Opinión

Tlatelolco, el primer decreto de Claudia

La doctora Sheinbaum no dejó pasar la oportunidad que le brindó el calendario. Su primer decreto como presidenta fue ofrecer una disculpa pública por los delitos de lesa humanidad cometidos la noche del 2 de octubre de 1968. Por sus antecedentes, su formación, su familia, sus compañeros de activismo universitario, hizo lo correcto.

Se trata de un abuso de poder profusamente documentado que fue el banderazo de salida para emprender la llamada Guerra Sucia en el contexto mundial de la Guerra Fría que explica, pero desde luego no justifica, el ataque contra jóvenes desarmados. Un régimen autoritario acorralado por la presión del inicio de los Juegos Olímpicos reaccionó dando un zarpazo. La negociación, para esas mentes, era impensable. El ataque fue ideado, ejecutado y encubierto desde las principales oficinas del poder político de aquel entonces. El expresidente Díaz Ordaz asumió la responsabilidad, pero no actuó solo.

La firma del decreto fue un ajuste de cuentas de la presidenta con el pasado, una forma de exorcizar demonios que seguían rondando, lo cual es importante. Mas trascendente, sin duda, fue el compromiso adquirido para el presente y el futuro: El decreto dice: “Se instruye a la Secretaría de Gobernación para que, en nombre del estado mexicano y el Ejecutivo federal a mi cargo, se compromete a la no repetición de atrocidades como actos de privación ilegal de la libertad, uso de las fuerzas armadas contra la población, cárceles clandestinas, tortura y tratos crueles, la anuencia del Estado para destruir o exterminar a un grupo de la población mexicana".

“En mi calidad de comandanta suprema asumo compromiso solemne y giraré a correspondientes órdenes formales sus estructuras y elementos sean utilizados para atacar o reprimir al pueblo de México se fortalezca la formación en materia de derechos humanos. Se asuma el reconocimiento de hechos históricos y se garantice su no repetición”. Son frases contundentes, instrucciones se diría, que de seguro generaron inquietud. Más vale dejar claras las cosas desde el principio.

El mundo sigue siendo un lugar incierto y peligroso, pero México ha experimentado una evolución democrática importante. Es necesario dejar en claro que la solución aplicada en Tlatelolco no se aplicará a ningún problema actual, por complejo que parezca. La clave para que los problemas sociales no crezcan y salgan de control es la política, que incluye diálogo y negociación. El régimen autoritario vigente en 1968 ni siquiera pensaba que la negociación era una opción. Su prioridad era que nadie se revelara contra la autoridad, que no lo dijeran a los mandos que tenían que hacer. Un presidente autoritario tiene como única salida para cualquier desafío social un manotazo sobre el escritorio y a otra cosa.

Con su primer decreto presidencial la doctora Sheinbaum no solo se deslindó de un pasado remoto oscuro, sino también de un pasado inmediato con semilla autoritaria. Con decisiones como la firma del primer decreto perfila su estilo personal de gobernar, que no se parece al de nadie más.

Glifos

La falta de una respuesta rápida y suficiente, acorde con el tamaño de los daños causados por el huracán Helene, les está causando serios problemas a Joe Biden y Kamala Harris justo en el momento más inoportuno. La nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, estuvo ayer en Acapulco para dar personalmente el mensaje de que el puerto no está solo en esta hora aciaga, que el gobierno federal está listo para el rescate.

No es una plaza fácil. Con los daños acumulados la respuesta de la población es incierta, pero hay que tomar el riesgo y estar en el lugar de los hechos. Que la presidenta se apersone envía el mensaje de que habrá solución. La paz social de Guerrero está prendida de alfileres. Los alfileres son los ingresos que genera Acapulco por concepto de turismo. Hay que reactivar el flujo de visitantes lo más rápido posible. La presencia de Sheinbaum abona a este objetivo.

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