
Seis años atrás
Hace seis años que Vicente Fox realizó lo que muchos consideraban todavía imposible: sacar al PRI de Los Pinos. Tras una fulgurante carrera política, primero como diputado y después como gobernador de su natal Guanajuato, Fox se autolanzó a la conquista de la Presidencia de la República. Sorprendiendo antes que a nadie a sus propios compañeros de partido, fue el primero en “anticipar vísperas” iniciando las actividades de precampaña con muchos meses de anticipación, rompiendo así los usos y costumbres que hasta entonces habían prevalecido entre los políticos mexicanos. Con una campaña manejada más con las reglas del “marketing” que con los esquemas tradicionales, utilizando un discurso informal contrastando con el acartonamiento del mensaje político, Fox fue ganando terreno en las preferencias de los electores. Al final, al grito de “hay que sacar al PRI de Los Pinos”, Vicente Fox ganó la Presidencia de la República el 2 de julio del año 2000, en una jornada electoral que ya es considerada como histórica.
Recuento
Fox prometió mucho durante su campaña. Algunas cosas que incluso se antojaban más como golpes de efecto mediático, que como propuestas serias, pero que rindieron sus frutos en las urnas. La enormidad de la tarea y las circunstancias lo llevarán a dejar muchos pendientes. De aquel cúmulo de grandes promesas lanzadas en discursos y entrevistas, solo unas cuantas fueron cumplidas. Para empezar, uno de los grandes reclamos de la sociedad mexicana, es que durante este sexenio los índices de inseguridad se dispararon hasta niveles insospechados, sin que el gobierno cumpliera con su parte del pacto democrático de respetar y hacer respetar la ley, y en su afán de resolver los problemas en forma pacífica, se autoungió como gobierno del diálogo, dejando un enorme vacío de autoridad que prevalece hasta la fecha. Desde luego, Chiapas no se arregló en 15 minutos, sino que tomó seis años para que el sub-comandante Marcos se desinflara solito. Tal vez se hubiera desvanecido antes si Fox no le hubiera dado todo para realizar su gira triunfal por medio país y no hubiera negociado que le prestaran la tribuna del Congreso a un movimiento escondido detrás de un montón de capuchas. Para generar el millón de empleos anuales prometido que se quedó en veremos, tendría que haberse obtenido un índice de crecimiento económico superior al 7 por ciento, también prometido, que tampoco se logró. Para poder cumplir las promesas, por lo menos en una medida razonable, se necesitaba la aprobación de las tan llevadas y traídas reformas estructurales: la del Estado, la laboral, la fiscal, la de energía, por mencionar sólo algunas, que se quedaron engordando las enormes listas de pendientes de los diputados y senadores que integraron las LVIII y LIX legislaturas. Y es precisamente ahí, en el Legislativo, en donde podemos encontrar a quienes fueron sus socios de tantos incumplimientos. Por un lado, es innegable que Vicente Fox no hizo su trabajo de negociación política. Creyó, como casi todos los miembros de la oposición, que los ingresos que obtenía el gobierno por diversos conceptos como impuestos y petróleo, iban a parar en una fuga incontenible a los bolsillos de los políticos priistas, y que al llegar al poder contaría con todo ese dinero para llevar a cabo todos sus planes. Craso error. La realidad es que la mayor parte de los recursos que no se gastaban en el gasto corriente de la administración pública, se utilizaban para pagar el servicio de la deuda pública y los abonos que se iban venciendo, dejando un muy estrecho margen de maniobra para otras cosas. Además, da la impresión de que creyó también que toda la maquinaria gubernamental se pondría a trabajar en sus proyectos tan pronto los hiciera públicos, sin que él tuviera siquiera la necesidad de pedirlo. Fox y sus colaboradores cercanos nunca lograron establecer mecanismos exitosos de lo que se conoce como “operación política”: el juego de “toma y daca” en el que se entiende que para obtener algo que se quiere, es necesario dar a cambio