Salud

Una sociedad que no parece ligar el síntoma con la enfermedad

Más allá de un TCA: la glorificación del autocontrol femenino

La imagen muestra a una mujer joven con un trastorno alimenticio. Está sentada en una mesa con un plato de comida delante, pero no tiene fuerzas para comer. La imagen es desgarradora y muestra la realidad de los trastornos alimenticios.
La imagen muestra a una mujer joven con un trastorno alimenticio. Está sentada en una mesa con un plato de comida delante, pero no tiene fuerzas para comer. La imagen es desgarradora y muestra la realidad de los trastornos alimenticios. La imagen muestra a una mujer joven con un trastorno alimenticio. Está sentada en una mesa con un plato de comida delante, pero no tiene fuerzas para comer. La imagen es desgarradora y muestra la realidad de los trastornos alimenticios. (La Crónica de Hoy)

Paso la mayoría de mi tiempo pensando en TCAs (trastornos de la conducta alimentaria). Al superar el mío (anorexia nerviosa y bulimia), surgió en mí la necesidad de hablar de este tema y, más que nada, de comprender qué me llevó a mí y a tantos más a caer en esta enfermedad. Trato de identificar las semillas que ya existían dentro de mí y las condiciones que les permitieron germinar a lo largo de mi vida. Y recientemente intento ponerle nombre a cierta hierba que veo plantada en muchos, especialmente mujeres, cuyas espinas venenosas parecen esconderse detrás de una industria que vende el control como amor propio.

Mi cuerpo se tensa al escuchar mujeres hablar sobre una de esas dietas virales, el nuevo medicamento para adelgazar, sobre cuánto les gustaría estar más delgadas, sobre cómo se ven “gordas” o “flácidas”. Quiero gritar cuando escucho las palabras “me veo obesa” o “parezco tamal mal envuelto”. Es complicado recorrer el camino hacia la liberación de una enfermedad para luego darte cuenta de que muchos de sus síntomas están por todas partes. Tomó años poder controlar esa voz en mi cabeza que permitía que hablara de mi cuerpo de manera tan violenta, pelear contra la idea de que la comida es un premio o castigo y que el ejercicio es solo una herramienta para la delgadez y un abdomen marcado.

Si tuviera que describir un TCA con una sola palabra, al menos en cómo se manifestó en mi caso y en muchas otras mujeres que conozco, la palabra que elegiría es control. Para superar mi enfermedad, tuve que ceder control y, sin embargo, observo una creciente cultura del control en cada uno de los aspectos de nuestras vidas, especialmente en cómo ser una “mujer saludable”. Los hábitos no son malos, al contrario; sin embargo, observo en mi día a día cómo tantas mujeres llevan a cabo conductas que se parecen demasiado a las que yo llevaba a cabo en mi propio trastorno. No insinúo que todas las mujeres sufren de un TCA; sin embargo, creo que es pertinente analizar y cuestionar estos comportamientos, no solo para la prevención de estas enfermedades, sino para lograr construir una sociedad en la que la figura y la forma de esta no sean, por definición, el atributo más valorado de una mujer.

Al ser diagnosticada con un trastorno alimentario, fue imperativo erradicar estas conductas para lograr recuperarme. Sin embargo, hay toda una industria y cultura alrededor de estas acciones, que permite que su naturaleza nociva pase desapercibida e, incluso, que se lleven a cabo como hábitos completamente normales para la mayoría de las mujeres. Pensemos en fumar: como sociedad, sabemos las consecuencias que esta acción tiene, una de ellas es el cáncer, una enfermedad mortal. Muchos continuamos fumando bajo nuestro propio riesgo, pero somos conscientes de que fumar es un hábito que puede resultar letal. Imaginemos a una persona que ha logrado superar un cáncer de pulmón ocasionado por fumar y que, al salir de esta enfermedad que pudo haber terminado su vida, se ve bombardeada con mensajes que glorifican el hábito que la llevó a ese diagnóstico. Podemos imaginar cómo surgiría en esta persona frustración al ver que, por alguna razón, no parecemos hacer la relación entre la acción y la consecuencia. Así me siento yo. La anorexia nerviosa es la enfermedad mental con mayor tasa de mortalidad y, sin embargo, veo constantes mensajes que parecen glorificar conductas que yo llevaba a cabo cuando sufría de este trastorno. Es como si no existiera una conexión entre estas y los mismos síntomas de un TCA.

