La conmemoración de la Pascua, tanto judía y cristiana, tiene sus antecedentes en fiestas y rituales más antiguos. Los estudios de mitología comparada que realizó James G. Frazer en la Rama dorada, parecen confirmarlo. Proceden de costumbres observadas en el Cercano Oriente y Babilonia y están relacionadas con la celebración de la llegada de la primavera.
En la tradición hebrea, la Pascua o Pésaj se estableció por mandato divino para conmemorar la liberación del “pueblo elegido” del cautiverio egipcio y el inicio de la peregrinación hacia la “tierra prometida”.
En especial, se recuerda la noche previa en la que Dios mandó la señal definitiva al Faraón para que accediera a poner fin a la esclavitud. A pesar del envío de diversas calamidades previas, el gobernante egipcio se mantenía inflexible en su decisión de no dejar partir a sus esclavos. Dios entonces llevó la presión al extremo. Decidió matar a todos los hijos primogénitos de los egipcios, incluyendo al hijo del Faraón y a las primeras crías de los animales.
Dios advirtió a los israelitas lo que estaba por suceder y les pidió que marcaran con sangre de cordero las puertas de sus viviendas antes de la medianoche. De esta manera, Dios, en su recorrido mortal, podría distinguir dónde entraría la muerte y dónde no. Al ver la marca, Dios pasaría por encima de las viviendas hebreas sin hacerles daño; la masacre sólo caería en los lugares habitados por egipcios.
La mortandad de los niños egipcios dobló la voluntad del monarca y fue entonces que, resignado y vencido por el poder del Dios de los judíos, permitió la partida de los esclavos.
A partir de entonces y para siempre, durante la primavera, los hebreos deberían recordar, con una celebración de agradecimiento a su Dios, ese momento decisivo. Con tales fines, se establecieron como rituales obligados el ayuno y el sacrificio de animales. También quedó establecido que los hijos primogénitos de los israelíes eran sagrados y quedaban excluidos del sacrificio.
El ofrecimiento en sacrificio del primer hijo era una costumbre muy arraigada entre algunos pueblos, como los fenicios, cartagineses y semitas, entre otros. Se hacía en ocasiones, en momentos adversos, para calmar la ira divina. Se pensaba que las sequías o la peste podían ser conjuradas si se sacrificaba al hijo mayor. También se realizaba en algunos pueblos para ser bendecidos con una buena cosecha. El relato en el que Yahvé le ordenó al patriarca Abraham sacrificar a Isaac, para que, una vez que Dios comprobara su fe y obediencia, la muerte del niño fuera sustituida, en el último momento, por la de un carnero, deja ver que el sacrificio del primogénito también era una práctica arraigada entre los antiguos hebreos.
Liberación del cautiverio y santidad del primogénito son dos de los momentos fundacionales del culto que se recuerdan en la Pascua judía. Para los cristianos, por su parte, en la Pascua se conmemora la muerte y resurrección de Jesús, ocurrida, según los textos de esta religión, hace más de dos mil años, precisamente durante los días en que se llevaba a cabo la celebración de la fiesta hebrea del Pésaj. Así, estas dos fechas, tan importantes para judíos y cristianos, quedaron empalmadas en el calendario religioso. Ambas se celebran más o menos alrededor de la llegada de la primavera, pero tienen un significado distinto para ambas religiones.
La muerte y resurrección de Jesús tiene su paralelismo con creencias y rituales que practicaban anteriormente otros pueblos alrededor de la entrada de la primavera. Los mitos relacionados con los dioses Adonis y Atis, que se mencionan a continuación, son sólo dos ejemplos.
Los fenicios llevaban a cabo anualmente un ritual en el templo de la diosa Astarté (la Afrodita griega o la Venus latina), ubicado en la ciudad de Biblos. Ahí se reunía la gente para lamentarse por la muerte de Adonis, que había sido embestido por un jabalí. Tocaban “estridentes y plañideras notas de flauta entre lamentos y golpes de pecho; pero al día siguiente creían que volvía otra vez a la vida y que ascendía a los cielos en presencia de sus adoradores”. El culto a Adonis estaba presente también en Siria y Alejandría, entre otras regiones.
Los frigios adoraban de la misma manera a Atis, a quien asociaban con la diosa Cibeles. Atis también fue muerto por un jabalí e igualmente resucitó al poco tiempo. Durante el duelo, los sacerdotes hacían sangrar sus brazos y había automutilaciones entre los presentes como manifestación de aflicción.
De Frigia, el culto a Atis y Cibeles pasó a Roma. En esta ciudad, las fiestas en honor de Atis comenzaban el 22 de marzo con el entierro del dios muerto. El 25 del mismo mes, con su retorno a la vida, tenía lugar una especie de carnaval (fiesta de la alegría), en el que la gente marchaba disfrazada por las calles de la ciudad.
Los ritos relacionados con la resurrección de Atis terminaban el día 27 de marzo con una procesión al arroyo Almo, donde eran lavadas las imágenes y demás objetos sagrados utilizados en la ceremonia. “A la vuelta del baño, esparcían sobre los carros y los animales, las flores de la primavera. Todo era júbilo y alborozo; nadie recordaba ya la sangre que había corrido hacía poco”.
Algunos simbolismos de la Pascua, como el “cirio pascual”, se remontan también a tradiciones muy antiguas. En este caso, la costumbre, aún presente en algunos lugares, de apagar todas las luces en las iglesias el sábado santo para volver a prenderlas el domingo de resurrección con un nuevo cirio encendido, se remontan a las ceremonias del “fuego nuevo” que tenían lugar durante la primavera en muchas regiones, para celebrar la renovación del ciclo de la naturaleza.
Conocer el origen y evolución de algunas creencias religiosas puede ser una buena vía para reducir el fanatismo, el dogmatismo y la intolerancia. Se esperaría que, al comprender que las religiones comparten, en gran medida, algunas raíces con creencias más antiguas, las personas tuvieran una mayor inclinación a la tolerancia con los que piensan de manera distinta. Abandonar la idea de que la religión que uno profesa es la única verdad y que lo que creen los demás son mitos y supersticiones, podrían hacer más flexibles el diálogo y la convivencia. Lo que es válido para la convivencia civilizada entre religiones podría aplicarse perfectamente al terreno de las ideologías políticas.
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