un poco de lo que al contrario le interesa. De manera que tras la inexperiencia de los primeros años, se topó con la ambición de Roberto Madrazo, quien quería recuperar la Presidencia de la República para el PRI, y operó para que los legisladores de su partido no dejaran pasar nada de lo que al Presidente interesaba; para después encontrarse con los tiempos electorales, en los que todo gira en torno del proceso y sus candidatos; y, finalmente, hallarse plantado en la recta final de su sexenio, con una nueva legislatura recién instalada que ya le dijo que ninguna reforma habrá de aprobarse antes del 1° de diciembre, la fecha fatal para la entrega de la banda presidencial. Vicente Fox consiguió algunos logros menores. Aunque sin gran crecimiento, mantuvo la fortaleza de la economía, prepagó parte de la deuda —aunque con ayuda de los altos precios del petróleo—, implementó programas sociales en beneficio de las clases más desprotegidas como el Seguro Popular, y sin duda en su combate contra la pobreza consiguió disminuir los índices de mexicanos que se encuentran en esa circunstancia, aunque lamentablemente es tan grande el problema que los resultados no son muy notorios. El saldo del gobierno del cambio es que no hubo tal, se quedó sólo en alternancia de partidos en el poder, lo cual, después de setenta años de gobierno priista como partido hegemónico, tampoco es poca cosa.
Más alternancia
Llegamos así a la elección del pasado 2 de julio. Muchos fueron los altibajos que vivieron los candidatos durante el interminable tiempo de campaña. No faltó la guerra sucia, aunque hay que aclarar que no sólo de uno de los candidatos. En realidad, en las descalificaciones participaron cuatro de los cinco candidatos. Tampoco hay que espantarse. Este último no fue mucho peor que los anteriores procesos, que tampoco transcurrieron con civilidad. Nos preguntamos: ¿por qué, entonces, tantas quejas y protestas de Andrés López y sus seguidores cuando ya se vio que en la elección no hubo irregularidades graves?, ¿por qué insistir en desconocer a las instituciones que en gran medida su partido contribuyó a formar?, ¿por qué tirarse al piso por lo que llaman la campaña sucia que pintaba a Andrés López como el peligro para México que está demostrando finalmente que es?, ¿por qué el PRD lo sigue ciegamente, tirando al caño no sólo el gran capital político que ganó en esta elección, sino además buena parte del que ha acumulado en dieciocho años de existencia? Podemos aventurar una nueva respuesta a este misterio: los perredistas creyeron que, como sucede en las mesas directivas de las cámaras en las que se alternan en sus respectivas presidencias, de la misma manera les tocaba ahora a ellos llegar a la Presidencia de la República, y no entienden cómo fue que la perdieron.
Difícil democracia
No es así como funcionan las cosas. En las democracias, no necesariamente se da la alternancia, ni es ésta forzosa. Son los ciudadanos los que van a votar, y deciden con sus votos el estilo de gobierno que quieren. En México, son también los ciudadanos quienes tienen la responsabilidad de hacer el recuento de los sufragios. El 2 de julio lo hicieron, voto por voto, como lo han venido exigiendo después, una y otra vez, las huestes de López. La ley mexicana actual, no contempla que se gana por mínimos de ventaja, tampoco las segundas vueltas, de manera que cualquier candidato puede ser Presidente de la República con solo un voto de diferencia. Así es el juego democrático en las naciones consideradas como las más avanzadas del planeta, y así deberá ser en México a partir de ahora, pésele a quien le pese. Al final, esa es tal vez la mayor aportación de Vicente Fox y de los mexicanos de hoy a las instituciones de nuestro país después de estos seis años: el largo trabajo de parto de la alternancia, dio a luz a una incipiente democracia, con todos sus riesgos, sí, pero también con todas las ventajas que implica vivir de acuerdo con la voluntad ciudadana.
Verba volant, scripta manent
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