El espacio, para algunos es la última frontera, para otros aquel vasto lugar donde nadie puede oír tus gritos. Normalmente al mirar al cielo por las noches, entre las estrellas y las luces nocturnas, incluso adquiere una identidad poética, casi etérea incluso. Pero a veces, el espacio también implica un lugar en donde se encuentra todo y a la vez, nada. Como ocurre en la película El astronauta de Netflix.
Para el astronauta Jakub Procházka (Adam Sandler) el espacio es el punto donde se siente cómodo, un sitio en el que puede huir de sus fantasmas y expiar algunas culpas de su pasado o incluso refugiarse de la realidad y la vida misma sin pensar en las consecuencias. Pero es en el punto más importante de la misión que lo puso en órbita que Jakub comienza a sentir el golpe inesperado de la soledad.
El director sueco Johan Renck, mayormente conocido por su labor detrás de la serie de HBO, Chernobyl (2019), toma las riendas de esta adaptación del libro del checo Jaroslav Kalfař, Spaceman of Bohemia, donde gracias al guión de Colby Day ofrece una experiencia existencialista a través de este hombre del espacio que parece preferir la soledad a pesar de lo bello que tiene en su vida, ofreciendo un filme de ciencia ficción que tiene fuertes reminiscencias con Solaris (Tarkovski, 1972) así como otras grandes obras del género.
Adam Sandler vuelve a demostrar que cuando tiene una buena historia y dirección es capaz de hacer roles dramáticos fuertes. Recordando un poco al solitario pero ansioso Barry Egan de Embriagado de amor (Paul Thomas Anderson, 2002), su Jakub comparte ese instinto de alma solitaria pero cambia la ansiedad por un sentimiento de dolor guardado que poco a poco es liberado gracias a las conversaciones con un peculiar confidente de nombre Hanus (voz de Paul Dano), una especie intergaláctica que decide acompañar al astronauta en su pesar y tratar de liberarlo de sus cargas emocionales.
En contraparte, tenemos a la siempre eficiente Carey Mulligan, tres veces nominada al Oscar, como la esposa que sufre los estragos de la ausencia de Jakub, Lenka. Ante la situación que ella enfrenta y con el lazo desgastado de su relación, ella se convierte en un factor importante para el desarrollo de la historia, sobre todo por ese punto de unión que curiosamente tiene con su marido: el dolor y vació de la ausencia, uno que ella abraza a regañadientes mientras que el otro huye de ello.
Esa es una de las capas de ahonda El astronauta, la del vacío, la soledad y las rupturas que ello trae entre los seres humanos. La vena existencial del relato es explorada gracias a la terapia que Hanus, con su voz siempre pacífica y calma, brinda a Jakub para que pueda entender cuál es el verdadero problema que lo angustia. Este ser es quien brinda al relato un sentido de cohesión a la experiencia sensorial y reflexiva de la historia, misma que se guía por una delgada línea argumental pero que se enfoca mucho más en lo psicológico y en las sensaciones que transmite.
Ante ello, destaca la partitura de Max Richter, que con su música logra capturar una nostalgia bella pero dolorosa para acompañar los pasos de este cosmonauta en busca de su mayor descubrimiento, mismo que, para su país, se encuentra oculto entre la nube de polvo estelar llamada Chopra. Sin embargo, los compases transmiten esas emociones que Jakub es incapaz de aceptar. Asimismo, el tema final de Richter cantado por el siempre ingenioso dúo musical de Sparks, “Don’t go away”, captura el alma de un relato tan emocional e introspectivo que puede resultar doloroso para aquellos lobos esteparios que circundan en la vida.
Otro aspecto interesante recae en la visión de Renck para tomar estos momentos de soledad en los que, al más puro estilo de las rutinas vistas en 2001: Odisea del espacio (Kubrick, 1968), muestra la mecánica vida en el espacio de Jakub. Pero es en la parte de sus sueños, pesadillas y recuerdos donde recae lo más interesante de su narrativa al mostrarlos como algo medio borroso a los costados, viendo solamente claro el centro de la imagen. Es esa mirada la que nos hace entender la psique y las emociones del protagonista, que trata de evitarlo a pesar de las mejores intenciones de Hanus.
Si bien el relato tiene como motor la estabilidad emocional de Jakub y esa mirada ante su estado mental en pleno aislamiento, no está exento de otros temas que la misma novela presenta. Uno de ellos aborda las marcas del pasado de un país dividido por las ideologías que sufrió duros golpes. No en balde miramos esos lapsos de la infancia del astronauta y su relación con su padre así como su destino por simplemente estar en el bando no ganador del conflicto.
También se encuentra una crítica interesante hacia la postura capitalista del estado que busca trascender en la carrera espacial con este descubrimiento, pues la misión en la que Jakub participa es lograda gracias a los patrocinios de marcas que tiene que mencionar para poder conseguir algún recurso necesario en la nave, poniendo esa contraposición entre las ideologías que su pueblo tiene, explorando levemente esa cuestión histórica que en la novela original es ahondada con mayor profundidad.
Sin embargo, la cinta también habla del principio y el fin, que son llevados a un plano interestelar y mortal como una interesante meditación sobre la vida y la muerte, dejando entrever que no hay nada eterno por lo que hay que aprender a dejar ir. Ese aspecto se resalta en el momento climático de la cinta, aquel donde Jakub por fin enfrenta su misión comprendiendo la belleza y la futilidad de la vida misma que lo rodea. Es ahí donde el relato filosófico romántico alcanza su mayor momento, haciendo incluso alusión a la ópera de Rusalka de Antonín Dvořák, dándole un giro al trágico final.
Es así que El astronauta encuentra sus mejores momentos cuando se deja llevar por el balance entre la ciencia ficción y la filosofía existencialista que lo rodea, encontrando una catarsis para aquellas personas solitarias que se recluyen en sí mismos por miedo a vivir, enseñándoles que ni las cicatrices del pasado ni los miedos del presente son excusa para el aislamiento. A final de cuentas, se tiene que aprender a estar solo pero también acompañado, a saber expiar nuestras culpas y errores, a saber cuándo volver a empezar y aprovechar las oportunidades que se tienen pero sobre todo a aceptar que nada es eterno, ni el vasto espacio ni las galaxias que nos rodean, pues todo siempre tiene un final.
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