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Todo por los hijos: el asesinato de Eloy Vallina

No hay padre o madre que no desee lo mejor para sus retoños, y que se sienta plenamente justificado para opinar o actuar respecto de lo que puede ser un futro promisorio para ellos. Pero, se sabe, en materia de pasiones y enamoramientos no hay mandato paterno que se imponga, y a pesar de las buenas intenciones, las cosas son como son. Y a veces, esa ruta de buenas intenciones, de las que se dice está empedrado el camino hacia el infierno, hacen alto en estaciones trágicas, donde aguarda la muerte inesperada.

historias sangrientas

Una tragedia determinada por los valores sociales del México de 1960 y el amor de los padres para con sus hijos, formaron el caldo de cultivo de un conflicto que terminó con el asesinato del industrial y banquero español Eloy Santiago Vallina.

Una tragedia determinada por los valores sociales del México de 1960, formó el caldo de cultivo de un conflicto que terminó con el asesinato de Eloy Santiago

Los tiros retumbaron en aquella esquina, la de Victoria e Independencia, en la ciudad de Chihuahua, justo a las puertas del Banco Comercial Mexicano. El lugar común hablaría de un asalto a la institución financiera. Pero no se trataba de eso aquel 18 de mayo de 1960. Un hombre, sangrante, aferrándose a la vida, se desplomaba, y con las últimas fuerzas que le quedaban aferró desesperado a quien había disparado contra él. No era un robo: era una de esas historias trágicas donde el amor mete mano y trastoca los planes que padres bienintencionados inventan para sus hijos; era una historia donde el amor a los hijos actuó como motor de violencia y muerte.

Porque se sabe: todos los padres son capaces de dar todo por sus hijos, por protegerlos, por darles seguridad, por asegurar su futuro. Y en ese concepto, elástico y ambiguo, está también, la muy traída y llevada defensa del honor. Porque eso era, en el fondo, el gran motivo para que, a las puertas de un próspero banco, el empresario que lo había fundado, Eloy Vallina García, se derrumbara herido de muerte. Trágica coincidencia: asesino y víctima estaban unidos por un vínculo de esos que marcan la vida humana. Ambos deseaban para sus respectivos hijos, todo lo mejor del mundo.

UN REVÓLVER 45

México vivía días agitados: apenas lograban las autoridades policiacas resolver el caso del asesinato del escritor José Almoina, muerto en la capital del país, cuando de la lejana Chihuahua surgió otra nota igualmente estremecedora: Eloy Vallina, empresario y filántropo, establecido en Chihuahua, acababa de morir a manos de un militar, el mayor David Corona. ¿Qué podían tener en común hombres tan dispares? La noticia resonó hasta el otro lado del mar, donde se consideraba a Vallina un “indiano” exitoso; uno de esos hombres que se lanzan a “hacer la América” en busca de un buen futuro. Vallina lo había logrado.

La agencia EFE envió a Europa la nota del suceso: “"Banquero mejicano (sic) asesinado” La historia se contaba en breves líneas: “El destacado banquero e industrial Eloy S. Vallina ha resultado muerto a consecuencia de los disparos hechos contra él cuando entraba en el banco de que era presidente. El atacante ha sido identificado como el comandante (sic) David Corona, al que se ocupó un revólver del calibre 45. Se desconoce hasta ahora el móvil del crimen".

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En México, los detalles iban fluyendo poco a poco, y revelaba, ante todo, historias de amor que terminaban manchadas de sangre.

Una, la primera, era la historia de amor entre Eloy Vallina Lagüera, hijo del banquero español, y una muchacha, Graciela Corona. Lo que seguía, por difícil que pudiera parecer, se ramificaba en dos historias de amor por los hijos: el de Eloy Vallina por el hijo que llevaba su nombre y al que le esperaba un futuro importante relacionado con las empresas que el padre había levantado en México, y el amor del militar David Corona por su hija, una muchacha cuyo futuro, ante una perspectiva de separación de aquel joven que la había enamorado, era incierto por el qué dirán, tan frecuente en el México de 1960.

Las páginas policiacas de aquellos días dieron poco vuelo a la noticia. No todos los días un hombre de negocios como Vallina García se volvía carne de la nota roja. Pero, con todo, para los colmilludos reporteros policiacos de México, la nota era la nota, y aquello sonaba al rebote de un drama pasional.

Se supieron detalles del momento del crimen. Eloy Vallina se dirigía a las oficinas del próspero Banco Comercial Mexicano. A las puertas de su banco, el mayor David Corona se apersonó y lo encaró. Ambos hombres sabían muy bien quién era el otro. Si hubo palabras, nadie las ha guardado en la memoria. Pero que David Corona estaba exaltado, era cierto. Quería presionar al banquero, también es cierto. Que acaso el militar solamente quería asustar con el arma al hombre de negocios, es una especulación. Hubo, aparentemente, un conato de forcejeo. Eloy Vallina alcanzó a sujetar al mayor Corona, quien arma en mano, reaccionó.

