Dos fracasos y el mayor tropiezo público en lo que va de su gobierno: ese es el saldo, hasta ahora, que tiene para el presidente López Obrador su infructuoso intento para desacreditar al periodista Carlos Loret de Mola.
El presidente fracasó cuando quiso desviar la atención pública respecto de las residencias en Houston en donde ha vivido su hijo. No ha impedido que se sigan conociendo los negocios con Pemex de Baker Hughes, la empresa en donde uno de los directivos era propietario de la casa habitada por José Ramón López Beltrán.
López Obrador también falló en su intento para descalificar al mensajero a fin de que el mensaje fuera olvidado. No ha podido desmentir los reportajes de Loret sobre negocios y tráficos de influencias de algunos de sus familiares. Pretendió estigmatizar a ese periodista mostrando las remuneraciones que supuestamente recibe, pero ese abuso de poder fue tan desmesurado que concitó una amplia reacción en contra del presidente.
Si los datos que AMLO presentó sobre las remuneraciones de Loret las obtuvo de las autoridades hacendarias, cometió un delito al mostrar información protegida por el secreto fiscal. Si son falsos, también incurrió en una ilegalidad. En vez de exhibir al periodista, fue López Obrador quien se exhibió al emplear el poder del gobierno para perpetrar una venganza personal. Nunca antes un presidente mexicano había demostrado una malquerencia tan sostenida y abierta en contra de un periodista. Al tratar de intimidar a Loret, López Obrador agravia la libertad de expresión de todos los comunicadores y vulnera el derecho de la sociedad a una información plural y libre.
El presidente quebrantó varias disposiciones constitucionales, así como la Ley de Responsabilidades Administrativas de los Servidores Públicos, la Ley General de Protección de Datos Personales y posiblemente el Código Fiscal de la Federación. La Barra Mexicana Colegio de Abogados manifestó: “La información sensible, independientemente de su fuente, respecto de cualquier ciudadano no debe ser revelada y menos aún difundida por el Titular del Ejecutivo Federal, ya que se pone en peligro la integridad, la seguridad y privacidad de la persona y vulnera el Estado de Derecho”.
La lámina que presentó con datos de supuestos ingresos de Loret es emblemática del estilo de gobierno de López Obrador: mal escrita, con faltas ortográficas, sin señalar fuentes de esa información. Con esa improvisación, el presidente toma a diario decisiones que afectan al país.
Cuando el presidente compara los supuestos ingresos de un periodista con los suyos, se coloca a sí mismo como referencia universal. AMLO considera que él es la medida de todas las cosas; que alguien supere el salario que él mismo se asignó le parece inadmisible, aunque se trate de gastos que pagan empresas privadas.
No sería mala idea que las remuneraciones de los comunicadores más importantes fueran conocidas, como ocurre en otros países. Pero esa debe ser decisión de las empresas que los contratan y de los propios informadores y de ninguna manera exigencia del gobierno.
Con prepotencia, cuando advirtió que Loret ya no trabaja en una de las empresas que supuestamente le pagan los montos que mostró, López Obrador emplazó: “me lo va a tener que aclarar Televisa”. Ese consorcio le debe muchas explicaciones a la sociedad mexicana, pero ¿por qué tendría que rendirle cuentas de sus gastos al presidente de la República? El presidente intenta reproducir la subordinación que el Estado imponía en otra época a la mayor parte de los medios. Está por verse si, para los medios, los de ahora son realmente otros tiempos.
Las afirmaciones de AMLO acerca de Loret fueron silenciadas la noche del viernes 11 de febrero en los noticieros de las cadenas nacionales de televisión. Ni una palabra sobre ese tema en En Punto del Canal 2 de Televisa cuya conductora, Denise Maerker, no aparece los viernes. Tampoco en Imagen Noticias de las 22 horas, en donde Ciro Gómez Leyva estuvo ausente sin aviso previo (esa mañana, en su noticiero de Radio Fórmula, Gómez Leyva fue muy crítico con el presidente López Obrador por los cuestionamientos a Loret). Tampoco hubo información alguna en Hechos, que conduce Javier Alatorre en Televisión Azteca. Sí la hubo, en una muy completa nota de 9 minutos, en el noticiero de Azucena Uresti en Milenio Televisión.
En los diarios de la mañana siguiente, el sábado 12, las afirmaciones de AMLO sobre Loret y las reacciones que suscitaron fueron noticia de primera plana en El Universal, Reforma, La Crónica, La Razón y El Sol de México. En cambio no merecieron espacio en las primeras planas de El Heraldo, Excélsior, La Jornada y Milenio.
En los medios hay políticas editoriales y resistencias variadas ante las presiones oficiales. Frente a la importancia que mantienen los medios convencionales, las redes sociodigitales alcanzan una notable capacidad de propagación de noticias y articulación del debate público. La noche del viernes y la madrugada siguiente una conversación colectiva en Spaces, de Twitter, congregó a casi 400 mil personas, en una transmisión que se extendió durante 10 horas y en la que hubo más de 64 mil usuarios simultáneos que se reunieron a partir de la frase #TodosSomosLoret.
El mismo Carlos Loret ha propalado en línea sus investigaciones periodísticas. El programa de la empresa Latinus que lleva su nombre, alcanza cada semana audiencias superiores a un millón de vistas en YouTube. El capítulo del 27 de enero, en donde se mostraron las casas de López Beltrán en Houston, llevaba ayer 2 millones 200 mil vistas.
El lema #TodosSomosLoret defiende la libertad de expresión de ese periodista pero involucra, también, el malestar de muchos mexicanos ante las frecuentes acciones de autoritarismo del presidente. López Obrador dice que así es la democracia pero también en eso se equivoca. Democracia es respeto entre interlocutores, reivindicación de la verdad, equilibrio de poderes, acatamiento de la ley. El presidente desatiende a diario esos principios. Ante esa conducta, #TodosSomosLoret.
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