La pederastia de algunos individuos de la élite clerical ha sido impunidad reproducida sistemáticamente.
Revela el abuso de poder, utiliza el pacto entre los integrantes de un segmento de la Iglesia donde el residuo histórico católico llamado celibato es traicionado por prácticas diversas: familias escondidas, relaciones arrinconadas donde existen todas las opciones de la diversidad sexual y, por supuesto, también aquella práctica por la cual denunciamos a Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo en 1997.
Romper el silencio requirió el valor de ocho víctimas liberadas por José Barba, de quien agradezco una longeva consideración y amistad.
Esta semana se cumplen 27 años de la revelación pública, por primera vez en Iberoamérica, de los abusos del padre Marcial Maciel, entre el 14 y 17 de abril de aquel 1997 cuando lo publiqué en La Jornada. El reportaje fue seguido por un muro de silencio de actores mediáticos, políticos, económicos. Ciro Gómez Leyva difundió su investigación cinco semanas después y el conocimiento de ese fenómeno de la impunidad llamado Maciel fue ampliado por Carmen Aristegui en 2004.
Las víctimas del sacerdote pudieron hacer sus acusaciones muchos años después, cuando contaban con herramientas emocionales y el empoderamiento para enfrentar a sus victimarios y buscar justicia. Como adultos mayores, describieron cómo, siendo niños, fueron engañados y sometidos, así como el miedo de enfrentar a su agresor, una persona reconocida en el ámbito eclesiástico, empresarial, educativo y político.
Difícilmente se podía pensar en Maciel como origen de vejaciones sexuales de aspirantes al seminario, quienes buscaron justicia desde la década de 1950 y se mantienen en ello aun tras la muerte del sacerdote en 2008.
El depredador ofreció a las familias de Barba, Juan José Vaca, Saúl Barrales, Alejandro Espinosa, José Antonio Pérez, Fernando Pérez (fallecido) y Arturo Jurado Guzmán un puente para convertir a sus hijos en sacerdotes de las élites.
La dinámica de victimización de los pederastas y abusadores sexuales está basada en la condición de asimetría de poder. Engaños, amenazas, descalificación de acusaciones y del estado emocional de los menores son elementos para los abusos. Un silencio a la omertá.
Sin la valentía de las víctimas, el poder de la denuncia y la importancia de detectar factores de vulnerabilidad de niñas, niños y adolescentes ante el abuso sexual, Maciel no habría sido convertido en epítome de impunidad clerical respecto de la pederastia. Nunca habría sido visibilizado. Él y la pederastia clerical son el nombre de un síntoma de abuso de poder y de secrecía para la impunidad.
Romper el silencio es lo más difícil ante el sentimiento de culpabilidad por haber permitido las agresiones, el temor a las amenazas del victimario o a quebrantar la estabilidad familiar al ser una persona cercana. De acuerdo con los reportes de todo el país al Consejo Ciudadano de la Ciudad de México, la mayoría de los abusos son perpetrados por familiares —tíos, abuelos, el padrastro—, profesores o sacerdotes.
Este tipo de violencia sexual comienza con incidentes sutiles y aumenta progresivamente. La víctima es convencida u obligada a no revelar lo ocurrido.
A la fecha, la justicia no ha llegado para las víctimas de Maciel. La orden de los Legionarios de Cristo se ha negado a emitir una disculpa pública, mientras la Iglesia católica ha intentado seriamente transformarse; el Papa Francisco ha instado a obispos y jefes de congregaciones a no ocultar la pederastia, descrita por él mismo como una “monstruosidad”.
Este 16 de abril se conmemora el Día Internacional contra la Esclavitud Infantil para visibilizar y denunciar las formas más atroces de atentar contra las y los menores de edad, entre ellas la explotación sexual. Falta tanto por hacer.
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