En la lista de aspirantes presidenciales de la oposición que decidieron bajarse de la contienda hay de todo.
Hay nombres que se subieron y se bajaron solos. Nadie los invitó, nadie les cerró la puerta. Algunos argumentaron que no confían en el método elegido, como si verdad, en algún momento, hubieran tenido posibilidades reales.
Hay dos o tres que se echarán de menos porque son animadores del quehacer político nacional y aportan, controversias incluidas, al proceso. Mauricio Vila y Lilly Téllez hubieran podido llegar más lejos.
A los demás nadie los extrañará. La lista crecerá. Todavía hay aspirantes que no tienen vela en el entierro.
Lo malo no es que quieran, lo pernicioso es que al despedirse digan que les jugaron chueco. Seguro pondrán en sus memorias, para presumirle a sus nietos en las reuniones familiares, que en el año 2024 la candidatura presidencial les paso rozando, pero no.
Tome nota para lo que viene. La jerarquía católica mexicana no se sumó al festival con motivo del quinto aniversario del triunfo de López Obrador en las urnas.
En lugar de otra pachanga en el zócalo la demanda fue organizar un día de luto, un día de duelo nacional, así lo demandó desde la catedral de Apatzingán, Michoacán, el arzobispo Cristóbal Ascencio García.
Hay que hacerlo por fieles que han perdido la vida, pero también por todos los mexicanos. Algunas autoridades dicen que todo está bien, pero nosotros sabemos que no es así. “Me llena de tristeza observar mi diócesis tan lacerada”.
Cuando llegó al poder el presidente prometió regresar la paz, pero no ha cumplido, dijo como rúbrica el arzobispo.
¿Cuándo era aspirante presidencial López Obrador habría aceptado, sumiso, el trato que él le está dando a las corcholatas?
¿López Obrador hubiera permitido que alguien le dijera qué hacer, qué decir, cuando callar? López Obrador hubiera sido una corcholata rebelde.
Las corcholatas, flojitas y cooperando, fueron la imagen patética de la fiesta de López Obrador del pasado sábado. Parecían corderitos en un corral, haciendo como si estaban a gusto juntos.
El alarde de fuerza política que esa tare hizo el presidente no solo iba dirigido a la oposición, a la que el presidente fustigó sin límites, sino también a sus corcholatas por si alguno de ellos piensa saltarse las trancas.
Él es quien toca el pandero y las corcholatas siguen el rimo como pueden.
La jauría digital de Morena, eficaz y despiada, se alborota cuando sus patrones les señalan una nueva víctima. Su divisa es no tomar prisioneros.
Su más reciente víctima ha sido Xóchitl Gálvez, la senadora hidalguense. Todo porque en algún sector cayó bien la posibilidad de que sea la candidata presidencial. Se le han ido con todo, y no hemos visto nada todavía.
La instrucción es que quien levante la cabeza en las filas de la oposición no viva para contarlo. Así defienden la democracia, dicen.
Lo importante aquí es dejar al descubierto a la estrategia, que arranca en Palacio Nacional, donde se coordina la campaña de Morena, y se extiende hasta las catacumbas del Internet.
Faltan meses para que la campaña arranque de manera formal, pero está claro que por lo menos en las redes sociales será una batalla en el drenaje profundo.
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