Fue en 1966 que Anton Szandor LaVey fundaría en San Francisco, California, en medio de una década tumultuosa, la Iglesia de Satán, todo eso posterior a la Noche de Walpurgis, acontecimiento que marcaría el inicio del año uno del reino de su satánica majestad. Este evento no pasaría desapercibido en el mundo cultural de Hollywood ni en los círculos religiosos mismos, pues la crisis en la fe sería otro de los temas que provocaría revuelo en la sociedad.
Esto abrió las puertas al terror para escapar de las garras del Código Hayes y comenzar a experimentar con relatos sobrenaturales que tocaran temas antes inapropiados con cintas como El bebé de Rosemary (Polanski, 1968) que no sólo ponía a una mujer como protagonista, sino que hablaba del nacimiento del mismísimo Anticristo traído por una secta de vecinos muy extraños.
Pero es en la década de los 70 que Richard Donner, director que en ese entonces tenía una vasta carrera en televisión, tomó un guión de David Seltzer para hacer La profecía (The omen) en 1976, causando revuelo por el planteamiento del nacimiento de un niño llamado Damien que era el elegido para ser el hijo del Diablo mismo y traer su reinado al mundo contemporáneo. La cinta fue tan exitosa que tuvo cuatro secuelas y un remake bastante flojo que no funcionó del todo para las nuevas generaciones.
Sin embargo, 18 años después, este universo se expande para dar pie a una precuela que rinde homenaje no sólo a la cinta original sino al cine de género de los 70 con La primera profecía, ópera prima de Arkasha Stevenson (la serie de Netflix, Brand new cherry flavor), que entrega una aportación interesante al relato del Anticristo al abordar la cuestión de su origen así como las terribles decisiones y horrores que el dar a luz al hijo de Satán puede conllevar.
Roma, 1971. Los conflictos sociales, políticos y religiosos siguen causando estragos en la sociedad. En medio de una ciudad donde las protestas y la hostilidad se respiran en las calles, la Hermana Margaret (Nell Tiger Free) llega respaldada por el Cardenal Lawrence (Bill Nighy) a un convento para iniciar su vida de servicio ante la Iglesia en un lugar donde las Hermanas atienden a madres solteras que van a dar a luz. Todo parece ir normal hasta que se encuentra con una joven, Carlita Scianna (Nicole Sorace), provocando un enfrentamiento con su fe que la llevará a descubrir una conspiración nacida desde la oscuridad de la religión misma.
La primera profecía sorprende por mostrar el tema del secularismo y el miedo de la religión ante ello, tópico que es muy actual ante el claro retroceso que han tenido las instituciones religiosas en tiempos recientes debido a los problemas de abuso que han provocado una crisis de fe notoria. Este temor es palpable en toda la cinta a través de las protestas y de ciertos actos que reflejan cómo lo espiritual pierde su vigencia ante lo real. Pero esa es sólo la gran capa general que envuelve el verdadero corazón de la cinta.
Y esa es la historia de Margaret y cómo enfrenta este dilema de fe por sí misma, mismo que se va tornando en una interesante metáfora sobre la maternidad y los miedos que ello lleva dentro de un contexto religioso que le añade una capa más de complejidad. Similar a lo hecho en Huesera (Garza Cervera, 2022), Stevenson explora poco a poco el gran misterio que nos lleva al origen del nacimiento de Damien a través de imágenes impactantes que transmiten el mismo miedo al embarazo, dándole un sentido terrorífico clásico a este acto.
Otro punto destacado de la realizadora es la gran estética setentera que dota al filme gracias al trabajo de fotografía de Aaron Morton (Sweet Tooth, Nadie te salvará) que a través de sus texturas y colores nos traslada a esa época, sintiéndose la vibra que tenía justamente la cinta de Donner. Ni qué decir del gran trabajo en las tomas donde la cámara se centra en las expresiones, especialmente las miradas, ofreciendo también guiños a otro subgénero del terror recurrente en la Italia de esa década, el giallo.
Aunque la musicalización de Mark Korven no está al gran nivel de aquella de Jerry Godlsmith, creador del tema por excelencia de la franquicia, Ave Satani, si recurre a cierro homenaje de la misma mientras que esta composición juega no tanto con los elementos corales sino con sonidos más estruendosos que provocan un shock en las escenas más impactantes del filme sin dejar de lado la construcción de una atmósfera eficiente que, por momentos, puede resultar incómoda.
El ritmo de la cinta, sobre todo en su primer acto, puede resultar un poco lento. Pero La primera profecía levanta su aire malévolo hacia la primera acción sorprendente, misma que rinde también homenaje a la obra de Donner sin sentirse como un plagio de la misma. Todo esto se complementa con una gran actuación por parte de Nell Tiger Free, que lleva por momentos al extremo su expresividad mientras desciende a los infiernos de lo que experimenta al tratar de evitar la venida del Anticristo.
Otro asunto de aplaudirle es que esta precuela no se muestra timorata ni en lo violento de sus escenas ni en la crítica hacia la Iglesia y la cuestión de la fe. Gracias a una labor de buenos efectos prácticos, las escenas donde el poder maligno hace de las suyas lucen bastante bien, recordando el impacto que la cinta de 1976 generó al realizar algunas de las muertes de la franquicia. Por otro lado, no teme lanzar el dardo venenoso sobre la doble moral oculta en la misma institución que, frente a una crisis, recurre a lo prohibido con tal de no perder el poder que tiene.
Si bien no es perfecta ni una obra maestra, La primera profecía sí destaca entre muchos títulos de terror al demostrar que, teniendo una buena historia o algo que aportar a la misma, se puede generar una precuela o secuela interesante, dejando opacados a otros títulos (Halloween, El Exorcista) que han fallado en el intento de manera abrupta. Pero sobre todo, nos hace un ferviente recordatorio que resuena firme en nuestros tiempos acerca del poder del creer, pues es a través de la creencia ciega que uno puede controlar a la gente que no teme ni cree en nada, haciéndonos pensar que el mal al que todos le temen puede estar donde menos lo esperas, como en un perro rottweiller o en una inocente criatura.
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