A pesar de las múltiples fallas técnicas, de moderaciones que no promueven el debate y de cambios organizativos de último minuto, los foros realizados por el Frente Amplio por México han permitido ratificar distintas percepciones existentes sobre las ideas, la personalidad y las convicciones de los aspirantes presidenciales de la oposición. Sin embargo, estos pequeños avances podrían anularse si los partidos tradicionales integrantes de ese frente mantienen inalterado su férreo control sobre el proceso electivo. Los últimos días se han caracterizado por una intensa operación política para asegurárselo, movilizando para ello a sus poderosos aparatos territoriales y clientelares. Resultan evidentes los intentos de usurpación de la voluntad ciudadana por parte de la vieja partidocracia, que reservó para sí misma los espacios de decisión.
Parecen olvidar que en cada elección los partidos reciben un mandato y sobre su cumplimiento, es que los ciudadanos emiten su veredicto. Los electores evalúan no solo retrospectivamente, es decir, cuando el mandato se cumplió, sino también prospectivamente cuando evalúan las posibilidades reales de aquello prometido por los candidatos. La confianza ciudadana en el futuro es sometida a prueba por medio del comportamiento de los partidos y de su clase dirigente. Por ello es que actualmente domina el desencanto ciudadano, no solo porque los partidos tienen muchas dificultades para interpretar las demandas de la población, sino porque es claro que ellos solamente privilegian sus intereses de corto plazo.
En este escenario, la única candidata que rompe con los esquemas partidocráticos para restaurar la voluntad ciudadana sobre los procesos democráticos, es Xóchitl Gálvez. Ella puede catalizar la volatilidad electoral que todavía se encuentra presente y abrir el paso a los ciudadanos hacia nuevas ofertas políticas. Sus propuestas, hasta ahora, han sido de vanguardia. Ellas pretenden no solo restaurar nuestro proceso de democratización, sino también abrirlo a nuevos contenidos de calidad. La abierta inscripción de sus propuestas en el modelo de una socialdemocracia para el siglo XXI, están a la vista: derechos sociales universales, legalidad y Estado de derecho, energías limpias, tecnologías educativas, impulso al desarrollo económico global, han sido, aunque un poco desordenadamente, los ejes de su propuesta de un futuro social y democrático para México. Esperemos que sea capaz de presentar un programa bien estructurado sobre las reformas que urgen al país. No se trata solo de contener la obra destructora del populismo, sino también, de recuperar el tiempo perdido y el lugar que México merece en el concierto de las naciones.
El consenso sobre los nuevos actores políticos es errático, pero la erosión de los partidos tradicionales es definitiva. Resulta necesario renovar la legitimidad de esos partidos para actuar en nombre de los ciudadanos. Para el viejo partido de masas la cantidad es el punto de referencia, mientras que para el nuevo activismo ciudadano la calidad es lo determinante en una alternativa electoral. Se requiere de una praxis política distinta, de una renovación total que permita posicionar la agenda socialdemócrata en la tarea de interpretar y representar las demandas de los ciudadanos.
Los partidos se han esclerotizado, convirtiéndose en máquinas burocráticas cuyo objetivo principal es recolectar votos, descuidando sus orientaciones ideales. Han perdido un vínculo fuerte y auténtico con su electorado, e incluso, con sus militantes. Finalizada la tensión ideológica, y desaparecidos los grandes relatos sobre los proyectos de sociedad posible en el próximo futuro, los partidos tradicionales y sus dirigencias se han refugiado en pequeños grupos sectarios de carácter oligárquico. Se debe cambiar de ruta. Ha llegado el momento de transformar esos viejos incentivos selectivos y materiales, por nuevos incentivos colectivos y simbólicos. La tarea de profunda renovación de la política mexicana encuentra en Xóchitl Gálvez una encarnación de los principios socialdemócratas.
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