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Sonaron los tiros, el hombre desarmado cayó al piso. David Corona no escapó. Esperaba la justicia de los hombres, respecto de un crimen cuyo móvil era el inmenso amor que sentía por su hija, Graciela. ¿Alguien reaccionaría de otra manera en aquella época?

LOS PLANES DE LOS PADRES Y LOS PLANES DE LOS HIJOS.

La agencia EFE no volvió a enviar a España detalles del asesinato de Eloy Vallina. Pero la prensa mexicana alcanzó a hacer su trabajo; a reportear como se debe y a conseguir la trama entera de aquella historia que terminaba en tragedia.

Eloy hijo y Graciela Corona se enamoraron. Es probable que pesaran entre ellos los lugares comunes de las historias de amor: son muy jóvenes, tú no has acabado la carrera, ni siquiera eres mayor de edad (en 1960, la mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años), tengo planes para ti. Eso bien podía ser la retahíla, la “aburridora” que Eloy Jr. Pudo haber escuchado de su padre. Algo bien podría haber argumentado en sentido similar el mayor Corona al escuchar del gran amor que su niña sentía por el hijo del banquero.

Seguramente, el rigor paterno se hizo evidente. Eso explica que los jóvenes Eloy y Graciela tomaran la decisión de fugarse, para vivir su amor en libertad, lejos de los regaños de las respectivas familias. Esperaban que, ante los hechos consumados, papá Eloy y papá David se resignarían y los dejarían ser apasionadamente felices.

Pero no ocurrió así. Ambos padres eran jefes de familia a la antigua, y no se resignaron al desafío de los jóvenes.

El mayor Corona, hombre de acción, se fue en busca de la pareja. Cuando los encontró (¡qué predecibles pueden ser los enamorados!) los presionó para que, de inmediato, contrajeran matrimonio civil. Una vez más, el famoso honor de las mujeres, su único y mayor patrimonio, decían los viejos, salía a relucir. Al mayor Corona le importaba que su niña no quedase deshonrada a los ojos de la gente de Chihuahua-

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El banquero Vallina, industrial, hombre de negocios y filántropo, no solo se indignó por la fuga, sino porque el enamorado hijo tenía un deber para con la familia y el imperio económico que a su padre le había costado años levantar. Además, ¡Eloy hijo era menor de edad! Cuando se enteró de que el mayor Corona había arreglado las cosas a su manera, montó en cólera. Su hijo no podía haberse casado sin su permiso, pues no era mayor de edad.

Con ese hecho fundamental en las manos, el banquero presionó a su hijo, y, bajo presión, el muchacho firmó los documentos necesarios para emprender un juicio de anulación del matrimonio. Las leyes de 1960 dieron la razón al banquero Vallina, y la boda de los jóvenes se declaró disuelta.

En esas circunstancias, la que tenía todas las de perder, era la joven Graciela. Fugada, casada un poco a la fuerza, y luego declarada “no-casada”, y por tanto abandonada, sería, naturalmente, la comidilla de toda la ciudad de Chihuahua. El joven Eloy no pasaría de ser visto como un joven impulsivo al que la sabiduría paterna había regresado al buen camino antes de que echara a perder su vida. Pero. ¿y la muchacha?

Al mayor David Corona solo le importaba una cosa: el futuro que habría de tener su niña adorada. Montó en cólera cuando se enteró de que su consuegro había sido el promotor de la anulación del matrimonio, y decidió encararse con él. Si tanto amaba a su hijo, ¿acaso no podría entender lo que él sufría por el futuro de su muchachita?

Así fue que, exaltado, el mayor Corona se apersonó ante el moderno edificio del Banco Comercial Mexicano. Vallina lo reconoció de inmediato. Corrieron versiones de que los dos hombres empezaron a discutir. Desesperado por la cerrazón del banquero, Corona habría desenfundado su revólver 45. Luego, todo fue tragedia y dolor.

EL HONOR PROTEGIDO

Muy pronto se conocieron los detalles de aquel dramático desacuerdo entre los dos padres, que, a su manera, pensaban en el honor de sus hijos. Argumentando su preocupación por el honor de su hija, David Corona tramitó un amparo, que le concedió la justicia de la ciudad de Monterrey- Una vez más, aún en los inicios de la muy moderna década de los 60 del siglo pasado, el honor de las mujeres era un bien preciadísimo que hasta un juez juzgó suficiente para atenuar el homicidio cometido.

Después, la historia de amor se desvanece. Una escuela en Chihuahua lleva el nombre de Eloy Santiago Vallina; el banco que fundó creció y se alió con otros grandes capitales y se transformó en el grupo Comermex. Eloy hijo y Graciela tuvieron caminos y vidas separadas, porque, a pesar de tanto y tanto amor, la sangre derramada abre abismos imposibles de franquear.