Ha pasado poco más de una semana de la clausura del Festival y lo que parecía marchar sobre seda. Lo que había sido un trago amargo, la invitación cancelada a miembros del partido fascista alemán, la AfD, parecía haberse resuelto de forma adecuada. Sin embargo, fue apenas premonitorio.
Tras la ceremonia de premiación, donde se le otorgó el Oso de Plata a Mejor Documental al filme noruego-palestino No Other Land, que expone la colonización israelí sobre los territorios palestinos en Cisjordania, uno de sus directores, el israelí Yuval Abraham, denunció en el discurso de aceptación el apartheid en que viven los diversos pueblos árabes en el país hebreo. Inmediatamente, medios de comunicación occidentales, en particular alemanes e israelís, lo condenaron tildándolo de antisemita. Más tarde, a través de su cuenta de Twitter, el mismo Yuval dio a conocer que había sufrido de amenazas de muerte y que temía tanto por su vida como por la del codirector palestino Basel Adra: “si eso es lo que hacen con su culpa por el Holocausto, no quiero su culpa”, sentenció.
Al día siguiente, el domingo 25, la cuenta de la sección Panorama del Festival fue hackeada y en esta se publicaron una serie de infografías con logos de la Berlinale condenando la postura del Festival y del gobierno alemán en general. “Desde nuestro irresuelto pasado Nazi hasta nuestro presente genocida, hemos estado siempre en el lado incorrecto de la historia. Pero aún no es demasiado tarde para cambiar nuestro futuro”, se leía. Esta publicación fue borrada casi de inmediato y no pasó más de un día para que políticos alemanes (en particular el alcalde de Berlín, que aseguro que los seguirá invitando a sus eventos), así como miembros del Festival alzaran la voz. Más aún, la misma Berlinale emitió un comunicado el día 26 donde condena esta publicación, además del discurso del mismo director israelí que premió apenas un día antes, señalándolos de antisemitas.
Un escándalo, pero uno que condensa – más allá de la terrible gestión del Festival – las pulsiones de muerte de una Europa que no encuentra ya, como lo hizo en el pasado, vigor suficiente en su cultura para enfrentar las fuerzas fascistas que la consumen.
El antecedente más claro es el festival de Cannes de 1968, cancelado tras una revuelta protagonizada por Jean-Luc Godard y François Truffaut, que inició en los primeros meses de mismo año por la destitución injustificada del director de la Cinemateca Francesa (el llamado affaire Langlois) a la que se sumaron directores, actores y actrices de todo el mundo. Entre ellos, el director español Carlos Saura, la actriz italiana Monica Vitti y – con renuencias – hasta Polanski, por nombrar algunso. Famosas son las palabras de Godard, que llamaba idiotas a quienes preferían hablar de ‘trackings’ y ‘close-ups’ sobre la solidaridad con estudiantes y trabajadores durante el Mayo Francés.
No obstante, existen referentes más próximos. En 1969 el mismo Festival de Berlín fue cancelado tras una polémica con miembros del jurado. Entre las películas en competencia se encontraba o.k., dirigida por el director alemán Michael Verhoeven y seleccionada por la República Federal Alemanax| para representarlo tanto en la Berlinale como en los premios de la academia gringa, fue vetada de la competencia por el presidente del Jurado, el director estadunidense George Stevens, acusándola de no “contribuir al mejor entendimiento entre las naciones”. La película en cuestión representaba el caso real de un grupo de soldados estadounidenses que violaron a una niña vietnamita durante su invasión a la nación asiática – que continuaba durante la celebración del Festival. En protesta, diversos directores retiraron sus películas de la competencia. Acusados de censura, el presidente del Festival decidió deshacer el jurado, no repartir premios ese año y cancelar su celebración a diez días de haberse inaugurado.
Sintomáticas del presente del cine, del cine de festivales, de los realizadores y de la relación de todos estos con la situación actual del mundo son las palabras de Christian Petzold, miembro del jurado, quien se mostró muy cómodo con la presencia de los miembros de la AfD entre el público: “Somos unos cobardes. Si no puedes soportar a cinco personas de la AfD entre el público, perderemos la batalla”, declaró el día de la apertura. Palabras curiosas, por decir lo menos, para alguien cuya gran obra se ambienta en la Alemania nazi.
Ha pasado una semana, pero una en cuyos días nos hemos percatado de que Godard está muerto y de que los autores de hoy – al menos aquellos aclamados por la crítica festivalera – han decidido callar ante el horror del genocidio en Gaza y ante la cooptación de aquellos sitios donde el arte y sus realizadores, alguna vez, hicieron frente al paso de la historia.
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