Desde la presidencia y en los libros de texto, el gobierno celebra a la violencia armada. Para el presidente López Obrador, la guerrilla que intentó enfrentarse al Estado en los años 70 se justificaba porque, según él, no había más opción de lucha política. De acuerdo con esa postura, en uno de los libros para maestros de secundaria se elogia a los grupos guerrilleros.
En los años 70, mientras algunos activistas tomaron las armas para combatir al Estado, hubo millares de mexicanos que al crear sindicatos, movimientos y partidos, impulsaron la democracia. La lucha armada, desmesurada y fundamentalista, fracasó y llevó a la muerte a centenares de personas. La lucha social de esos años, que actuaba dentro de la legalidad con todo y numerosas limitaciones y no pocos tropiezos y persecuciones, desembocó en la transición política que nos permitió tener un país más plural y con elecciones democráticas.
López Obrador quiere ignorar ese proceso. Al referirse a los cuestionados libros de texto, defendió la incorporación en las guías para docentes de Secundaria de una vehemente apología de la guerrilla. “Existe una historia en donde no se habla mucho de los Flores Magón, no se habla mucho de estos dirigentes sociales que lucharon y tomaron las armas porque estaban cerrados los espacios, no había posibilidad de participar de manera democrática, lo que había era represión y asesinatos”, dijo el 24 de agosto. El desconocimiento del presidente es tal que confunde a los hermanos Flores Magón con las guerrillas que surgieron seis décadas más tarde. Cuando dice que la decisión de irse a la lucha armada se debió a que no se podía hacer política de manera democrática, López Obrador soslaya la difícil, intensa y en no pocos casos fructífera lucha ciudadana que se extendió en ese período.
Los profesores de Secundaria que lo han recibido, encuentran en Un libro sin recetas, para la maestra y el maestro, sexto volumen, editado por la SEP, una versión deformada y embaucadora de esa etapa en la historia de México. Con el pretexto de ofrecer una historia del magisterio, el libro comienza con 15 páginas dedicadas a exaltar a la lucha armada. Allí se dice que después de golpes represivos como los que sufrieron los estudiantes en octubre de 1968 y junio de 1971, la violencia era la única posibilidad: “ante un Estado represor, la clandestinidad se reveló como la alternativa”.
En aquella época, se relata, “cada vez resultaba más difícil ocultar la radicalización arrinconada a la que fueron orilladas diversas voces disidentes tanto en áreas rurales como urbanas”. Ciertamente, hacer política de oposición era muy difícil en ese tiempo. Con frecuencia, militantes y organizadores sociales eran perseguidos y había un clima de temor y arrinconamiento contra los grupos disidentes. Pero en numerosos sectores la convicción en la democracia se sobrepuso a la ilusión revolucionaria.
Ese primer capítulo, que es una suerte de bienvenida y exhortación a los maestros que leen el libro, hace un pormenorizado inventario de pretensiones, tropiezos y acciones de la guerrilla urbana y rural. La creación de la Liga Comunista 23 de Septiembre, en 1973, es narrada con detalle.
Dentro de dos semanas se cumplirá medio siglo del asesinato del empresario Eugenio Garza Sada, en septiembre de 1973, cuando una célula de la Liga intentó secuestrarlo. El libro para maestros dice que los guerrilleros que lo emboscaron lo intentaban “retener”. No indica que se trataba de un secuestro. Al siguiente mes, otro comando secuestró en Guadalajara al empresario Fernando Aranguren y al cónsul británico Anthony Duncan. Como el gobierno se negó a pagar por ellos, la Liga liberó al cónsul “pero ajustició al empresario como medida radical”. A un asesinato, se le presenta como un acto de justicia.
Quienes lean esa idealización de la violencia armada y no dispongan de otras fuentes de información, creerán que en la época referida no había más oposición que la guerrilla. Al Partido Comunista que llevaba medio siglo de lucha política, en ocasiones a costa de fuertes represalias, solamente se le menciona para decir que uno de los creadores de la guerrilla, Raúl Ramos, había roto con él. No hay una sola línea que recuerde el empeño de grupos trotskistas, maoístas o socialistas que, entre otros, intentaban desarrollar, de manera legal, el movimiento obrero y popular.
A los maestros de secundaria se les ofrece una exuberante genealogía de grupos guerrilleros: Los Procesos, Los Guajiros, el Frente Urbano Zapatista, Los Lacandones, el FER, Los Enfermos, los grupos rurales de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, etc., etc. Pero no se menciona a dirigentes sociales como Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Heberto Castillo o Rafael Galván, entre tantos otros. No se recuerdan movimientos como el de los médicos en 1964, o de los electricistas democráticos diez años más tarde. Se ignoran la creación del Comité de Defensa Popular de Chihuahua, del Partido Mexicano de los Trabajadores, o el sindicalismo universitario. Mucho menos se reconocen aportaciones de partidos y ciudadanos en coordenadas ideológicas distintas de la izquierda.
Habrá quienes consideren que aquellos que se involucraron en la lucha armada, hace medio siglo, se sacrificaron por el país. También se puede decir que aquel aventurerismo (que suscitó una terrible e ilegal violencia del gobierno) no sirvió a la conciencia, ni a la organización de la sociedad. Cualquiera que sea esa apreciación, ensalzar a la vía armada como hacen el presidente y la SEP es insensato y engañoso. Suponer que el único cambio capaz de propiciar que haya justicia social es el que destruye al Estado es imprudente, pero además resulta muy incongruente cuando esa creencia se difunde desde el propio Estado.
ALACENA: Ya candidata, ¿y ahora?
El amplio respaldo que indicaron las encuestas y las decisiones políticas a favor de Xóchitl Gálvez servirán de poco si ella y el Frente que ahora encabeza no aseguran que, en las candidaturas a gobernadores, legisladores y municipios, seleccionarán a los mejores, más allá de cuotas y compromisos en los partidos.
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