Sucesos

Berlinale: tres documentales sobre la memoria y la historia

Hipopótamo en la selva
Pepe Pepe (Berlinale)

Caminando de noche hacia el Verti Music Hall para ver una función, no dejaba de preguntarme sobre la larguísima pared al otro lado de la calle. Qué extraño, pensaba, que, en una zona tan acaudalada de Berlín, a la orilla del río Esprea, hubiera semejante armatoste. Fue hasta verbalicé en voz alta “¿Qué hace un maldito muro allí?” cuando caí en cuenta que aquel montón de cemento, a lo sumo tres o cuatro metros de altura, no eran sino los restos del Muro de Berlín.

Lo anterior viene a colación porque estos días he visto dos documentales que, de una forma u otra, tratan el tema la historia y la memoria en relación con la gente del presente. Así como hoy, fuera de su contexto, el Muro es apenas una fua estructura de hormigón, el significado de las cosas cambia. La memoria – quiero decir, la memoria “histórica” y sus métodos de reproducción – deben actualizarse contantemente. En el cine, dicha actualización pasa por renovar la imagen y por situarla en el presente.

En principio, es una historia conocida. Pablo Escobar llevó a Colombia como mascotas a un grupo de hipopótamos que, tras su muerte, se convirtieron en un gran problema para los habitantes de los pueblos vecinos y para el gobierno colombiano en general. Pepe, cuarto largometraje del dominicano, sigue en primera persona la historia de uno de estos hipopótamos. Conocemos el viaje de su padre del África a Colombia, las luchas intestinas dentro de la manada, su relación con los humanos y su muerte, que se nos hace saber desde el inicio de la película.

Sin embargo, aunque protagonista, no es la pieza fundamental del documental. A semejanza de lo que hizo Arreola en La Feria, en el ámbito de la literatura, lo que predominan son las voces de los habitantes del pueblo donde los hipopótamos fueron a parar. Las quejas de los pescadores atemorizados, los remanentes del cártel de Escobar que cuentan las historias de aquellos años que se fueron, la policía – siempre incapaz – que trata sin lograrlo de resolver los problemas. Más aún, Santos Arias añade vídeos de archivo, noticieros, reportajes, para contextualizar los años posteriores a la caída de Escobar. A partir de las tres capas (la historia narrada por Pepe, la oralidad del pueblo, el archivo), esta película logra – al menos en apariencia – encapsular tanto un hecho específico, el de los hipopótamos; como una era, la Colombia post-Escobar.

El nuevo documental del aclamado director estadounidense Travis Wilkerson tiene varios puntos en común con el filme dominicano. Ambos combinan material de archivo con un narrador omnisciente y recrean, a partir de este, una narrativa de ficción. Sin embargo, en este caso, dejamos atrás los hipopótamos para que sea el mismo Wilkerson quien nos cuenta la historia de su película, que inició tratando de explorar el tema de las guerras yugoslavas, pero terminó aprehendiendo todo el fenómeno del fascismo croata, desde sus orígenes en el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial hasta su presenta, veinte años después de los bombardeos de la OTAN. Para hacerlo crea al personaje de un mediocre policía, interpretado por Ivan Peric, que lo introduce a los secretos y pulsiones de la Croacia profunda.

El ejercicio de Wilkerson puede ser desconcertante. En el ámbito visual, es evidente que su técnica no busca verosimilitud en la dirección de actores ni en el plano estético; estos son apenas vehículos para ideas que son, explícitamente, las de su director. Podría argumentarse que tal técnica es engañosa, en tanto que pone en boca de un personaje local las reverberaciones de un director extranjero. Sin embargo, sus propias ligas con Croacia, con la historia yugoslava, así como la inclusión de escenas enteras a exponer sus meditaciones íntimas y familiares en torno a los impactos de la guerra en su él y su familia, develan el dispositivo entero: no esconde nada, no hay agenda, sólo él. Una película solipsista.

La evaluación de sus conclusiones queda a manos de los espectadores, baste decir que es un ejercicio entusiasta y emocionante, que guarda cierto respeto por las víctimas y que es abiertamente antifascista. Esto último es algo notable hoy en día, por triste que suene. Allí está Ruizpalacios y amigos.

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