Opinión

Las crisis de la sociedad y la juventud (III)

Las últimas colaboraciones de esta columna han abordado las crisis en las que se encuentra tanto la sociedad como la juventud a partir de un diagnóstico respecto de esta afirmación y una reflexión sobre cinco cuestiones que considero causantes de la misma. Aún cuando estas aproximaciones analizan el caso mexicano, la situación parece compartida por una buena cantidad de países en todo el mundo: la sociedad, en general, y la juventud, en particular, nos encontramos en sendas crisis que nos han despojado de valores y principios elementales, nos han restado memoria e identidad, nos han provocado abrazar la postverdad, nos han llenado de miedos que nos paralizan y nos ha causado olvidar el valor de la política como herramienta para la vida colectiva. Frente a esto, podemos resignarnos a esta nueva realidad o negarnos a ella e impugnar lo que parece nuestro desino imaginando alternativas. Elijo lo segundo y lanzo algunas ideas.

Es indispensable definir un conjunto de principios fundamentales de corte humanista, por oposición los de tipo individualista que hoy parecen ser la regla. Los tiempos modernos, aquellos de la tecnología y la inmediatez, de lo visual y lo superficial, han trastocado los valores a partir de los cuáles comprendíamos nuestra existencia y nos permitían discernir entre lo correcto y lo incorrecto. Lo que antes era bueno, hoy resulta, cuando menos, ingenuo y por momentos torpe. Ahí están, como meros ejemplos, la solidaridad, la unidad, la honestidad o el esfuerzo. Hoy asumimos que la felicidad implica alcanzar el éxito en las metas que nos trazamos sin importar si para ello necesitamos perjudicar a otros, traicionar la confianza de cercanos o convertirnos en seres egoístas y tramposos. Basta de eso. Volvamos a lo fundamental privilegiando lo colectivo por encima de lo individual y demos nuevamente valor a aquello que alguna vez lo tuvo.

Necesitamos recuperar el sentido de la comunidad a partir de una realidad que cada vez hace más complejo forjar relaciones estables en las que se privilegie la reciprocidad. En la modificación que ha sufrido la estructura de valores a partir de los cuales regimos nuestra pertenencia a una sociedad, hemos olvidado nuestra naturaleza de seres sociales. Nadie puede negar que nuestros tiempos son los de lo digital, provocando el aislamiento de quienes se colocan frente a una pantalla y generando la formación de relaciones superficiales, poco duraderas y generalmente egoístas. La era digital y de uso desmedido de la tecnología es la nuestra y negarlo sería absurdo. Sin embargo, igualmente ilógico sería negar que fuera de la pantalla existe una realidad que nos pertenece y de la que formamos parte. El sentido de comunidad, de aquello que nos es común y nos identifica como parte de algo más grande, debe recuperarse con especial énfasis en la reciprocidad como acicate para el fortalecimiento de las relaciones. Igualmente debemos asumir que cuando uno pertenece a un grupo, la corresponsabilidad – derechos y deberes – es la regla y todos debemos comprometernos con el bien común.

Se requiere apostar por la política como herramienta esencial de la construcción colectiva y no confiar en el mercado como mecanismo para resolver los problemas comunes, como la injusticia o la desigualdad. En el origen, la política consistía en la identificación e implementación de acciones que tendieran a mejorar la condición de vida de quienes pertenecían a una comunidad determinada. La polis, esa vieja forma de organización de la antigua Grecia, tenía como eje fundamental el hacer todo lo necesario para generar la mejor vida posible para todos quienes pertenecían a ella, teniendo como objetivo central generar la mayor igualdad posible entre sus integrantes y entendiendo a la justicia como aquello que era correcto. Aquello resulta muy lejano a lo que hoy es la política y, por ello, no extraña que en muchas áreas de la vida colectiva el mercado a tomado un papel que no le correspondía. Evidentemente, allí donde el mercado manda, la justicia y la igualdad no existen.

Definir principios y valores fundamentales, recuperar un sentido de comunidad a partir de la reciprocidad, la corresponsabilidad y el compromiso con el bien común, así como fortalecer lo político como mecanismo articulador de la vida colectiva, son tres alternativas para sacudirnos la crisis en la que se encuentra nuestra sociedad. La próxima entrega, última en esta serie de colaboraciones, una provocación a la juventud.

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Profesor y titular de la DGACO, UNAM

Twitter: @JoaquinNarro