Opinión

UNAM: La fábrica de sueños

 Luego de más de dos meses de un plural e intenso proceso de auscultación, la Junta de Gobierno de la Universidad Nacional Autónoma de México concluyó el proceso para la designación de quien habrá de conducir el destino de la Máxima Casa de Estudios por el periodo 2023-2027, habiendo recaído en el economista e historiador, Dr. Leonardo Lomelí Vanegas.

La alta responsabilidad de un Rector no nace sólo por ser el jefe nato y el rostro de la universidad número uno de México, la más grande e importante de habla hispana y una de las más relevantes del mundo al ubicarse en la posición 93 del QS World University Rankings 2024, sino porque sus decisiones tienen el poder de influir e incluso transformar la vida de cientos de miles de personas que, como el de la pluma, debemos nuestro desarrollo profesional y movilidad social a la incomparable oportunidad que brinda una Universidad pública de la calidad académica de la UNAM.

Con datos de la Agenda Estadística, durante 2023 la Universidad contó con un total de 42,190 académicos, 373,340 estudiantes y 29,383 trabajadores administrativos, equivalentes a 444,913 personas, una población numéricamente cercana a la de entidades federativas como Colima o Campeche. No por capricho, la Ciudad Universitaria lleva ese nombre que hoy parece corto gracias a su presencia en las treinta y dos entidades federativas y en diez países.

Precisamente por sus dimensiones, pluralidad y riqueza ideológica, la Universidad requiere en la Rectoría a una persona con conocimiento y capacidad en la gestión administrativa, desde luego también con habilidades de interlocución con actores políticos, pero por encima de esas capacidades, con una genuina y sólida formación académica construida progresivamente a lo largo de los años y con una profunda vocación de servicio social.

Se equivoca crasamente quien crea que la Universidad es un rival del pueblo. La Universidad es de y para la Nación. Ya desde junio de 1920, incluso antes de alcanzar su autonomía, al ser designado Rector de la entonces Universidad Nacional de México, José Vasconcelos exclamó que no “[venía] a trabajar por la Universidad, sino a pedir a la Universidad que [trabajara] por el pueblo”, tal como ha sido desde entonces.

Enhorabuena porque la Junta de Gobierno, incólume, estuvo a la altura de su responsabilidad, custodiando celosamente el timonel universitario, hasta confiarlo pensando sólo en el bienestar y la mejora continua de la Universidad y de su comunidad, vista como un fin en sí mismo y no como un botín político al servicio de intereses mezquinos de individuo o de grupo.

Nos enorgullecemos porque el proceso de auscultación ha demostrado ser, primero, un mecanismo que nos hemos dado los universitarios; segundo, porque ha probado su efectividad para garantizar la estabilidad interna; porque demuestra que es un proceso a prueba de injerencias políticas externas y porque garantiza una transición cívica.

Como normalmente ocurre en tiempos de cambio con las y los universitarios, es hora de cerrar filas con nuestro Rector electo desde nuestros distintos roles en la docencia, la investigación y la divulgación de la cultura.

“Por mi raza hablará el espíritu” es la mística expresión que nos legó Vasconcelos para recordarnos nuestra noble visión institucional. Que nunca más la opresión de la ignorancia perdure y que por larga que sea la noche, sea solo la antesala de la luminosidad que irradia el faro que es la Universidad de la Nación.

Suele decirse –y con razón- que la Universidad es un crisol social y una caja de resonancia de lo que ocurre en el país. Así es, es un espejo de lo que somos como nación, de nuestras fortalezas y áreas de oportunidad, pero, sobre todo, un reflejo de la grandeza de la que somos capaces. La UNAM no es una institución de educación superior más, es un detonante de movilidad social, un catalizador de potenciales y una fábrica en donde los sueños se conciben y se alcanzan.

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