Aunque Andrés Manuel López Obrador y Mario Delgado se empeñen en decir que las elecciones internas de su partido Morena fueron “ejemplares” y que no hubo más que “incidentes menores”, la verdad es que esas elecciones fueron un cochinero: acarreo, despensas, gente que no sabía por qué estaba allí, broncas entre bandos opuestos tipo lucha libre, vale decir, patadas voladoras, candados, quebradoras, torniquetes, piquetes de ojos, saltos desde la tercera cuerda, moquetes, puñadas y mojicones, sillazos, botellazos; menores de edad votando, urnas embarazadas, operación carrusel, quema de papeletas. No hubo una sola de las viejas prácticas del fraude electoral que no se llevara a cabo. Un espectáculo denigrante y preocupante.
El propósito era elegir a tres mil congresistas de Morena, pero tal cometido naufragó hundido en el fango: “En el deportivo Los Galeana y en el Parque del Mestizaje en la alcaldía Gustavo A. Madero de la CDMX, hubo dirigentes de colonias, tianguis y taxistas que organizaron operativos para inscribir a personas en Morena y llevarlas a votar a cambio de una despensa, dinero o de no quitarles programas sociales. El acarreo fue agilizado gracias a que los dirigentes prellenaron boletas de afiliación con datos de votantes…Lo mismo pasó en Morelia, donde algunas personas señalaron que sólo sabían el nombre que debían tachar en la boleta, a cambio de 250 pesos.” (Excelsior, 21/07/2022)
Entre los múltiples actos bochornosos que se registraron en esa jornada está la detención en Minatitlán, Veracruz, de la diputada local, Jéssica Ramírez, quien denunció la injerencia de la alcaldesa Carmen Medel en las elecciones internas de Morena en ese municipio. Tanto en Veracruz como en Chiapas hubo quema de papelería, así como riñas entre gente perteneciente a facciones opuestos.
A estos eventos en los que hubo violencia, sobornos o coacción del voto, debemos agregar que hubo una pésima planeación: quienes más sufrieron el desconcierto fueron las personas de la tercera edad, pues tuvieron que hacer largas filas bajo un sol abrazador para poder emitir su sufragio y así conservar sus apoyos sociales. O sea, fue un pase de lista descarado.
Pero, además, como decía George Orwell: “todo somos iguales, pero hay unos más iguales que otros.” Vale decir, algunos morenistas recibieron trato VIP: Elizabeth García Vilchis la encargada de la sección “Quién es quién en las mentiras” en las mañaneras de los miércoles, junto con su esposo René Sánchez Galindo, no tuvieron que sufrir el suplicio de hacer fila para votar. Olímpicamente, se saltaron la valla para sufragar en San Jerónimo Caleras, Puebla. Otro que se brincó la fila fue Fernando “El Pulpo” Remes Garza, alcalde de Poza Rica, Veracruz: cuando una compañera de su propio partido le pidió que respetara la fila el edil le respondió, “¡No estés chingando!”
Paradojas del destino: el presidente López Obrador que diariamente, en “las mañaneras”, incita verbalmente a la violencia, ahora esa incitación se le revirtió y fue a golpear a su propio partido; una especie de “operación búmeran”. Con este desaguisado quedó al desnudo que en la 4T no hay principios sino intereses; no los mueve el interés general de la nación, sino el interés particular de los líderes y grupúsculos locales que se pelean a dentelladas las posiciones de poder.
Ciertamente, Morena es un partido creado por un dirigente carismático; sin embargo, está lejos de tener una estructura institucional y una base social cohesionada y organizada. Más bien, en su interior es, como lo pudimos comprobar este fin de semana, un completo desbarajuste.
En todo caso, lo que mantiene unidos a los morenistas, aparte de la figura del patriarca, es el dinero y el poder; aprovechar el puesto para sacar el mayor beneficio posible en previsión del despido o la derrota. Echan mano de la gente como si fueran borregos; mantiene comiendo de su mano a las personas con los programas sociales y, en el momento adecuado, las llaman para que cumplan su cometido; “devuelvan el favor.”
Morena no es un partido democrático; es un movimiento creado con el fin de apoyar las aspiraciones de un líder populista cuya sed de poder en insaciable. El propósito es aprovechar los mecanismos que ofrece la democracia constitucional para hacerse del mando; luego de alcanzar ese primer objetivo, lo siguiente es desmantelar las instituciones de la república para instaurar una autocracia. Eso es lo que han hecho los populistas latinoamericanos como Hugo Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.
No olvidemos que uno de los prerrequisitos de la democracia es que los actores políticos, es decir, fundamentalmente, los partidos, se comprometan a respetar lo que Norberto Bobbio llamaba “las reglas del juego”, esto es, respetar las leyes y, en especial las normas que rigen la competencia electoral.
Es evidente que, cada que se le da la gana, López Obrador, pisotea la ley igual que sus compinches. Y tiene la obsesión de hacerse, a como dé lugar, del INE para controlar, así, la competencia electoral.
Después de presenciar el espectáculo ignominioso que ofrecieron los morenistas este pasado fin de semana, queda claro que, si cedemos ante el embate emprendido contra el INE, las elecciones en México quedarían en manos de los violentos que trabajan para un autócrata.
Viene al caso recordar la frase que se acuñó durante la Revolución francesa, después de la época del terror, cuando se guillotinaron a una cantidad incuantificable de personas: “En la democracia se cuentan las cabezas, en lugar de cortarlas.”
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