El 30 de septiembre concluye su gobierno el presidente Andrés Manuel López Obrador. Con el último minuto del próximo lunes terminará una gestión marcada, entre muchas otras características, por la polémica y la polarización social. En el primer caso, el de la polémica, esta es natural a cualquier gobierno y debe ser vista, incluso, como un síntoma de la democracia. Allá donde no hay polémica solo pueden suceder dos cosas: se trata de un gobierno perfecto, imposible de hallar salvo en las concepciones divinas y espirituales de San Agustín de Hipona, o se carece de la más elemental libertad que permita discrepar de la postura oficial. La polémica provocada por López Obrador durante los últimos 70 meses salva a la democracia, aun cuando es posible afirmar que la oposición mexicana no ha sabido estar a la altura y deja en claro la necesidad de encontrar nuevas estrategias si lo que se busca es generar una alternativa de alternancia.
Por otra parte, la polarización social, entendida como división, encono, confrontación y enemistad, no solamente debe ser vista como algo excepcional, sino como muestra de una degradación del ejercicio del poder que a nadie conviene. La polarización de una sociedad implica la inconformidad respecto de asuntos esenciales y no la mera discrepancia sobre algunas decisiones menores, sobre las personas que ocupan cargos políticos o incluso sobre estilos personales de gobernar. La polarización, al tiempo que divide y confronta, corroe el tejido de una sociedad y la separa no solo de su gobierno, sino de ella misma, haciendo muy complicada la reconstitución de los lazos entre las personas y complejizando las relaciones entre las personas.
Durante cinco años y diez meses, el gobierno de López Obrador fue polémico por la designación de algunos personajes en el gabinete y en su primer círculo, por el estilo de comunicación basado en las conferencias mañaneras y en la confrontación frontal con varios medios de comunicación, o por la definición de algunos megaproyectos como el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas o el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles. Además, polarizó a la sociedad con el intento de sometimiento de cualquier contrapeso o equilibro del poder, bien sea que nos refiramos a los organismos autónomos o bien al Poder Judicial, con sus amenazas a veces veladas y en otras ocasiones directas en contra de algunos comunicadores, lo que socava la libertad de expresión más elemental, con la híper militarización, al haber asignado un sinnúmero de tareas de orden civil a las fuerzas armadas y concederles un cuantiosos incrementos a sus presupuestos, o con su intervención abierta, desmedida e ilegal en procesos electorales al asumirse como jefe político en activo de su partido.
Solo el tiempo permitirá conocer la verdadera dimensión y magnitud de la polarización social provocada por el gobierno actual. De igual forma, los próximos meses servirán para conocer las estrategias que habrá de implementar la próxima presidenta para recuperar el tejido social que hoy se encuentra lastimado. Estoy seguro que la polémica continuará, pues, como ya señalamos, esta es natural en cualquier democracia y obedece más a los estilos de ejercer el poder, pero también confió en que la polarización disminuirá y la mexicana volverá a ser una sociedad que sabe estar unida en torno a lo verdaderamente importante. Mi confianza no es ciega, sino que se basa en la calidad política y humana de algunos de los personajes que acompañarán a Claudia Sheinbaum en el ejercicio de gobierno a partir del próximo primero de octubre, como Juan Ramón de la Fuente, Rosaura Ruiz o David Kershenobich, a quienes además de afecto les guardo un gran respeto. Algo similar me parecen los casos de Alicia Bárcena, Jesús Esteva o Julio Berdegué, verdaderos profesionales en sus temas.
Más que un buen deseo, creo genuinamente que el cambio de gobierno significará una oportunidad de reencuentro de la sociedad consigo misma. La crítica a los gobiernos desde distintos espacios de la ciudadanía por la polémica generada por aquellos es normal y positiva por ser esencia de la democracia, pero la confrontación entre sectores de la sociedad nos debilita como colectividad y nos convierte en presas de males como la inseguridad, la pobreza, la desigualdad y la violencia. ¿Será que con el fin de sexenio se acabe la polarización? Por el bien de México, que así sea.
Profesor y titular de la DGACO, UNAM
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