Este jueves 16 de noviembre recordaremos el Día Internacional para la Tolerancia, justamente en un momento histórico que se caracteriza por sus profundas intolerancias: guerras de limpieza étnica como la que lleva a cabo Israel contra los palestinos, guerras de conquista como la que enfrenta a Ucrania con Rusia, una enorme lista de luchas regionales por los más diversos motivos que van desde Siria hasta Yemen, desde la República Centroafricana hasta Somalia. Además de una extrema polarización económica y social a nivel planetario, que hace cada vez más evidentes las profundas desigualdades y la precariedad entre las personas. Esta efeméride de la tolerancia se estableció apenas en 1996 como un recuerdo permanente sobre las atrocidades cometidas durante la Guerra de los Balcanes que involucró a varias repúblicas, grupos étnicos y religiosos durante casi una década, y que no estuvo exenta de genocidios y crímenes de guerra.
Nunca está de más recordar que la tolerancia nació como una virtud política al calor de los cambios revolucionarios acontecidos en Europa durante el siglo XVIII. El movimiento Ilustrado defendió férreamente la idea de la tolerancia como un antídoto contra las relaciones violentas y sanguinarias que se desarrollaban entre personas de distintas profesiones religiosas. Intelectuales de gran calado como Baruch Spinoza en su “Tratado Teológico-Político”, John Locke en sus “Cartas sobre la Tolerancia” y Françoise-Marie Arouet llamado Voltaire en su “Tratado sobre la Tolerancia”, subrayaron la urgente necesidad de tolerar aquellos “absurdos doctrinales” que contraponen a los individuos, dado que la tolerancia y la coexistencia de diversos cultos religiosos, junto con un radical ateísmo, eran consideradas como la única modalidad para evitar las carnicerías en que se convertían rutinariamente las guerras de religión, consideradas como las más perniciosas de las guerras de conquista.
Posteriormente, el desarrollo de la democracia con sus luchas por el sufragio universal y la representación política, adoptó a la tolerancia como un valor constitutivo junto con los principios de la libertad y la justicia social. Se configuró así el denominado “proyecto político de la modernidad”, una concepción formulada por diversos pensadores para explicar el desarrollo humano hacia una sociedad superior. De esta manera, Immanuel Kant, Karl Marx, Hannah Arendt y Michel Foucault, entre muchos otros, sentaron las bases para la configuración de la razón y la dignidad humana, de la transformación social y de la acción política para la preservación de las libertades a través de formas que implican el mutuo reconocimiento y la tolerancia entre los diferentes grupos. Sin embargo, a pesar de los desarrollos que el concepto de tolerancia ha tenido como virtud política, resultan evidentes sus limitaciones para detener las mutuas destrucciones en curso.
Si todos los grupos no pueden compartir la misma civilización, por lo menos deberían reconocer el valor del multiculturalismo. De lo contrario, seguiremos encerrados en la recíproca ignorancia que produce odio, exclusión y violencia sobre el otro o el diferente, quien es considerado en el mejor de los casos un extraño y en el peor un enemigo. El único modo de salir de esta situación es impulsar una alternativa positiva universal capaz de ser compartida por todos. Un proyecto sustentado en la reciproca solidaridad humana. El encuentro pacífico entre las distintas posiciones requiere de un método que permita la libre expresión de las diferencias. La tolerancia representa dicho método.
El nuevo mapa de la cultura y la política que se presenta ante nuestros ojos está caracterizado por una soledad normativa de la democracia. Observamos un sistema político formalmente democrático pero vacío en sus contenidos. La importancia de insistir en la tolerancia reside en que representa aquella condición de la sociedad que permite a una democracia funcionar adecuadamente para concretizar los ideales del pluralismo.
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