Opinión

La vida es un balón redondo

Al parecer como en la metáfora de que todos los caminos llevan a Roma, da la impresión de que toda discusión pública contemporánea lleva al fútbol, al menos durante el mes de noviembre y muy probablemente durante buena parte de diciembre; fenómeno desde luego asociado a la copa de Qatar en donde 32 equipos nacionales se disputan la supremacía del fútbol mundial. Rueda la pelota, el mundo rueda, dice Eduardo Galeano.

Que la discusión sea en estos meses y no en los de verano es ya en sí una novedad, claramente asociada a la propia novedad de que el mundial de fútbol se lleva a cabo por primera vez en la historia del balompié en un diminuto, pero rico, país árabe de Oriente Medio fuera de la acostumbrada sesión estival futbolística.

Este mundial desde antes de iniciar estaba ya envuelto en la polémica por las presuntas denuncias de corrupción entre las autoridades del país anfitrión y sobre todo de la poderosa Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), considerada por analistas diversos como una empresa privada que no rinde cuentas a nadie, a pesar de que su negocio es de amplio interés público.

Dicho sea de paso, existen al menos dos investigaciones en contra de la FIFA por presuntos pagos de sobornos a dirigentes a cambio de que ciertas firmas recibieran los derechos de transmisión y publicidad de torneos en Estados Unidos, América Latina y el Caribe, y por pretendidas gestiones desleales en la compra de votos y lavado de dinero en relación con la elección de las sedes de las copas mundiales en 2018 en Rusia y ahora en 2022 en Qatar.

Pero en realidad no son esas investigaciones lo que domina la discusión alrededor del mundial, sino más bien las acusaciones en contra del gobierno qatarí por su récord de derechos humanos, de maltrato a trabajadores migrantes que contribuyeron a la construcción de estadios especialmente diseñados para jugar esta Copa, la penalización y prohibición de la homosexualidad y el libertinaje sexual, entre otros aspectos, que han generado rechazo y molestia de activistas y grupos en favor de los derechos de esos colectivos fuera de ese país. Organizaciones como Human Rights Watch (HRW) sostienen que no solamente se rechaza a las personas por su orientación sexual sino que son maltratadas durante su detención.

Respecto del tema de abuso a trabajadores migratorios, la misma HRW y otras organizaciones como Amnistía Internacional argumentan que las autoridades de ese país han violado sus derechos durante los 12 años del proceso de construcción de estadios, y han apoyado las exigencias de estos trabajadores para que la FIFA y el gobierno anfitrión les otorguen las compensaciones requeridas por abusos y maltratos. Dichas organizaciones también se han referido a que no existe libertad de expresión en el país y a que la ley islámica contempla la pena de muerte para sancionar ciertos delitos.

El diario británico The Guardian calcula que al menos 6,500 trabajadores migrantes, provenientes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka, perdieron la vida en ese periodo, ante la falta de condiciones mínimas laborales.

En contraste, y aparentemente de manera inusual, el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, realizó en conferencia de prensa una apasionada defensa del fútbol y del país sede, acusando de hipocresía a Occidente por sus reportes sobre el historial de derechos humanos de Qatar en vísperas de la copa mundial. También el mundial ha sido escaparate para subrayar problemas políticos sucediendo en diversas latitudes, como el que atraviesa Irán por las protestas sociales que llevan ocurriendo en ese país en contra del gobierno desde mediados del mes de septiembre pasado.

Apunta el escritor Eduardo Galeano que el fútbol y la patria están siempre atados, y con frecuencia los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad. Recuerda que la escuadra italiana que ganó los mundiales del 34 y el 38 fue en nombre de la patria y de Mussolini, y sus jugadores empezaban y terminaban cada partido lanzado vítores a Italia y saludando al público con la palma de la mano extendida. Dice que también para los nazis el fútbol era una cuestión de Estado. No menos crítico de lo que es el fútbol moderno como un negocio o una gran empresa monopólica, señala que la historia del balompié es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí; el fútbol condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. (El fútbol a sol y sombra)

Y a pesar de ello, propone el escritor Vladimir Dimitrijević, autor de La vida es un balón redondo, que el fútbol es el rey de los deportes porque nos pone en contacto, como la danza, con algo de nuestro propio cuerpo que podría llamarse la prehistoria de los movimientos del ser humano. Sin disminuir ninguno de los problemas de nuestro tiempo, ni las preocupaciones contemporáneas, en lo personal me parece ideal que como en la pausa olímpica de los antiguos griegos, se pudiera hacer una pausa al conflicto y a la política para permitir al deporte y a los deportistas florecer cuando se trata de justas deportivas. Fútbol y política no son la mejor combinación aunque sea recurrente su mezcla. Pero muy probablemente no pueda ser más que un anhelo romántico.

En todo caso, coincido con Galeano que cuando el buen fútbol ocurre, se debe agradecer el milagro sin importar el club o el país que lo ofrece.

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