Opinión

Casimiro, la búsqueda perdida

Muchos han sido los afanes humanos por conquistar reinos imaginarios, tierras con ríos de leche y miel; dominios de un paraíso existente sólo en la turbiedad de sus autores divididos entre el sueño y la estupidez.

La imaginación de sitios prodigiosos, ciudades de oro macizo, mujeres de extraordinaria belleza y disponibilidad instantánea o guerreras amazónicas; sucursales del paraíso en medio de valles frutales y manjares al alcance de la mano, alimento de la audacia de conquistadores y predicadores.

Unos dominaban la tierra y los hombres y los otros se quedaban con sus espíritus y sus almas. Y entre ambos instalaban la esclavitud, el despojo y la dominación.

En muchos sentidos, el gran trabajo-reportaje de Henry Morton Stanley en su búsqueda del misionero Livingston, cuyo hallazgo (pretexto puro), hizo famosa la frase más idiota del mundo cuando lo halló rodeado de negros.

-- “¿El Doctor Livingston, supongo?” (como si en aquellos años hubiera tantos blancos en el culo de Tanganica).

Encontrar a Livingston no tuvo ninguna importancia.

Emprender el camino de la cartografía imperial, con el patrocinio de la Royal Society, en el África esclavizada por los belgas, ingleses, franceses, portugueses y hasta españoles, sí.

Pero esas eran expediciones con un sentido de anticipación económica. De expolio.

Otras enormes aventuras no tuvieron un fin concreto, si por concreto entendemos algo alejado de la fantasía. Por ejemplo, la búsqueda de El Dorado.

“Las geografías imaginarias construidas alrededor de El Dorado --dicen Catherine Alès y Michel Pouyllau-- constituyen un tema inagotable que ha ido más allá del marco del pensamiento ibérico para mantener el mito de las tierras prometidas. Desde el descubrimiento de América, El Dorado se impone como una evidencia.

“Es de manera obstinada y, al parecer aparente sinrazón, que los conquistadores se esfuercen en perseguir este espejismo.

“La leyenda de un mundo prodigioso con una riqueza excepcional va a asociarse, poco a poco, a los ríos que, sin duda, representan el camino más fácil en esta búsqueda. 

“¡Y qué ríos! ¿No es el Amazonas el primer río del mundo y el Orinoco el cuarto?”.

“¿Y por qué precisamente estos cursos de agua, salvo que se trate de las últimas etapas hacia la Terra incógnita de los cartógrafos?

Del mito a la novela, incluso a la caricatura, solo hay un paso que Voltaire no dudará en dar; pero en el camino, un entramado de ilusiones, fracasos y aventuras románticas se entretejen en torno a esta creencia, creando así el soporte materializado de una geografía fantasmagórica.

¿Cómo definir una geografía imaginaria y por extensión la cartografía imaginaria?

Una de las más grandes desgracias de este mundo de persecución de lo inexistente está descrita bella y trágicamente en los “Los naufragios”, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.

“…En el suroeste de Arizona encontraron a los hopis, que significa “pacíficos”, y tuvieron noticia de la mítica Cibola, de sus ciudades habitadas por los zuñis y de sus fabulosas riquezas, que dieron lugar a toda una serie de referencias míticas en la cartografía de la época y como otras noticias fantásticas, inspiraron multitud de viajes a la búsqueda de tan portentosos lugares”.

Si queremos llevar al extremo esta búsqueda infatigable de tierras prodigiosas --o de seres mitológicos como el Yeti, por ejemplo--, podríamos también llevarlo al terreno de las reliquias.

Nadie sabe cuántos esfuerzos se han gastado, por ejemplo, en perseguir el costillar del arca de Noé (como si hubieran existido el barco y el dueño); los huesos de Cervantes o Mozart y ahora los restos de un personaje sin importancia histórica fundamental, llamado Catarino Garza.

--¿Y por qué México (o mejor dicho, su presidente), busca con marinos y forenses en los lodazales de Bocas del Toro, Panamá, las reliquias de un rebelde muerto el siglo pasado?

Pues por gusto, manía u obsesión. ¡Ah!, y por qué se puede.

El poder presidencial es tan vasto como para disponer de elementos navales y militares; científicos y administrativos, para darse un gusto histórico y agregar una estrella al santoral de su personal hagiografía revolucionaria. También para unir su nombre al hallazgo por la eternidad. Si no, para qué queremos el poder. Nada más para poder.

--¿Cambiarán unos cuantos huesos --si los hallan o los falsifican--, la historia de México, sólo por su traslado desde Panamá? Obviamente no.

Ojalá no vaya también Ulises Lara a la búsqueda, porque va a encontrar costillas caninas, ni tampoco Ceci la sonorense porque la acusarían de “politiquera”.

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