Godzilla y King Kong son, sin duda, dos de las criaturas más icónicas del mundo del cine. Aunque el gorila llegó primero a la gran pantalla en 1933 de la mano de los cineastas Merian C. Cooper y Ernest Schoedsack, así como de la damisela que conquistó el corazón del rey de la Isla Calavera, Fay Wray, es Godzilla en 1954 quien, con su representación de los terrores post nucleares a través de su enorme tamaño y destrucción quién se llevaría la corona del Rey de los Monstruos al ser el abanderado de un género cinematográfico: el kaiju.
Con una larga historia detrás que los ha llevado a enfrentarse dos veces e incluso a tener remakes o reinvenciones de todo tipo, Godzilla y Kong llegaron a Hollywood para crear el “Monsterverse” soñado por muchos, aquel que ha tenido tanto propuestas interesantes como uno que otro tropezón, llevándonos a una nueva entrega en la que los dos monstruos, después de firmar una tregua al eliminar la amenaza de Mechagodzilla, tendrán que dejar nuevamente sus diferencias a un lado para salvar a la humanidad y sus propios mundos de un par de nuevas amenazas.
Adam Wingard regresa como director de Godzilla y Kong: El Nuevo Imperio después del éxito que tuvo con la anterior entrega de la franquicia al darle a la gente lo que quería ver: destrucción, caos y una pelea memorable entre estos titanes. En esta ocasión, vuelve a aprovechar esa dinámica entre kaijus y deja de lado esa estética casi de colores neón de la batalla anterior para explorar mucho más de la Tierra Hueca en la que Kong es el rey, siendo el centro de atención del relato.
Por su parte, Godzilla sigue siendo el protector de la tierra humana, batallando con cualquier monstruo que se le ponga enfrente sin importar la cantidad de daño que pueda hacer a su alrededor. Ese es uno de los detalles en el absurdo guión de esta entrega, donde el querido Rey de los Monstruos pasa a ser simplemente una bestia rompecaras, alejándose por completo de lo que es la esencia nipona del querido kaiju, mismo que demostró su relevancia y profundidad hace unos meses en Godzilla: Minus One, cayendo inevitablemente en la comparación.
Claro que eso no necesariamente es un error, pues basta recordar cómo en las eras pasadas de Godzilla en su país natal también ha caído en el tremendo absurdo. A pesar de ello, Wingard le saca el suficiente jugo al rey de los kaiju para entregar un puro entretenimiento lleno de golpes y destrucción. Ni que decir del factor humano que aquí prácticamente no existe salvo por una importante razón que se prolonga demasiado en ejecutar y que, al tomar escena, se vuelve tedioso, problema que ha sido el común denominador para el “Monsterverse” desde su primera entrega.
Lo interesante es ver cómo King Kong sigue teniendo un desarrollo que no le habíamos visto antes. Más allá de la bestia enamorado de la bella, este gran gorila ha demostrado desde su debut en esta franquicia (Kong: La Isla Calavera, 2017) que tiene más por contar, pasando desde la orfandad y la conexión con los humanos que lo veneraban, los Iwa, hasta la búsqueda de su propia casa y de seres que lo acompañen en su soledad. Esta misma aquí es explotada de buena forma, llevándolo a encontrar no sólo a un mini Kong sino al nuevo rival a vencer: el Scar King.
El diseño de los personajes también es bueno. Kong sigue mostrando las marcas de su envejecimiento con las canas en su pelaje y su barba, las cicatrices en el cuerpo así como la adición de un brazo casi de Transformer que, dentro de lo absurdo de la trama, es de las pocas cosas justificables.
Godzilla sigue mostrando su peso y poderío pero ahora tiene movimientos mucho más ágiles y la cresta tiene un registro interesante no solo al hacerla crecer un poco sino al dotarla de un color rosa intenso. Mientras que Scar King tiene la facha de una especie de orangután de brazos largos, pelaje rojo y mucho más salvaje que Kong, además de tener un arma más interesante que el hacha del gorila, viéndose como una real amenaza hacia los dos monstruos heroicos.
Existen además un par de sorpresas interesantes para los fans de los kaiju que pueden generar sentimientos encontrados. En cuanto a la labor de efectos especiales, era obvio que sería un apartado que, después de la anterior entrega nipona de Godzilla, llamaría la atención. En las secuencias de pelea, luce bastante bien pero en algunos momentos dentro de la Tierra Hueca, generada mayormente por CGI dados los elementos monstruosos que la rodean, se nota la falta de detalle en ello.
Hablando de realismo, Godzilla y Kong: El Nuevo Imperio resulta ser la entrega de la franquicia que más se aleje de ello, jugando completamente con el elemento fantástico de todo lo que ocurre, lo cual como vehículo de mero entretenimiento no está mal, pero lo aleja de aquellas primeras entregas donde el desarrollo, las pérdidas humanas y la destrucción tenían consecuencias.
Aquí, todo es parte del espectáculo, incluso el excéntrico veterinario de Dan Stevens obsesionado con la música ochentera y el eterno investigador amateur de los fenómenos kaiju, Brian Tyree Henry, que sigue siendo el chistoso pero intelectual del grupo.
Así, Godzilla y Kong: El Nuevo Imperio es una irregular y absurda historia con altibajos en su ritmo pero que cumple con su público al entregarle justamente lo que pide: peleas exorbitantes de monstruos gigantes sin importar el resto, mostrando que, para Hollywood, Godzilla y Kong son personajes que escapan a la profundidad y que están creados para crear un espectáculo divertido a base de buenas peleas, eludiendo la seriedad para cambiarlo por un tono que le acerca a franquicias como Transformers o Rápido y Furioso, donde todo puede pasar por más ridículo que sea. Y a veces eso no está mal.
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