dignidad humana que por definición implica la independencia práctica e intelectual de la persona.
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