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Tras casi ganar la guerra civil —con la ayuda de Rusia, Irán y Hezbolá— que estalló hace 13 años al calor de la Primavera Árabe, Bashar al Asad debe estar preguntándose amargamente en Moscú cómo ha podido caer su dictadura sangrienta en once días

El régimen de terror sirio ha caído ¿qué pasó y qué puede pasar?

Damascus (Syrian Arab Republic), 09/12/2024.- Syrians pose with the opposition flag on a street in Damascus, Syria, 09 December 2024. Syrian rebels entered Damascus on 08 December 2024 and announced in a televised statement the 'Liberation of the city of Damascus and the overthrow of Bashar al-Assad', as well as the release of all the prisoners. (Siria, Damasco) EFE/EPA/HASAN BELAL
One day after Syrian rebels topple Assad, take over Damascus Población de Siria posa con la bandera en las calles de Damasco, capital de Siria (HASAN BELAL/EFE)

Las seis fichas de dominó que tumbaron al régimen de Bashar al Asad

La primera ficha cayó el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás cometió el peor ataque terrorista en Israel desde la fundación del Estado judío. Ese mismo día, el gobierno de Benjamín Netanyahu declaró la guerra a los palestinos en la Franja de Gaza, feudo del movimiento radical palestino.

Caída la primera ficha de dominó del tablero en Oriente Medio, el más inestable del mundo, la segunda cayó al día siguiente. El 8 de octubre de 2023, la guerrilla libanesa Hezbolá declara la guerra a Israel y comienza el lanzamiento masivo de cohetes en el norte del país.

La tercera ficha cayó el pasado 17 de septiembre, cuando Israel declaró la guerra total a Hezbolá, pero no sólo en Líbano (país que invadió y del que se retiró tras considerar destruído el poderío bélico de la milicia chiita), sino en Siria, donde destruyó los campamentos de Hezbolá, dejando al régimen de Damasco sin un poderoso batallón sobre el terreno para contener una posible contraofensiva rebelde.

La cuarta ficha cayó, precisamente, cuando los insurgentes sirios, arrinconados y casi derrotados en el norte del país, vieron una oportunidad de oro para lanzar un contraataque, aprovechando la dura derrota de los milicianos de Hezbolá a manos de los israelíes.

La quinta ficha ha sido la sorprendente moderación de Irán, que ni lanzó un ataque para frenta el avance del enemigo contra su mayor aliado en Oriente Medio, ni ha prometido vengarse tras su derrota.

Esta contención quedó patente hace tres meses, cuando Irán atacó por primera vez en su historia a Israel, en venganza por los asesinatos en suelo iraní del jefe de la Guardia Revolucionaria y al líder de Hamás. Más que el anunciado ataque, lo que sorprendió fue que los misiles iraníes no apuntaran a las urbes del “enemigo sionista”, sino a zonas deshabitadas, lo que se interpretó como un señal de que el régimen iraní ha entendido que no es tan temible como creía y por eso su presidente, el moderado Masud Peseshkian, insite en que no quiere una guerra abierta contra Israel.

Y, finalmente, la sexta y definitiva ficha que acabó con 18 años de gobierno de terror de Bashar al Asad, fue la negativa de Rusia a defender hasta el final a su aliado árabe.

Tras el comienzo de la contraofensiva rebelde, el 27 de noviembre y la caída de Alepo, los cazas rusos se unieron a los de Damasco y bombardearon barrios de la segunda ciudad siria. Pero, en un cambio radical de postura, los aviones rusos no volvieron a despegar de sus dos bases militares en Siria, lo que permitió el avance fulminante de los rebeldes islamistas hasta entrar en Damasco este sábado.

¿Por qué Putin traicionó a Asad?

Es difícil interpretar lo que pasa por la mente del presidente ruso, pero el acusado desgaste de las tropas rusas en Ucrania, tras casi tres años de guerra, ha tenido que influir en su orden de cesar los bombardeos en Siria.

Parece evidente que Putin decidió de última hora sacrificar el frente sirio para centrarse en el ucraniano. Además, Moscú necesita llegar en posición de fuerza a unas negociaciones con Kiev, si Donald Trump (que regresa a la Casa Blanca el 20 de enero) cumple su promesa de cortar toda la ayuda militar a Kiev.

Pero hay también otro factor que podría explicar la decisión de Putin de dejar caer a su aliado: la traición pragmática.

En cuanto entendió que sin el apoyo sobre el terreno de Hezbolá, sumado a la debilidad del Ejército sirio, desgastado por 13 años de guerra civil, la caída de Damasco era cuestión de días, por lo que la única manera de no perder el control de sus dos bases militares en siria (las únicas de Rusia en el Mediterráneo) era aliarse con el bando enemigo, ofreciendo mantener sus tropas en Siria para evitar un contragolpe de la minoría chiita siria o de un enemigo extranjero.

