Las etapas de una campaña electoral se pueden comparar con las fases eliminatorias de algunas especialidades de los Juegos Olímpicos, como los cien metros planos.
Los tres candidatos (o las tres candidaturas como decía la necia locutora de la TV), ya están en la competencia final. Ya superaron los otros obstáculos, cada uno como haya podido y llegarán pronto al día de la verdad --2 de junio-- con una diferencia: si en el deporte se depende del esfuerzo personal, en esta competencia gana quien los demás dicen.
Y mientras más votantes se pronuncien por alguno (a), ese (a) llevará en la frente los laureles de la victoria.
Ahora nada más compiten tres. En las elecciones anteriores hubo cuatro candidatos y ninguno de los perdedores tuvo buena suerte.
Uno terminó en la cárcel (El Bronco); otro, en el exilio pesaroso (Anaya) y Pepe Meade fuera de la vida pública. No faltará quien diga, ese es el menor de los malos destinos, porque Meade se colocó al frente de una importante institución bancaria, cuyo entorno le interesa más. Y es posible, pero no habla mucho del desinterés político una carrera con cuatro secretarías de Estado en el portafolios (entre ellas Hacienda y Relaciones Exteriores) y una candidatura presidencial “haiga sido como haiga sido”.
Sin embargo, a diferencia de los otros dos, quizá por quedar incluido en el pacto de no agresión entre López Obrador y Enrique Peña, nadie lo ha molestado en lo mínimo (ni cuándo va a la Plaza México), caso distinto al de Luis Videgaray, a quien le han mantenido la lumbre de lejos y a fuego lento, pero encendida.
En esas condiciones el presidente Andrés Manuel L.O., ha cumplido con fidelidad y fiereza la máxima superior de la política: el poder no se comparte y se ejerce a fondo, todos los días, sin pudor, sin recato y sin contemplaciones. Y eso hace cada mañana con una pasmosa constancia a pesar de sus años de carrera en la terracería.
Y si ya estamos hablando del ejercicio del poder, es válido suponer cómo ejercería el cargo, cada una de las finalistas,
A Claudia Sheinbaum la adivino tenaz y descarnada. Si del presidente ha heredado ideología y métodos, frases, recursos (de todo tipo) y estilo político, es de suponerle a sus adversarios, bueno a su adversaria, porque Maynez no cuenta, un destino amargo.
A pesar de tener todo el poder presidencial en un sistema hiperpresidencialista (o a lo mejor por eso mismo) ¿olvidará las insistentes acusaciones de Xóchitl Gálvez en cuanto a su cercanía con el crimen organizado?
La superficial mirada a su talante no hace suponer ni perdón ni olvido. Quizá ella también diga no es mi fuerte la venganza, la cual es una frase para ponerse a resguardo.
Obviamente Claudia no es Andrés Manuel y quizá con el tiempo ya no se le quiera parecer tanto, pero de arranque no tiene ningún otro ejemplo cercano en el ejercicio del poder. Y en cuanto a la memoria hay un dato revelador de la hondura de sus obsesiones.
Cuando llegó al poder en la ciudad de México, dictó algunas medidas inmediatas. Una de ellas, la más reveladora de todas, fue la extinción del Cuerpo de Granaderos, lo cual no ocurrió. Desaparecieron el nombre y el uniforme, pero no las funciones de contención de masas, así las masas hayan usado a los policías como piñata en muchas ocasiones.
Pero eso no tiene significado alguno. Lo notable es el motivo esgrimido: esa cancelación era una de las demandas del movimiento estudiantil de 1968.
--¿Tenía alguna importancia actual?
Obviamente no, pero si se me permite un asomo a las motivaciones profundas de una persona. Pasó medio siglo para justificar el grito anual: dos de octubre no se olvida y hacer algo de tan relativo significado en 2018, con años y años de gobiernos de izquierda en la ciudad, sólo fue para reivindicar tan añeja exigencia y el ancla con el pasado.
(Continuará)
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