Las deidades femeninas surgieron en las primeras sociedades agrícolas neolíticas y estaban asociadas con la figura de la Madre Tierra. “La Tierra proporciona la vida, y la Tierra alimenta la vida, por eso es análoga al poder femenino”. La diosa neolítica era conocida con muchos nombres. En Grecia, Deméter, Perséfone, Hera, Afrodita, etc.; en Egipto, Isis, quien también era madre del niño dios Horus; en Babilonia, Ishtar; en Sumeria, Inanna; en la India, Kali. (Joseph Campbell. Diosas. Atalanta). En las culturas mesoamericanas Coatlicue, y Chicomecóatl, entre muchas otras.
Antes de la llegada de los españoles al valle de México sus habitantes adoraban a Tonantzin, que se traduce como “nuestra madre”, en el montecillo del Tepeyac. “Allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa. Y venían a ellos de más de veinte leguas de todas las comarcas de México y traían muchas ofrendas. Venían hombres y mujeres, mozos y mozas a estas fiestas. Era grande el concurso de gente en estos días, y todos decían Vamos a la fiesta de Tonantzin”. Esta cita se encuentra en la Historia general de las cosas de la Nueva España de Bernardino de Sahagún y es retomada por Miguel León Portilla en su libro titulado Tonantzin Guadalupe, con el subtítulo, Pensamiento Náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican Mopohua”.
Cuando Hernán Cortés arribó a estas tierras portaba un estandarte de la virgen de Guadalupe bordado en tela de seda. “La pequeña imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, ennegrecida por el tiempo e ilustrada con piadosas leyendas, fue desde el siglo XIV de las mayores devociones de España, y en especial de Extremadura. Era, pues, natural que Cortés la compartiera…” (José Luis Martínez. Hernán Cortés. FCE).
Pocos años después de la conquista una imagen de la guadalupana empezó a ser adorada en la ermita en donde los indígenas hacían ofrendas a Tonantzin y, con el tiempo, se fue confundiendo la devoción entre ambas figuras. Se produjo una fusión entre la diosa mexica y la virgen católica. Tonantzin Guadalupe sería el nombre con el que en adelante se referirían a este resultado del sincretismo religioso. Incluso Sahagún, quien rechazaba el culto a esta imagen por considerarlo idolatría, se llegó a referir a ella con ese nombre, afirma León Portilla. Muchos indios y españoles acudían a la ermita a venerar a la virgen y a mediados del siglo XVI el culto se había popularizado.
El ocho de septiembre de 1556, el provincial de los franciscanos en México, Francisco de Bustamante, se pronunció en un sermón en contra del culto allí practicado porque la imagen de la virgen era adorada como si fuera Dios. Las palabras de Bustamante causaron gran revuelo y escándalo en la ciudad, por lo que el segundo arzobispo de México, Alonso de Montúfar, quien aprobaba esas prácticas y a quien iban dirigidos los reclamos de Bustamante, inició un proceso en contra del franciscano. Algunos personajes llamados a declarar en el proceso como Francisco Salazar, abogado de la Real Audiencia, señalaron que quitar la devoción a la virgen iría en contra de toda la cristiandad.
El propio Sahagún se manifestaría tiempo después -en el mismo sentido de Bustamante- en contra de la idolatría y señalaba que era una cosa que había que remediar. Era una invención satánica, argumentaba, porque el significado de Tonantzin, que significa nuestra madre, no podía ser el mismo que el de la virgen que era madre de Dios, en todo caso debería llamarse Dios-inantzin, escribió.
La discusión entre Bustamante y Montúfar es relevante porque fue en ese contexto y en ese año de 1556 en el que apareció por primera vez el relato escrito de las apariciones en el Tepeyac, según el historiador Edmundo O´Gorman y seguido en ello por el jesuita Ernest J. Burrus. El relato daba cuenta de acontecimientos supuestamente ocurridos en 1531, veinticinco años atrás.
El autor del texto de las cuatro apariciones de la virgen fue Antonio Valeriano, de acuerdo con los testimonios de Carlos de Sigüenza y Góngora, Luis Becerra Tanco y Lorenzo Boturini. “Sigüenza juró haber poseído el manuscrito original en náhuatl firmado por Valeriano, Becerra, por su parte, expresó haberlo visto, y Boturini haberlo copiado”. En la investigación de León Portilla se señala cómo llegó hasta estos personajes, el papel viejo y roto, hecho con masa de maguey, en el que estaba plasmada la letra de Valeriano. El manuscrito es conocido como Nican mopohua, que significa “aquí se refiere” o “aquí se relata” y corresponden a las palabras con las que inicia el documento.
Antonio Valeriano era un indio culto originario de Azcapotzalco, cursó sus estudios en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco -hablaba náhuatl, castellano y latín- y fue el alumno “principal y más sabio” de Sahagún. Era amplio conocedor de la cultura y del estilo lingüístico tradicional indígena, así como de la religión católica. Valeriano -dice León Portilla- había presenciado las representaciones teatrales compuestas por los frailes con motivos religiosos y fines evangelizadores. En esas obras se mostraba a los indígenas cómo dios, la virgen, y los santos favorecían a los que acudían a ellos. Valeriano “debió también conocer algunos relatos acerca de apariciones de la Virgen María en distintos lugares, principalmente de España”. Es común que en esos relatos la virgen escoja como su mensajero a una persona del pueblo.
“Valeriano-escribe León Portilla- hombre con merecida reputación de sabio, si escribió el Nican mopohua, bien sea a solicitud de Montúfar o porque el asunto le atrajo, o si se quiere, por ambas razones, realizó con gran acierto su cometido. Por una parte, puso allí de relieve lo que consideró el meollo de esa historia; el mensaje de la señora celeste que había pedido se le edificara su casa al pie del Tepeyac para atender las suplicas de cuantos acudían allí a invocarla; por otra, presentó el relato incorporando en él cuanto le pareció adecuado de la antigua visión indígena del mundo”. De esta forma “acercó dos visiones del mundo, creencias diferentes, metáforas y atisbos, trama y urdimbre de hilos multicolores; creó a la vez poesía, no al gusto de Fray Francisco de Bustamante, pero sí de muchos que hasta hoy la siguen disfrutando”.
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