Opinión

La nueva cargada

La nueva cargada construye una imagen desmedida de la candidata de Morena. En donde hay un discurso ordinario, sin más mérito que la fidelidad, sus devotos encuentran una retórica transformadora. A las cansinas alabanzas al caudillo que la hizo candidata, la claque de Sheinbaum las considera argucias tácticas para mantener la adhesión de Palacio Nacional. Ante la perorata autoritaria, que copia letra por letra los designios antidemocráticos de López Obrador, hay adherentes de esa candidata que aplauden ignorantes de sus implicaciones y, otros más, que disimulan parapetados en el silencio de los indolentes.

Entre los partidarios de Claudia Sheinbaum hay ciudadanos convencidos del estilo patriarcal, que ha devenido en autocrático, del presidente López Obrador. Con fervor, pero a menudo más bien con temor, ese segmento de la población la respalda para no perder beneficios. Allí es donde tiene sus principales clientelas la extendida operación de Estado para favorecer a esa candidata.

Con Morena y su aspirante presidencial también hay contingentes de idólatras dispuestos a defender cualquier decisión, por disparatada que sea, de López Obrador. Entre esos millares de fanáticos, se encuentran los troles que llenan de lodo las redes sociodigitales.

Además, Sheinbaum tiene ahora el aval de personas y grupos que, con menos estruendo, quieren estar con la posible ganadora. Apuestan a lo más seguro —aunque algunos ya se preocupan

cuando advierten que las encuestas más difundidas pueden fallarles—. Previsores y poco o nada dispuestos al riesgo, esos ciudadanos prefieren allanarse a la oleada que parece más poderosa, antes que colocarse a contracorriente.

No pueden faltar las muestras de afecto, de sus simpatizantes a la aspirante a convertirse en la primera presidenta en la historia de México, Claudia Sheinbaum

No pueden faltar las muestras de afecto, de sus simpatizantes a la aspirante a convertirse en la primera presidenta en la historia de México, Claudia Sheinbaum

A muchos de ellos no les gustan los modos ni numerosas propuestas de Sheinbaum, saben de sus desplantes mandones, pero, sobre todo, de su alergia a la democracia. El rechazo a los contrapesos legislativos y sociales, la tendencia al pensamiento único, el militarismo o el desdén de esa candidata, a quienes no la respaldan sin chistar, les resultan chocantes a no pocos de esos adherentes, pero prefieren simular que son rasgos de menor importancia. Esos simpatizantes de Sheinbaum pueden ser críticos, pero poquito y, sobre todo, se tranquilizan construyendo un discurso cuyo principal asidero es una suerte de voluntarismo buenista.

Esas personas, muchas de ellas capaces de ser sensatas y por lo general enteradas, han querido creer que la Sheinbaum que se conoce hoy, que quiere ser dócil calca de López Obrador y que no dice ni media palabra ante los abusos del presidente, será otra cuando gane la elección.

En la biografía de Sheinbaum, en su desempeño como gobernante y en sus dichos en campaña, no hay un solo elemento que permita suponer que su presidencia, en caso de ganar, sería sustancialmente distinta a la de López Obrador.

La hoy candidata, agraviando la tradición del 68 de la que dice formar parte, justifica el militarismo que avanza como hidra no sólo en la seguridad pública, sino en muchas otras áreas del poder gubernamental.

Aunque hay quienes la consideran científica, Sheinbaum es responsable del suministro de medicamentos no autorizados durante la pandemia, en la Ciudad de México tuvimos los peores saldos en la

atención al Covid, avaló con su silencio la persecución a auténticos científicos y entre sus asesores se encuentra el fatídico López Gatell.

También, entre aquellos que hoy la respaldan, hay ciudadanos que se encandilan con una retórica aparentemente comprometida con la defensa del medio ambiente, pero no quieren recordar que Sheinbaum avala el Tren Maya con toda su comprobada y creciente devastación de la selva, de la misma manera que respalda energías contaminantes.

Las ilusiones políticas, a veces entremezcladas con intereses de lo más variados, conducen a comportamientos inopinados como los de empresarios que llevan seis años quejándose de la hostilidad y la falta de apoyos a la producción por parte de López Obrador y ahora, sumisos, le aplauden a su sucesora.

Con ellos, forman filas algunos profesores universitarios ansiosos de aparecer en la foto con la candidata morenista mientras olvidan el desprecio del obradorismo por la ciencia y la educación superior.

Feministas que alguna vez destacaron en la defensa de los derechos de las mujeres, respaldan a la candidata que ha sido parte del gobierno que cerró guarderías y menosprecia a las madres buscadoras.

En los medios de comunicación, reblandecidos por invectivas y coacciones del presidente, hay empresarios y periodistas que cultivan la quimera de una Sheinbaum tan distinta de López Obrador que respetaría la libertad de prensa y la diversidad en el espacio público. Muchos de esos medios han virado sus políticas editoriales, han reemplazado comentaristas críticos con apologistas de la llamada 4T y relegan a páginas o espacios interiores las informaciones críticas al gobierno.

Todos ellos, abrigan y propagan la ficción de que, con Sheinbaum, el gobierno sería distinto al que hemos padecido con López Obrador.

Lee también

Por supuesto, cada gobernante tiene actitudes propias. Pero la candidata de Morena ha aceptado ser, a su manera, réplica de lo que dice y quiere el presidente actual.

El intencional desvanecimiento de la realidad que les permite construir la ilusión de que con Sheinbaum no padeceríamos el autoritarismo, la ineptitud ni la cerrazón obradoristas, es resultado de una pragmática decisión política de esos ciudadanos. Allí podemos advertir una expresión de la antigua “cargada” que en los viejos y despóticos tiempos, se arremolinaba en torno al candidato recién nombrado por el partido oficial. La nueva cargada reproduce ese convenencierismo, pero ahora poco antes de las elecciones.

El Diccionario del Español de México, de El Colegio de México, define así el término “cargada”: “Congregación de oportunistas, sobre todo en el ámbito político, que se reúne espontáneamente para adherirse a un personaje que tenga el poder o las mejores posibilidades de hacerse de él”. Y, además: “Irse o entrarle a la cargada. Adherirse una persona o un grupo, con todo empeño y de manera oportunista a la persona, al partido, etc., que cuenta con mayor posibilidad de triunfo o que tiene el poder”.

Pero del plato, a la boca, se caen los votos. El resultado del 2 de junio puede contrariar las expectativas de quienes hoy se alinean invirtiendo ilusiones, e intereses, en quien traería más, o peor, de lo mismo.