Opinión

Dificultades para el Estado de Bienestar

Uno de los debates relevantes en el México de hoy es el que tiene que ver con el Estado de Bienestar. Hay un par de problemas al respecto: el principal es que el uso de la palabra “bienestar” por parte del gobierno de López Obrador, ha generado -en un bando y en otro- una identificación artificial entre ellos; el otro, es la incomprensión del concepto mismo, que hace que algunos piensen que se trata simplemente de la existencia de servicios sociales públicos y otros, que significa intervención masiva de un Estado paternalista en la economía.

La cuestión es que el par de problemas expuestos en el párrafo anterior dificultan la articulación política de una propuesta seria de Estado de Bienestar para México, al tiempo que condenan a los socialdemócratas del país a ser una minoría.

Eso se explica también por la historia, La de los Estados de Bienestar y la de nuestro país.

Hay dos fuentes esenciales para comprender el nacimiento de los Estados de Bienestar. Una es la idea de los socialdemócratas de superar los problemas del capitalismo a través de la culminación del mismo: es decir, no se trata de romper el sistema económico vigente, sino irlo transformando paulatinamente, para que garantice los derechos sociales de la población, al tiempo que avanza en la mejora general de los niveles de vida. La otra fue la necesidad de dar una respuesta socialmente eficaz a las crisis económicas, que no desembocara en un régimen totalitario, sea de izquierda o de derecha. En otras palabras, una respuesta democrática.

En ese sentido, es incorrecto suponer que la aparición de instituciones de asistencia pública, de apoyos sociales o de beneficios para algún grupo de trabajadores en particular, constituye un Estado de Bienestar. Eso no forma un sistema. Tampoco está definido por la mera existencia de alta inversión pública, que puede darse en todo tipo de regímenes. Por eso se equivocan quienes insisten en escamotear su creación de los socialdemócratas y se las atribuyen hasta al archiconservador Bismarck.

Hay que decir, también, que los Estados de Bienestar en Europa son difíciles de imaginar sin la existencia de la URSS y la Guerra Fría. La mayoría nace en un continente devastado por la II Guerra Mundial, en la que no eran pequeñas las pulsiones sociales para pasarse al bando comunista. Resultan en una solución de consenso entre intereses sociales contrapuestos, y en ellas juegan un papel central los sindicatos. Se generan grandes acuerdos sobre distribución del ingreso. Las grandes inversiones públicas en salud, educación, infraestructura de todo tipo y servicios urbanos generan una red de protección no sólo para la población en general, sino también para el capitalismo mismo, que se veía amenazado. Al mismo tiempo, otorgan mucho peso político a los sindicatos y a los partidos de izquierda no revolucionaria, que actúan de manera entrelazada.

Esto funcionó por igual en naciones con predominio político demócrata cristiano que laborista o socialista. Y los pactos se dieron en diferentes momentos: desde el temprano consociacionismo alemán hasta el Pacto de la Moncloa -que significó el extraño caso de que España avanzaba hacia un Estado de Bienestar, mientras que en el resto del mundo se desmantelaban-.

La crisis fiscal del Estado -que no fue casual, sino provocada por una caída en la producción, dirigida a evitar los efectos políticos de un auténtico pleno empleo- dio inicio a una contraofensiva que resultó en lo que hoy se da en llamar neoliberalismo. No es casual que ésta haya empezado partiéndole el espinazo a los sindicatos, que habían perdido popularidad debido a sus excesos. Vino el giro parcial a la derecha y más tarde aparecieron los populismos de distintos colores, pero con tintes tirándole al negro.

En México, la cosa fue diferente. Se desarrolló, sí, un Estado que protegía socialmente a algunas capas de la población, normalmente las asociadas con el trabajo formal dependiente y que daba algunos servicios generales básicos y algunas ayudas específicas. Como los sindicatos, con muy pocas excepciones, estaban bajo la lógica corporativa, nunca fueron una fuerza capaz de negociar en serio un pacto redistributivo. Los que había fueron tácitos, y cambiantes según el gobernante en turno.

Pero igual llegó la crisis. No por el lado fiscal, estrictamente, sino de deuda pública y del sector externo. Y la respuesta a esa crisis, durante el gobierno de Miguel De la Madrid, fue darle poder al mercado desde el Estado. Subrayo lo último: desde el Estado, que decretó, a partir de la inflación y del control de los salarios, una redistribución regresiva en contra de los trabajadores. Los pactos tácitos fueron rotos y no empezaron a cicatrizar sino hasta el sexenio siguiente.

Desde entonces, si nos damos cuenta, los únicos sindicatos que dan lata son aquellos cuyos ingresos dependen del sector público. En el sector privado ha privado la calma chicha. Las excepciones son tan escasas que se pueden contar con los dedos.

Lo que hemos visto en la actualidad no es la generación de un Estado de Bienestar a través de la ampliación del gasto y la inversión en salud, educación, infraestructura, vivienda, servicios urbanos. Al contrario, éstos se han deteriorado con la austeridad mal entendida. No hemos visto intento alguno por hacer que gremios, asociaciones civiles, comunidades, ciudades, sean parte de una mancomunidad con el Estado. Al contrario, hemos visto al gobierno central absorbiendo cada vez más atribuciones.

Lo que hemos visto es que han aumentado las ayudas específicas, y que -otra vez estrictamente desde el Estado- se ha movido un poco la aguja en favor de los trabajadores, a través de necesarísimo aumento a los salarios mínimos reales. Se quiere vender eso como un Estado de Bienestar, cuando es, cuando mucho, de Simibienestar. Y, más que eso, es una simulación.

Pensión del Bienestar

Pensión del Bienestar

Morena es un partido de clientelas, y no de organizaciones. Su interés no está en la democracia pluralista. El sindicalismo mueve un dedito, pero sigue de capa caída y todavía con una cauda de desprestigio ligada a su pasado corporativo. Lo mismo con la mayoría de los movimientos sociales. Si acaso se avanzara hacia algo parecido a un Estado de Bienestar sería, como siempre, a partir de decisiones verticales de gobierno. No hay muchos incentivos para ello, si se ve que lo actual funciona electoralmente.

Esto ayuda a entender por qué la socialdemocracia en México ocupa un lugar tan precario, una línea delgadísima que suele ser vista como algo que divide, y no como un posible puente. Algo así como el Paralelo 38.

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Twitter: @franciscobaezr