¿Cuál es el mejor y el peor escenario para el pueblo sirio?

El mejor escenario es que se cumpla el sueño de democracia y justicia social que comenzó en marzo de 2011, cuando alguien pintó sobre un muro de la ciudad siria de Deraa: “Te llegó el turno, doctor”, en alusión a Bachar el Asad, licenciado en Medicina.

El primero que entendió el grafitti anónimo —pintado al calor de la Primavera Árabe, que estalló un año antes en Túnez, Egipto y Libia— fue el propio dictador sirio, quien reprimió con brutalidad al pueblo para evitar acabar asesinado como el libio Muhamar Gadafi.

Una señal esperanzadora es el anuncio del nuevo “hombre fuerte” de Siria, Abu Mohamed al Jolani, de que no habrá actos de venganza y que aboga por la unidad del país y una transición pacífica.

Sin embargo, el pasado radical de Al Jolani, quien militó en Al Qaeda, hace también muy probable el peor escenario: que comience una cacería y que rebrote la guerra civil, si el Ejército de Asad, ahora en desbandada, se transforme en una guerrilla, como ocurrió en Irak tras el asesinato de Sadam Husein y la persecución de su guardia pretoriana, que se reconvirtió en el grupo terrorista Estado Islámico.

¿Quiénes ganan con la caída del régimen Al Asad?

En el bando sirio gana el pueblo empobrecido y reprimido; esa mayoría musulmana sunita que no ha conocido otra cosa desde hace más de medio siglo que la brutal represión, primero bajo Hafez al Asad, de la minoría alauita (chiita), desde 1971 hasta su muerte, en el año 2000, y luego de su hijo Bashar al Asad, que acabó con su huída del país la madrugada de este domingo.

Ganan también los kurdo-sirios, en el norte del país, y sobre todo las numerosas facciones armadas sunitas.

En el bando exterior gana el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, aliado de los rebeldes sunitas victoriosos, y también Israel, que ve como cae un viejo enemigo, aunque sabe que nunca habrá paz entre ambos países vecinos, mientras el Estado judío siga ocupando la meseta del Golán, que reclama Damasco.

Pero sobre todo gana Líbano, que ve cómo se libera de un plumazo de la pesada sombras siria sobre la política nacional desde hace décadas. Con la caída del régimen de Asad se corta también el flujo de armas iraníes destinadas a Hezbola y que entraban por Siria, lo que podría ser la puntilla para la desaparición del brazo armado de Hezbolá.

Además, con la caída de Asad, cientos de miles de sirios que viven en campos de refugiados en Líbano, estarán ya pensando en hacer las maletas para regresar a su país, lo que aliviará el gasto que las autoridades libanesas destinan para los cientos de miles de refugiados sirios.

¿Quiénes pierden?

En el bando interior, la minoría alauita (chiita), la del clan Asad, concentrada en su mayoría en los barrios más ricos de Damasco y que teme la venganza de la mayoría sunita.

En el bando exterior, Putin acaba de perder a su mayor aliado árabe y con él la influencia rusa en Oriente Medio.

Pero se trata, sobre todo, de una peligrosa derrota para el régimen iraní, que teme que la derrota de Asad devuelva la esperanza a los iraníes de que es posible derribar al régimen de terror del ayatolá Ali Jamenei.

Lo de peligroso no es baladí: hablamos de un régimen tan brutal como el de Asad —que no dudó en lanzar un ataque químico contra la localidad de Guta, cercana a Damasco, matando a más de un millar de personas— sólo que el caso iraní es más peligroso porque está en camino de convertirse en una potencia nuclear.

Y finalmente, ¿qué hará Trump?

El presiente electo de EU escribió este domingo en letras mayúsculas un mensaje en el que avisa que Siria no es su problema (y mucho menos después de haber criticado con dureza la caída de Afganistán y la humillante retirada estadounidense de Kabul bajo el gobierno de Joe Biden).

Pero que nadie se lleve a engaño: el mensaje de Trump no es el de un gobernante aislacionista o pacifista. Todo lo contrario, pretende redoblar su ayuda militar a Israel para que Netanyahu (sobre quien pesa una orden de captura internacional por crímenes de guerra contra la población palestina) cumpla su ambición de convertir a Israel en la potencia dominante de Oriente Medio, mediante el aplastamiento de la resistencia árabe a la ocupación, sembrando de esta manera el odio de los derrotados y futuras guerras en la región más peligrosa del mundo.

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