Este punto se volvió más evidente para mí en este mes de marzo. El enfoque feminista hacia los TCA, que parecía haber escapado mi atención por tanto tiempo, dejó huella este mes, permitiéndome llegar a una conclusión: a pesar de que solo algunas mujeres caemos en trastornos de la conducta alimentaria como la anorexia o la bulimia, todas somos víctimas de un sistema que nos enseña a construir nuestra identidad y valor basado en una mirada masculina. Aprendemos desde pequeñas cómo se ve una mujer deseable y que dejar de ser deseable es casi como dejar de ser mujer. Hay una hierba plantada en el inconsciente de toda mujer que nos llama a adaptarnos al tipo de cuerpo socialmente aceptable y que susurra en nuestros oídos que cualquier dolor o violencia dirigida a nuestros cuerpos, como dietas restrictivas, tratamientos dolorosos, exceso de ejercicio y de autocontrol, no son nada más que una parte de la experiencia femenina.

Una “recuperación total” significó reentrenar a mi cabeza para comenzar a vivir una vida enfocada en vivir y no en restringir, controlar y contar. La relación con mi cuerpo tuvo que cambiar. Me vi forzada a comenzar a agradecerle constantemente por todo lo que me deja hacer. Esto permitió que mi cuerpo adquiriera una nueva dimensión: dejó de ser un adorno que tenía que mantener lindo e intacto para ser admirado y se convirtió en algo vivo y cambiante que crece y disminuye, que me permite caminar, correr y abrazar. Para sanar, tuve que arrancar esa hierba que fue plantada en mí y que yo misma regué, como veo a tantas otras mujeres regar.

Recientemente me topé con un video que hablaba de cómo solemos plantear el cuidado de la salud mental como un factor individual en vez de colectivo. Sin duda, el cuidado de la salud es individual, pero sin un respaldo colectivo para cuidarla, mantenerla en un buen estado se convierte en algo difícil. Es como si, al salir de una operación, en vez de que la gente procurara darnos el espacio y tiempo para una rápida y definitiva recuperación, nos encontráramos con una serie de trabas que hacen más difícil sanar. Esta influencia colectiva, en la que es permisible desnutrirnos para vernos más flacas en un evento, hablar de manera tan violenta de nuestros cuerpos y de los de los demás, y en la que el exceso de autocontrol no solo es aceptable sino celebrado, no fue la causa única y directa de mi trastorno, pero hoy veo cómo funcionó como fertilizante para su desarrollo y como plaga durante mi recuperación.

No hay una manera sencilla de erradicar esta plaga, pero creo que cuestionar y modificar nuestras acciones individuales puede tener un impacto positivo en el colectivo. Se trata de arrancar nuestra propia hierba y plantar nuevas flores en las futuras generaciones. Podemos comenzar a plantar con preguntas: ¿Para qué hago ejercicio? ¿Qué pasaría si no lo hiciera? ¿En verdad creo que un cuerpo más delgado me hará sentir mejor? ¿Por qué me da tanto miedo engordar? ¿Creo que si engordo me dejarán de querer? No hay respuesta correcta y es duro toparte con una que no te pertenece a ti, pero es necesario reflexionar, porque solo así podemos ir descubriendo pedazos de la hierba aferrándose a nuestros cuerpos y entender que, aunque no suframos un TCA, somos víctimas de un sistema que nos ha convertido en nuestras propias victimarias, normalizando entre nuestro propio colectivo conductas que violentan nuestros cuerpos. Debemos construir conciencia, porque solo así nuestras acciones y lo que decidimos hacer con nuestro cuerpo realmente nos pertenecerá a nosotras.

Tendencias