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Así era el México de 1969

Hace medio siglo, todo era lunar. Los periódicos de la época hablaban en numerosas notas, de los “selenautas”.

Así era el México de 1969

Así era el México de 1969

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hace medio siglo, todo era lunar. Los periódicos de la época hablaban en numerosas notas, de los “selenautas”. La Luna, con mayúscula, no era sólo el satélite de la Tierra, allá en el espacio; era una presencia cercana, presente desde hacía semanas en la radio, en la televisión, en la publicidad. No importaba qué tan alejado estuviera el producto que los publicistas pretendieran promover, la Luna se les había infiltrado en la creatividad, en las palabras, en las ilusiones. Con la luna se vendían lo mismo botellas de ron que refrescos de cola, bonos de inversión y material eléctrico. Una empresa cervecera anunciaba su “sistema quitapón” para destapar frascos de su producto, y el anuncio emulaba el dibujo, reproducido hasta el cansancio, de una cápsula espacial. Llegar a la Luna era progresar, era entrar, definitivamente en otro momento de la historia.

Por eso, el 20 de julio de 1969, como en otros momentos, los mexicanos que tenían que andar en la calle o no tenían televisión, pudieron ver el gran momento en los televisores de los escaparates de las tiendas. Muchos otros escucharon la transmisión por radio, y al día siguiente los periódicos hicieron tirajes de cientos de miles de ejemplares. Tele-Guía, una revista con las programaciones de televisión, muy socorrida en los hogares mexicanos, produjo una edición especial, de medio millón de ejemplares, con textos escritos por Miguel Alemán y el ingeniero Roberto Kenny: un pequeño manual de todo lo que ocurriría a partir del despegue del Saturno 5.

Pero al mismo tiempo que se llegaba a la Luna, la vida seguía: El submarino amarillo, la sicodélica película animada de los Beatles, llegaba a su tercera y última semana en cartelera; triunfaba Capulina en su película Mi Padrino, y se ofrecía “bolo” a los niños que fueran a verla: cuentos, claro está, del famoso “campeón del humorismo blanco”, y llegaba el estreno exitosísimo de Santo en el tesoro de Drácula.

Fueron días todavía de minifalda, de las novedosas pantimedias; llenos de música del Álbum Blanco, con un pequeño revuelo doméstico por las presentaciones de los Monkees en México (de ellos, Raúl Velasco escribió que eran muy simpáticos, pero musicalmente, malísimos), y se sabía que Barry Ryan ganaba disco de oro por Eloise, su hit de alcances internacionales.

Eran días de modernidad en México: mientras el Saturno 5 despegaba en Cabo Kennedy, los capitalinos asistían a los viajes de prueba del nuevecito Metro, que se inauguraría en septiembre. A la par que las familias se reunían para ver el alunizaje, también apartaban tiempo para ver la telenovela de moda, Cadenas de angustia, y los niños, tan acostumbrados desde hacía años, por Los Supersónicos, a pensar en los viajes al espacio como algo naturalísimo, veían como de lejos el asombro adulto. Y así, con un Salvador Novo, entrevistado por un jovencísimo Joaquín López-Dóriga, proclamándose “presidente de la luna” desde 1925 por obra y gracia del poeta Carlos Pellicer, México entraba al asombro, a la emoción mundial, de ver a Neil Armstrong caminando en la Luna.