La tensión diplomática entre Washington y Pekín está en máximos desde hace semanas, o meses, o incluso años, pero este martes llegó a un nuevo máximo por la visita de Nancy Pelosi, que es la tercera autoridad política de Estados Unidos, a Taiwán, la isla sobre la que China reclama plena soberanía desde hace décadas.
Pelosi ha pasado menos de 24 horas en la isla, pero tuvo tiempo de reunirse con la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, y de dejar un mensaje contundente, en el que aseguró que “Estados Unidos no abandonará a Taiwán” y a su lucha por la democracia.
Inmediatamente tras aterrizar Pelosi en Taiwán anunció maniobras militares en las aguas y en el espacio aéreo de la isla. Esto, en cualquier país sería una agresión directa y casus belli, o sea, motivo de guerra, pero como a Taiwán no lo reconoce prácticamente nadie como estado soberano, no va a pasar nada.
En medio de la retórica beligerante china, quizás lo más relevante que ha dicho el régimen chino estos días es que la visita de Pelosi rompe la doctrina de Una sola China, que Estados Unidos adoptó en 1979, y que significa que Washington solo reconoce a Pekín como gobierno de China. Es decir, que no reconoce a Taiwán.
Esta política se adoptó en un momento en que Washington y Pekín habían llevado a cabo un gran acercamiento, y EU abandonó su reconocimiento del Kuomintang, recluido en Taiwán desde 1949, como gobierno legítimo de toda China.
La Casa Blanca defiende que la visita de Pelosi no rompe con la doctrina porque es una visita personal y porque en EU hay división de poderes y por tanto el viaje de la presidenta del Legislativo no depende del gobierno de Joe Biden. Y eso es cierto, pero también es cierto que Biden dijo en abril que EU apoyaría a Taiwán en caso de guerra con China y que sus portavoces tuvieron que correr a aplicar la de: “Lo que el presidente quiso decir fue..”.
Además, naturalmente, no es tan importante lo que piense EU como lo que entienda China, y en Pekín el mensaje de que, a quien realmente apoya Washington es a Taiwán, ha quedado muy claro.
Pero, si tan enfrentado está EU con China y tanto apoya a Taiwán, ¿por qué adoptó la doctrina en primer lugar?
Es importante entender que esa decisión se adoptó en un contexto en que Deng Xiaoping, histórico presidente chino, empezaba a hacer las reformas económicas capitalistas que definen hoy el extraño comunismo chino, por lo que el régimen chino dejaba de parecer tan amenazante políticamente para Washington y por otro estaba aun muy lejos de ser la superpotencia económica que es hoy.
Pero hoy en día esa floreciente China se ha convertido en un gigante, no solo territorial, sino económico y político, y usa su fuerza para tratar de recuperar sus antiguos territorios lo antes posible, como sucede también con Hong Kong.
De hecho, en 2005 Pekín aprobó una ley que declara que si Taiwán trata de independizarse oficialmente de la China continental puede usar medidas no pacíficas para recuperar su soberanía sobre la isla.
Ante esta situación, y ante la realidad evidente de que ahora Pekín es un contendiente real a desbancar a EU como principal superpotencia mundial, Washington ha redoblado su ayuda militar a la isla para contrarrestar el poder de la China de Xi Jinping.
Pero nada de esto significa que vaya a haber una guerra entre Estados Unidos y China. Ni siquiera entre Taiwán y China, una guerra, que, si sucediera sería una guerra proxy con China en toda regla y se parecería mucho a lo que vemos en Ucrania.
La razón por la que no habrá ahora una guerra es que el riesgo de que desencadenase en un conflicto bélico global y nuclear es demasiado grande, porque no olvidemos que China también es una potencia nuclear. Y, igual que en Ucrania con Rusia, ni Estados Unidos ni China tienen un incentivo realmente grande para iniciar un conflicto bélico con armas nucleares de por medio.
Es cierto que Pekín necesita mantenerse firme y no ceder ni un milímetro en su postura de que Taiwán es China. Además, este otoño es clave para Xi Jinping, porque enfrenta un congreso del Partido Comunista que debe encumbrarle como el líder chino más poderoso desde Mao Tse Tung, con un tercer mandato de cinco años. Es decir, que no puede verse débil y jugarse tener problemas en el Congreso.
Sin embargo, Pekín no tiene ningún interés en embarcarse en una guerra con Estados Unidos, sobre todo porque su estilo no es el de Rusia. China apuesta por menos por la fuerza bruta y más por la persuasión, la paciencia o, como mucho, por la presión no asfixiante. El mejor ejemplo de esto lo tenemos ahora mismo, cuando más allá de ejercicios militares altisonantes, el régimen de Xi ha impuesto sanciones comerciales a Taiwán y ha anunciado que dejará de importarle toronjas, naranjas, limones y otros cítricos, algo que ya ha hecho en otras ocasiones cuando quiere apretarle las tuercas un poco a Taipéi, que depende enormemente de su relación comercial con China.
Por tanto, esta visita de Pelosi, por mucho que provoque la condena de Pekín y mil maniobras militares, puede llegar a ser un triunfo de Estados Unidos. Pero solo lo será si Biden logra ser suficientemente hábil para convencer a Pekín de que, pese a todo, sigue manteniendo su doctrina de Una sola China y pueda esperar a que se calmen las aguas. Y, sin decirlo abiertamente, que en Pekín cale el mensaje de que, si Xi se atreve a invadir Taiwán, China se arriesga a una guerra a gran escala con Estados Unidos.
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